En la sitiada Gaza, la cotidianidad se ha convertido en una lucha por la supervivencia. Con más de dos millones de personas atrapadas en un escenario de terror, lo más básico, como el pan, es ahora un lujo casi inalcanzable. Este es el relato de dos millones de personas que, cada día, se enfrentan a la adversidad buscando mantener la esperanza en medio del caos originado por los bombardeos y el asedio por parte de Israel.
Desde el 7 de octubre, 33.100 personas han sido asesinadas y otras 75.668 han resultado heridas. Y el peor escenario ahora es que aquellos que escaparon de la muerte no escaparán del hambre. Los efectos de la guerra, el desplazamiento forzado masivo y la creciente inseguridad alimentaria se ven agravados por los bloqueos de Israel que impiden la entrega de ayuda humanitaria y por la incapacidad de un sistema de salud prácticamente aniquilado, que no puede satisfacer las necesidades de una gran parte de la población que sufre de lesiones y enfermedades.
Tras el ataque israelí que mató en Gaza a siete cooperantes de la ONG fundada por el chef español José Andrés, la World Central Kitchen (WCK), varias organizaciones internacionales de ayuda han suspendido su trabajo dentro de la Franja, incluida la propia WCK. Project HOPE anunció que suspendía sus labores humanitarias en Rafah y Deir al Balah hasta que se revise la situación de seguridad en el sector, justificando “el pánico” entre su personal debido al incidente del lunes 1 de abril.
Barcos sin alimentos
Convoyes y barcos cargados de alimentos regresaron de Gaza a Chipre, entre los que se encuentra la embarcación de Open Arms, una ONG española que colabora con la organización de José Andrés.
El ataque del 1 de abril representa un grave revés para los esfuerzos por acelerar la entrega de ayuda a Gaza. Según los datos de Oxfam, 1,1 millones de gazatíes viven “con niveles catastróficos de inseguridad alimentaria”. Y la hambruna es “inminente”. De ahí que se haya vuelto común ver a los palestinos cansados y asustados buscando comida entre los cadáveres y los escombros de las viviendas. Entre estos desplazados, conseguimos contactar con Huda Mahmoud, una profesora de 54 años, que había encontrado en la World Central Kitchen una esperanza para satisfacer las necesidades de su familia.
Comida para toda la familia
Huda, desplazada de la ciudad de Gaza a Khan Yunis, asegura que la vida se ha “convertido en un desafío en cada segundo. Por un lado esquivar los bombardeos, por otro, la tarea de buscar alimentos”. La profesara recuerda que hacía colas durante horas para conseguir algo de comida hasta que llegó la iniciativa de la ONG de José Andrés. La World Central Kitchen “se convirtió en una fuente esencial para asegurar la comida para los ocho miembros de mi familia“.
De acuerdo con la organización, WCK preparaba más de 100.000 menús calientes diarios, algo que muchos no podrían tener de otra manera, ya sea por falta de ingredientes para cocinar, o de utensilios, o ambos.
“Salí de nuestra casa apresuradamente tras escuchar el sonido de los aviones volando sobre nosotros”. Obviamente, “me fui sin llevarme nada de la cocina ni alimentos”. Por lo que la “apertura de un punto de la World Central Kitchen cerca de nuestra nueva zona de desplazamiento alivió nuestro sufrimiento y proporcionó comida para mi familia”. Sin embargo, a Huda le preocupa el futuro de la distribución y la llegada de ayuda tras el ataque a los cooperantes de la organización de José Andrés.
“Me aterroriza el hambre”
“Me entristecí mucho por ellos; vinieron a ayudarnos y fueron asesinados por asegurar la comida para nuestros niños“.
En la misma línea se encuentra Amina, otra mujer desplazada en la Franja con la que Artículo14 consigue intercambiar algunos mensajes. “Me aterroriza la idea de que mis hijos tengan hambre y no pueda asegurarles la comida“, confiesa la gazatí.
“Vivíamos en nuestra casa y teníamos nuestra comida y bebida antes de la guerra. La guerra nos ha robado todo hasta nuestra dignidad humana”. Amina reconoce que hasta comieron “alimento para animales para sobrevivir, comimos hojas amargas, buscamos comida en todas partes…”.
Uno de sus grandes anhelos es el pan. “Mi hijo me dijo hace unos días ”mamá, echo de menos comer patatas fritas”. No sabía que” llegaríamos a un punto en que imagináramos la comida”, lamenta.
“Mis hijos están muy débiles, temo por ellos y por todos los demás niños, especialmente los bebés”, asevera. “No hay comida y no permiten que la comida entre, y ahora han matado a quienes querían ayudarnos, no sé a dónde vamos y qué destino nos espera”.
Una desgracia común
Las historias de Huda y Amina reflejan la realidad de muchos desplazados palestinos que enfrentan grandes retos para asegurar su supervivencia y evitar la hambruna. No obstante, iniciativas internacionales como estas representan un vínculo vital para satisfacer sus necesidades básicas y aliviar su sufrimiento actual.
El asesinato de miembros del equipo de World Central Kitchen fue desgarrador para todos los que trabajan en la ayuda humanitaria, como si Israel quisiera enviar un mensaje amenazante a cualquier persona que quisiera ir a Gaza para ayudar, igual que a cualquier periodista que quiera entrar para cubrir los hechos; su pasaporte extranjero no lo protegerá, ya que todos en Gaza son objetivos para ser asesinados. Según las estadísticas de la organización estadounidense Aid Worker Security Database, la cifra actualizada de trabajadores humanitarios asesinados desde el inicio de la guerra en Gaza ascendería a 203 víctimas.
Un alto el fuego inmediato no es solo necesario, es imperativo para salvaguardar la vida de los civiles y abrir caminos para la tan necesitada ayuda humanitaria. En un mundo que observa, el compromiso con las leyes humanitarias y los derechos humanos no solo es crucial, sino la única vía para prevenir que la sombra de la hambruna se ensanche hasta convertirse en una incontenible tragedia humanitaria.