Vemos su rostro en las portadas. De inicio, con gafas. Pero tras la multitudinaria manifestación del 14 de septiembre que tomó varias ciudades francesas en su apoyo, sus ojos son bien visibles. Gisèle Pelicot, de 71 años, que durante 10 años fue víctima de violación por sumisión química orquestrada por su marido, quien reclutó a decenas de hombres en internet, 50 de los cuales van ahora a juicio, ya no necesita esconderse: supo que encarna la ardua tarea de simbolizar, por su propia tragedia personal, la lucha de todas las mujeres y niñas en Francia contra la violencia machista.
En el periplo de simbolizar la lucha por la justicia, España sirve de brújula. “Queremos que pase aquí lo que ocurrió con ‘La Manada’”, se emociona en declaraciones a Artículo14 Giulia Foïs, una de las activistas feministas más conocidas en la actualidad. La comparación con ‘La Manada’ no es anodina. No solo por la crueldad y el sentimiento de omnipotencia de los violadores, sino sobre todo por la reacción popular de apoyo a la víctima. “El verdadero punto común es que existe un gigantesco ¡basta!, compartido incluso por muchos hombres hartos de que se les asocie con la violencia”, agrega la periodista de France Inter.
Tras la presión en las calles, en la prensa y hasta en el Parlamento Europeo, la condena dada por el Tribunal de Navarra a los cinco implicados en 2016 por abuso sexual en las Fiestas de San Fermín fue revisada por el Supremo, que en 2019 consideró el crimen violación y aumentó las penas. El caso motivó más tarde la aprobación de la ley 10/2022, conocida como “solo sí, es sí”, referente en muchos países de Europa.
Un punto de inflexión
Si ‘La Manada’ representó un punto de inflexión en España, hoy en la vanguardia mundial de la lucha feminista, las francesas esperan que en el país galo suceda lo mismo. “Necesitamos de la misma tenacidad y coraje que las españolas”, afirmó Foïs. “El caso Mazan”, como se le bautizó por ser la aldea del sur de Francia en la que sucedieron las violaciones (las audiencias se celebren en Aviñón), ha vuelto a incendiar con fuerza la llama del movimiento #MeToo. En el país de Simone de Beauvoir y de Simone Veil el #MeToo tuvo proporciones algo discretas. “Aquí, el movimiento se da por olas. Cada ola se detiene, es cierto, pero siempre hay la siguiente”, afirmó Foïs.
La penúltima -antes del caso Mazan- explotó en Cannes en mayo de este año, arrastrando a los realizadores Benoît Jacquot y Jacques Doillon. Ellos fueron denunciados por la actriz Judith Godrèche por violación. A continuación, otras mujeres han presentado denuncias que todavía no han desembocado en un proceso. “Existe un movimiento que no lo parará nada”, sostuvo Foïs.
Confrontación con sus agresores
Ejemplo de ello fueron las protestas del pasado fin de semana en apoyo a Gisèle Pelicot, donde se aglutinaron miles de personas en París y otras ciudades francesas de casi todas las generaciones, de niñas a mayores. Además de muchos hombres. Tanto apoyo motivó un agradecimiento público de parte de Gisèle. Eso no impide que ella sufra con las artimañas de la defensa de los acusados. Mientras se avanzan las audiencias, a puertas abiertas por decisión de la víctima, ella es confrontada continuamente con un discurso que intenta no solo probar su consentimiento como también amenizar los hechos criminales de los acusados.
Su marido, Dominique Pelicot, de 71 años, el gran orquestador de las violaciones, afirmó: “No nací pervertido, me convertí en uno”. A su manera, el acusado adaptó la frase más conocida de Simone de Beauvoir, cuando en el Segundo Sexo afirma “No naces mujer, te conviertes en una”. Para él, todo se explicaría por las violencias sexuales que habrá sufrido en la infancia. Lo mismo declaró al menos otro acusado.
La cultura de la violación
Sin dejar de lado la importancia de tratar de la reproducción de la violencia, Foïs relativiza ese nexo de causalidad. “Si esa fuera la única explicación para cometer una violación, tendríamos potencialmente millones de mujeres violadoras, y eso no ocurre”, afirmó. Ponerse como víctima, al final, es una estrategia típica del agresor. Según Foïs, mucho camino queda en la educación de los niños y en la formación de una masculinidad que respecte a las mujeres.
La periodista vivió en su propia piel la violencia machista y la impunidad. Víctima de una violación conyugal y, pese haber denunciado a su agresor, su caso no pasó por el estrechísimo embudo de la Justicia en Francia, en donde tan solo un 2% de las violaciones terminan en condena. En su último libro, ‘Ce que le féminisme m’a fait’ (‘Lo que me ha hecho el feminismo’, Flammarion, 2024, todavía sin traducción), ella cuenta un sueño que tuvo entonces, en el que corría, sola, “por un juzgado donde los escalones eran tan altos que no podía subirlos”. Contra esta altura ahora se bate Gisèle. Pero, a juzgar por las calles, no está sola.