El mundo vive pendiente de la escalada bélica en Oriente Medio, un polvorín en el que saltan cada vez más chispas y cuyo equilibrio se verá afectado por el nombre del próximo presidente de Estados Unidos. Los estadounidenses elegirán el próximo 5 de noviembre entre la demócrata Kamala Harris y el republicano Donald Trump, y los antecedentes de uno y otro indican que tendrían políticas muy dispares en la región.
Mientras el Ejército israelí ya combate en Gaza a Hamás y en Líbano a Hezbolá, e intercambia golpes cada vez más ruidosos con Irán, en Estados Unidos la Administración Biden apura sus días combinando su apoyo al “derecho a la defensa de Israel” con los llamamientos al gobierno de Benjamín Netanyahu a proteger las vidas de los civiles palestinos y comprometerse en la búsqueda de un alto el fuego.
Pero a Biden le quedan poco más de un par de meses en la Casa Blanca y la pregunta es cómo afrontará el problema su sucesor.
Si la elegida es Harris, cabe esperar continuidad. Según Steven A. Cook, investigador del Council on Foreign Relations, la vicepresidenta “está atada a las políticas de Biden y solo en unas pocas ocasiones se ha desviado de ellas”. Como Biden, sobre Oriente Medio, Harris ha afirmado “su inquebrantable compromiso con la seguridad de Israel” y, consciente de que es uno de los frentes de ataque de su oponente, prometió en el debate que la enfrentó a Trump: “Siempre daré a Israel la capacidad de defenderse”. Es un mensaje de fácil traducción. Con ella de presidenta, Estados Unidos seguirá enviando armas y material militar a Israel.
Pero al mismo tiempo, y también igual que Biden, Harris ha mostrado su compromiso con una solución de dos estados para el histórico conflicto entre israelíes y palestinos. Si el actual presidente no ha ocultado su malestar, casi exasperación, a veces con las políticas belicistas de Netanyahu, su vicepresidenta ha repetido que las víctimas civiles de la intervención en Gaza “son demasiadas” y que las condiciones que ha provocado en la Franja son “inhumanas”.
Es probable que Netanyahu encontrara en una Harris presidenta la misma desaprobación que le ha dispensado Biden y, aunque da la impresión de que la presión internacional tiene cada vez menor importancia para el premier israelí, Estados Unidos seguiría siendo una de las voces que reclaman un alto el fuego.
La candidata demócrata insiste en que el cese de las hostilidades es imprescindible y ha pedido un gran esfuerzo de cooperación internacional para reconstruir Gaza y restablecer el poder de la hoy cuestionada Autoridad Nacional Palestina.
La agenda de Trump parece radicalmente distinta. El republicano insiste en presentarse como “el presidente más proisraelí de la historia de Estados Unidos” y su balance entre 2017 y 2021 sugiere que tal vez sea una de las raras ocasiones en que dice la verdad.
Como presidente, Trump reconoció a Jerusalén como capital de Israel, un movimiento histórico que enfureció a los palestinos, y como candidato le ha lanzado a Netanyahu un mensaje claro: “Haz lo que tengas que hacer y termina esta guerra”.
Trump ha evitado reconocer el derecho de los palestinos a tener un estado, mayoritariamente aceptado en la comunidad internacional desde los acuerdos de Camp David de 1978, y, aunque él no lo ha expresado abiertamente, el America First Policy Institute, que se alinea con sus visiones, aboga por poner fin a toda aportación de Estados Unidos a la Autoridad Palestina y la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA, por sus siglas en inglés).
Con un tipo tan imprevisible como Trump es difícil hacer pronósticos, pero es posible que buscara una reedición de la política que llevó a los Acuerdos de Abraham de 2020, en los que apadrinó el histórico restablecimiento de relaciones de Israel con Emiratos Árabes, Bahréin y Marruecos, sin duda el gran logro diplomático de su presidencia. Tanto, que Biden y Harris mantuvieron la apuesta cuando llegaron al poder.
El gran deseo en una nueva presidencia de Trump sería el de culminar la paz de Israel con las grandes potencias islámicas buscando que Arabia Saudí también firmara los acuerdos, pero con palestinos muriendo a diario se antoja un paso muy difícil de dar ahora para cualquier gobierno árabe, incluso el de Riad.
Las miradas a Irán también son muy diferentes. Ambos candidatos consideran al régimen de los ayatolás como un enemigo con la capacidad de desestabilizar la región, pero la recetas para hacerle frente difieren. Harris votó como senadora a favor del acuerdo suscrito en 2015 por Obama por el que se levantaban las sanciones contra Teherán a cambio de permitir la inspección internacional de su programa nuclear. La candidata no ha dado muchos detalles sobre cuál sería su política exterior, pero es posible que Harris vuelva a apostar por la diplomacia para atraer a Irán al redil.
Sin embargo, eso será mucho más difícil después de que Trump decidiera como presidente sacar a Estados Unidos de un acuerdo que consideró el “peor de la historia”. A pesar de que la Unión Europea y otras potencias también lo habían firmado, Trump se desmarcó unilateralmente y más tarde autorizó la acción del dron que mató en Teherán al general Qasem Soleimani, uno de los jefes militares más poderosos del régimen iraní. Cuesta imaginar que el ayatolá Alí Jamenéi vuelva a confiar en un líder estadounidense.
Sea como sea, lo cierto es que la política exterior no está siendo un tema principal en la actual campaña electoral en Estados Unidos y, como señala un reciente informe del Middle East Institute de Washington, “Oriente Medio se mantiene en los márgenes del debate político”, quizá también porque el país vive ahora más volcado en sus querellas internas que en su papel de referente mundial y una región que, si en el pasado mostró su potencial para desestabilizar la economía mundial, parece ahora haber perdido parte de su papel como epicentro de grandes sismos geopolíticos.