Caso Mazan

Gisèle Pelicot: la historia de una lucha

Su nombre y su rostro lo conocemos de memoria, y eso se debe menos a su desgracia que a su valentía. Ella se dice “determinada a cambiar la sociedad” y ya la ha cambiado

Pelicot
Gisele Pelicot se ha convertido en un símbolo de Francia KiloyCuarto

Al abogado que le cuestiona por qué todavía mantiene el apellido de su marido -pregunta que muchos nos hicimos a lo largo del proceso que juzga las más de 200 violaciones sufridas bajo sumisión química– ella contesta: “Tengo nietos, no quiero que se avergüencen de llevar ese apellido. Quiero que estén orgullosos de su abuela. Pelicot. La señora Pelicot será recordada. Nos acordaremos menos del señor Pelicot.”

Sí, hoy es cierto. El nombre y el rostro de Gisèle Pelicot lo conocemos de memoria, y eso se debe menos a su desgracia que a su valentía. Valentía de mantenerse de pie. De no hacer concesiones. Ninguna entrevista. De arriesgarse. Solicitar que su juicio fuese público. Que cualquiera pudiese entrar para escuchar qué dirían los 51 acusados de violar una señora hoy con 72 años mientras estaba inconsciente. Qué justificación darían ante la proyección de algunos de los 20.000 vídeos y fotografías que su marido tomó de los actos. Ella apostó. Incluso el juez estaba en contra, temiendo que ella, la víctima, sufriera. Terminó por ceder. El juicio se celebra desde el 2 de septiembre a puertas abiertas en el tribunal de Aviñón.

Los vídeos de la vergüenza

Los que fueron, volvieron diferentes. Sombríos. No lograron pegar ojo después. Han escuchado mucho. La voz monótona con la que el juez anuncia los títulos de los vídeos grabados por Dominique, el marido: “Polla en la boca”, “follada por detrás”, “bien de lleno”, “metiéndola bien”, “tercera sado [sadomasoquismo]”, “corrida en el culo”.

Francia

Una ilustración de Gisele Pelicot en las paredes de Francia (@ladame_quicolle)

La voz de los acusados, uno a uno, rechaza el rótulo de violador, “algo demasiado pesado para cargar”. Los que asistieron a alguna audiencia vieron demasiado. Vídeos, fotos, pero también otras cosas: algunos presenciaron a los acusados detrás de la mampara hacer bromas entre ellos, como colegas, colegas de cárcel, presos desde hace más de tres años. Vieron y escucharon. La voz monótona del juez, como si anduviese de cuclillas para no despertar a nadie, como si supiese que en el barro hay que tomar precauciones para no hundirse. Porque lo que se juzga son muchos delitos. ¿De qué valdría imponer una voz trágica ? Lo trágico no se llora. Si Antígona empezara a llorar en la primera escena, ¿cómo llegará a la última?

Los que acudieron a Aviñón, anónimos o profesionales de la prensa, regresaron inquietos. Insomnes. Un bajón.

La resiliencia de Gisele Pelicot

¿Y Pelicot? Ella, ¿cómo lo aguanta? Sabemos muy poco. De cómo logra dormir, si es que acaso toma ansiolíticos o ya no los quiere volver a ver tras consumirlos en sobredosis durante diez años, sin saberlo. Disueltos en el helado que el marido le traía, delante de la tele. Mezclados en el aperitivo. Una a dos veces a la semana. Los ansiolíticos que le daban una amnesia brutal y dolores de cabeza y le hacían pensar que tenía cáncer en el cerebro, idea que la perseguía, que no la dejaba más dormir, que la hizo adelgazar 20 kilos en algunos años y a la que los médicos, uno a uno, descartaron. La última vez que Pelicot pasó consulta por este motivo, su médico de familia le prescribió melatonina. Cuanta ironía. A ver si conseguiría volver a dormir.

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Gisele Pelicot camina frente a sus abogados Stephane Babonneau y Antoine Camus, en el Tribunal de Aviñón

El marido, que la drogaba desde que se compraron una casa en el soleado Vaucluse, lejos de los hijos, de los nietos, después que Gisèle se jubiló, explicaba su supuesto problema de salud a la familia: hacía demasiadas cosas, por eso, de repente, no aguantaba y le daba por dormir en el medio de una llamada telefónica o olvidarse de cosas de la víspera. No habría por qué preocuparse. Mejor no molestarla. Las visitas de los hijos, también le agotaban, decía Dominique. Ahora se sabe lo que escondía.

El cambio en Francia

Pelicot logró hacer de su fardo personal, resumido en 31 tomos de la instrucción, en el de todas las mujeres. Si Pelicot es así de grande, si ella se dice “determinada a cambiar la sociedad”, es porque la sociedad, en cierto sentido, ya ha cambiado. En 1978, cuando se juzgaba en Aix-de-Provence el caso de dos jóvenes campistas atacadas en plena noche por tres violadores, las víctimas fueron abucheadas al dejar la sala de audiencias; la abogada recibió empujones, amenazas. El proceso, sin embargo, abrió el camino para la ley de 1980 que reconoce la violación como delito. 46 años después, el proceso de Pelicot promete ser otro empujón hacia el cambio social y legislativo en pro de los derechos de las mujeres. Ésta vez, la víctima es sistemáticamente aplaudida a cada vez que entra en el tribunal.