“¿Quién te va a dar el papel? ¿Por qué lo necesitas? ¿Por qué no regresas?” El hijo de Gabriela Vega no deja de hacer preguntas. Cuando habla por videollamada con ella, cuando la visita en México, cuando está de buenas y no le reprocha con su indiferencia la falta que le hace en Estados Unidos.
Vega es una de las más de 69.000 mujeres que regresaron a México del 2023 a la fecha deportadas -o repatriadas por sí mismas en busca de una regularización en Estados Unidos– y se quedaron atrapadas en su país natal, el que creían haber dejado atrás con la emigración y toda una vida del otro lado de la frontera.
En Iowa se quedaron todos
“Cuando lo dejé estaba en el kínder (guardería)”, comenta en entrevista con Artículo14 “Ahora tiene 6 años y lo he visto crecer a través de una pantalla”.
Sin papeles para regresar a Iowa, donde viven sus padres, su esposo y el niño, tiene preocupaciones sobre el triunfo del republicano Donald Trump.
No solo por el discurso antiinmigrante y xenófobo como eje de campaña del magnate que se radicaliza cada día más (en los últimos días sugirió que había una relación entre la genética y la criminalidad); sino porque cuando fue presidente complicó el sistema migratorio, lo aletargó, recuerda: “Me casé en 2017 y estuve siete años tratando de volverme residente por matrimonio porque mi esposo es ciudadano, pero todo se hizo más lento”.
En las oficinas de Gobierno faltaban empleados y las prioridades para apoyar a los indocumentados no eran las mismas con Trump, recuerda Vega de 30 años a quien sus padres la llevaron a Estados Unidos cuando tenía nueve meses de nacida.
Ni de aquí ni de allá
A los jóvenes que llegaron al país durante la infancia se les conoce como ‘Dreamers’. Pueden ser beneficiados con permisos de trabajo o para salir del país y becas a través de un programa conocido como DACA si han sido buenos estudiantes y si no tienen antecedentes penales en el entendido de que ellos no llegaron allá de mala fe.
Vega era una de esas personas y con esa confianza de poder volver, tomó los papeles con su historia migratoria el 14 de febrero del año pasado. Voló a México tal y como exigía el protocolo de que volviera a su país de origen.
El abogado en Iowa le había dicho que sería un trámite sencillo y pronto estaría de vuelta para tener el permiso de residencia por matrimonio, pero una vez en Ciudad Juárez (la ciudad más cercana para ella), el funcionario del consulado observó un fallo.
La “ofensa”
Cuando tenía 18 años se quedó seis meses como adulta indocumentada mientras le daban el permiso de DACA y eso era una “ofensa” para Estados Unidos y, por tanto, “tendrá que esperar tres años para pedir perdón y seguir su trámite migratorio”.
Regresó al hotel con el mundo encima. Lloró hasta que no pudo más, llamó a su esposo, a sus padres; días después contactó a sus congresistas para pedirles su intervención y ellos a su vez hablaron con gente del ICE (inmigración), ella era una buena chica, estudió Mercadotecnia, pero la respuesta fue la misma negativa.
¿Cómo explicar todo esta historia a su hijo cuando le pregunta por su ausencia? La madre trata de hacerlo sencillo, cuenta. “Le digo que yo nací en México, no como él o su papá, y que necesito un papel. Él pone atención, pero se queda con dudas”.
Inseguridad en Guanajuato
En los primeros meses que Vega estuvo en México vivió en Valle de Santiago, Guanajuato (centro), donde su padre construyó una casa con los ahorros de trabajo en Iowa. Allá viven sus abuelos, tíos y primos, pero a ella le costó mucho trabajo acostumbrarse a la vida de la provincia mexicana que se ha vuelto insegura en los últimos años.
A veces aparecían cuerpos ensangrentados en su camino como una de las pocas novedades del pueblo. “La gente hace siempre las mismas cosas, las rutinas, les da miedo lanzarse a hacer nuevas cosas y yo empecé a sentirme muy triste”, cuenta.
Moverse para no deprimirse
Para salir de la “zona de confort”, por decirlo de alguna manera, empezó a viajar a la Ciudad de México. Quería conocer Bellas Artes y escuchar música clásica. Así se vio de pronto cada mes yendo y viniendo.
En junio pasado, citó en la capital mexicana a su esposo y su hijo que venían a pasar las vacaciones con ella. Pasearon por el Zócalo y Coyoacán, Polanco y el corredor Roma Condesa. Se volvió un centro de operaciones. De ahí partieron a Quintana Roo, Michoacán, Oaxaca, Querétaro, Puebla…
“Cuando estaba por regresar a Iowa mi esposo dijo ‘debes pensar en vivir aquí, te ves muy feliz, tienes una sonrisa, tus ojos tienen luz y brillan y en Valle no”.
Antes de irse, la acompañó a ver un piso y ese mismo día se quedó a vivir en la CDMX. Siguió trabajando para una empresa de Estados Unidos a larga distancia. Hoy se siente mejor, pero añora cosas de casa.
La infancia de su hijo se le escapa
“Sé que me estoy perdiendo una parte importante de la vida de mi hijo”, reconoce. Su graduación del preescolar, por ejemplo, la tuvo que seguir por Facetime. “Extraño también ir a comer con mis padres todos los domingos”.
Por lo demás, disfruta de la oferta cultural mientras espera que pase el tiempo, las elecciones del próximo 5 de noviembre, cuyos resultados podrían endurecer o destensar su situación. Calcula.