El diaconado es el paso previo a que un cura sea ordenado sacerdote y permite, entre otras muchas tareas, celebrar la palabra. Bergoglio había abierto el debate sobre la posibilidad de permitir también a las mujeres acceder a este rango religioso, ser diaconisas, en 2016, donde instituyó una comisión que pudiese estudiar el tema. El tiempo pasaba, se creó incluso otra comisión y el tema se ponía siempre más de actualidad. En octubre de 2023 fue uno de los argumentos que centró el Sínodo de los Obispos, la asamblea sobre el futuro de la Iglesia en la que votaron por primera vez también mujeres, donde se determinó que el debate debía continuar. De hecho, la segunda parte que concluirá el Sínodo este octubre permitirá concretar en mayor medida algunos de los temas tratados, también el de la acogida de la comunidad LGTBI dentro del catolicismo.
Pero esta semana, el Papa Francisco ha soltado varias perlas (a puerta cerrada) que tumban estos esfuerzos. Primero pidió a los obispos que no acogiesen en los seminarios a sacerdotes homosexuales porque ya había demasiado “mariconeo”. Solo tres días después, salta a la prensa italiana otro polémico comentario del Papa Francisco que habría dicho que “il chiacchiericcio”, los cotilleos, “son cosa de mujeres”. Y es que los hombres, que “son los que llevan los pantalones, somos nosotros los que tenemos que decir las cosas”. La Santa Sede tuvo que emitir un comunicado pidiendo perdón y asegurando que las intenciones no eran las de realizar un comentario “homófobo”. A día de hoy, no ha rectificado por el comentario machista.
Esto se una a las declaraciones, esta vez sí públicas, que el Papa Francisco ha dado a CBS News. Respondiendo a la pregunta de la periodista sobre la posibilidad de introducir, en un futuro en la Iglesia, diaconisas, Bergoglio responde: “Si se trata de diaconisas con Orden Sagrado, no”. A esa frase siguió otra: “Las mujeres son de gran servicio, tienen más coraje que los hombres, saben cómo proteger la vida”.
Su negativa parece bastante rotunda, a pesar de que en los meses precedentes se habían percibido señales positivas e incluso sor Linda Pocher, teóloga italiana que había asistido a un Consejo de Cardenales asesores del Papa, destacaba que el Pontífice estaba a favor de esta medida. Sin embargo, en este momento, lo que parece claro es que existe una gran diferencia entre los posibles deseos del Papa argentino y la práctica de la doctrina. Ese tira y afloja constante en su pontificado entre pasos adelante y frenos, entre la parte de la Iglesia que quiere avanzar y la que presiona para que algunas cosas no ocurran.
Una mayoría femenina
El germen de esta necesidad de cambio puede entenderse con un dato de 2020: el 80% de los miembros de la Iglesia son mujeres. La urgencia de repensar el rol femenino para el catolicismo es importante para garantizar su propia supervivencia. De hecho, muchas religiosas comparten su experiencia sobre el territorio, especialmente en la Iglesia más periférica, donde ya cumplen desde hace mucho tiempo importantes roles de poder en su comunidad. Lo explicaba hace unos meses ante la prensa extranjera en Roma sor Maamilifar M Porek, nacida en Ghana, misionera de Nuestra Señora de África y parte de la Unión Internacional de las Superiores Generales.
“Podemos pensar en el poder desde diferentes niveles, hay un poder personal, uno de comunidad y otro global. Nosotras, como mujeres religiosas, tenemos un poder y se trata de usarlo para realizar nuestro trabajo. Por ejemplo, de manera individual, puedo utilizar mi espacio de poder para hacer que las cosas ocurran”, dijo.
“El poder jerárquico es completamente diferente. Nosotras no tenemos ese tipo de poder, pero usamos nuestra capacidad de generar impacto sobre el territorio, porque lo importante es estar en la sociedad con los más vulnerables, cambiar las cosas”, añadió. Hablaba sobre el rol de las religiosas que, claramente, en la práctica supera ya el poder que la normativa religiosa les da. “Desde un cierto punto de vista somos incoherentes porque en el centro de la vida está la eucaristía que, igual que el sacramento del perdón, puede oficiar solo un hombre célibe y sacerdote. Estamos reduciendo enormemente la atención a la gente”, explica sor Luisa Berzosa, una de las españolas presentes en el Sínodo, muy activa en el debate de la mujer dentro de la Iglesia.
Ampliar el horizonte de las mujeres
Para ella lo importante de este debate es que se amplíe el horizonte. “Es verdad que las palabras del Papa fueron un parón inesperado. Pero creo que aún hay en su posición una oportunidad, que probablemente no es la ordenación, sino ampliar el espacio de la mujer en otros ministerios de poder. Esta es una cuestión de urgencia pastoral porque no hay curas, por un lado, y porque la igualdad entre el hombre y la mujer nos vino dada a todos con el bautismo”, explica Berzosa. Además, añade la religiosa, no se trata que de que las mujeres sustituyan a los hombres en sus puestos, llegar a ese lugar donde están ellos, “nosotras queremos conquistar nuestros propios espacios de poder”. Para ello hace falta tiempo porque, dice, “muchos lo tienen tan normalizado que no son conscientes”.
Pero el Papa Francisco, a pesar de que ha aumentado la cantidad de mujeres en los vértices del Estado Vaticano, en cargos de poder, sigue contando con el género femenino de forma aislada y en un contexto aún predominantemente masculino.
Fueron icónicas aquellas palabras en el congreso internacional de “Donne nella Chiesa” cuando dijo “La Iglesia es mujer: hija, esposa y madre”. Pero en el contexto actual el rol de la mujer va mucho más allá y ese marco es reducido para los tiempos que corren. Casi mil mujeres trabajan en la Ciudad del Vaticano, pero son solo el 4% del total. “Francisco no podrá hacer todo durante este pontificado, pero se ha abierto un camino”, indica Berzosa. Una de esas ventanas que el Papa argentino ha abierto en estos 11 años de pontificado, pero que no sabemos si conseguirá, o si querrá, convertir en una puerta de entrada. ¿Para que los cambios sean cimientos hace falta que se tomen su tiempo?