Nicolás Maduro, que lleva cinco años y medio ocupando ilegítimamente la presidencia de Venezuela, enarboló el domingo electoral esa Constitución de juguete que suele llevar en el bolsillo y sentenció que aceptaría los resultados que diera el árbitro (o sea, el CNE) porque eran palabra santa. Y, desde luego, nadie esperaba otra cosa del santo Consejo Nacional Electoral de Venezuela que un intento desesperado de fraude a medida. Llevan muchos años haciendo exactamente lo mismo, trampear y mentir, tan plenamente corruptos como su jefe. Pero, en esta ocasión, la abrumadora constatación de que los venezolanos estaban votando masivamente el fin del chavismo ha convertido el intento de fraude en algo tan burdo que nadie puede mirar hacia otro lado. Ni dentro ni fuera de Venezuela. Burdo, zafio, grosero. El fraude y el defraudador. En el fondo y en la forma.
El ilegítimo se reelige ilegítimamente. Hasta aquí, lo normal. Ningún dictador deja el poder por las buenas. Y Nicolás Maduro, el eterno aprendiz, menos que ninguno. Pero, por mucha santidad que le pretenda otorgar al presidente del CNE, Elvis Amoroso, “entenderá que los resultados son difíciles de creer”, como agudamente le replicó Gabriel Boric. La respuesta internacional ha sido, esta vez sí, rápida y prácticamente unánime: Argentina, Chile, Panamá, Costa Rica, Perú, Ecuador, Colombia, Brasil, Guatemala, República Dominicana, Paraguay, Uruguay, Estados Unidos, la Unión Europea, Alemania, Portugal, Países Bajos, Reino Unido y ¡España! han reaccionado desconociendo o poniendo en duda el resultado electoral anunciado por el CNE, y exigido la plena transparencia del conteo de votos. Los gobiernos de estos países latinoamericanos han solicitado ya una reunión urgente del Consejo Permanente de la OEA para emitir una resolución sobre las elecciones en Venezuela.
Entregar la totalidad de las actas
Además, la misión técnica del prestigioso Centro Carter, invitado por el régimen a observar las elecciones presidenciales del 28 de julio, ha exigido al CNE que publique los resultados electorales detallados de inmediato.
Y es que los resultados que dio Elvis Amoroso (qué hallazgo de nombre para un personaje) son inconsistentes. Demostrar que no responden a la realidad es muy sencillo: basta con entregar la totalidad de las actas a los testigos de la oposición (que sólo han tenido acceso al 40% de las mismas), contar los votos de las 30.000 mesas, y comprobar las actas una por una.
El sistema de voto
El sistema de voto en Venezuela es rápido y seguro, y así lo cree también la oposición. La desconfianza radica en quienes manejan el sistema y en lo que ocurre antes y después de la votación. Para votar, un ciudadano venezolano primero ha de presentar su documentación para que se verifiquen sus datos y corroborar la mesa en la que vota. En dicha mesa dispondrá de una máquina de voto, donde, entre todos los candidatos disponibles, ha de pulsar sobre el elegido. La máquina registra el voto y emite una papeleta. El votante comprueba que su voto está reflejado correctamente y, a continuación, la deposita en la urna que corresponde a esa máquina de votación.
El voto se registra pues tanto en la máquina, que envía los datos a los centros de recuento del CNE (por líneas telefónicas encriptadas, no por internet: ¿de qué hackeo macedonio hablan?), como en la urna correspondiente a esa máquina, que recoge los mismos votos en papel. Al finalizar la jornada electoral, el operador de cada máquina imprime un acta de escrutinio con todos los votos que ha registrado. Pero, al parecer, Esa copia, en el 45% de las mesas no se imprimió o no se entregó al testigo de la oposición. Por tanto, sin actas auditadas no hay resultado anunciado por el CNE que valga.
Es decir: el acceso a las actas, corroborar su información, es la clave. Y es justamente la falta de acceso a esas actas por parte de los testigos acreditados de la oposición (unido a que tampoco se les permitió el acceso a las instalaciones centrales de la CNE para el conteo totalizado) lo que dibuja cuando menos un gigantesco interrogante a los resultados del 28 de julio.
El empoderamiento ciudadano
Pero, como María Corina y Edmundo no han dejado de repetir, hay que ir hasta el final. Y el final (el irreversible final del chavismo, el final de la miseria y degradación que son su esencia) aún no ha llegado. Es ahora precisamente cuando empieza.
El liderazgo construido por María Corina Machado ha logrado muchas cosas, pero, para mí, sobre todo ha conseguido algo fundamental: empoderar al ciudadano venezolano. Esos millones de ciudadanos que han depositado, custodiado, contado, defendido su voto, estaban empoderados. Y ya no se van a dejar amedrentar.
La gran baza
Por eso es tan importante mantener la fe y la organización. La verificación de los votos que está pidiendo al unísono la comunidad internacional es la gran baza. Y el respaldo firme de esa comunidad internacional al voto de los venezolanos no es un favor ni una gracia: es una imperiosa, una justa necesidad.
Yo confío en María Corina. Sé que, al igual que cada rincón de Venezuela, tiene también en su cabeza todos los escenarios posibles, y cuenta además con una estructura solvente, entrenada, capilarizada y flexible para sostener el pulso. Los gobiernos de izquierda latinoamericanos serán esenciales para lograr aislar y evacuar a Maduro del poder. Y él va a utilizar todos los recursos y el tiempo disponible para mejorar sus condiciones de salida. Sigo creyendo que una adecuada instrumentalización de Zapatero es fundamental: agente y testaferro durante más de una década, solo él puede dar una (falsa pero efectiva) pátina de “honorabilidad política” a esa salida, aunque Cabello y Padrino sigan siendo los principales escollos.
Y no olvidemos lo que ayer le recordó Vladimir a Nicolás: siempre será bienvenido en Rusia.