A su alrededor, mujeres. Diputadas y senadoras que hoy son mayoría de género en el total de los nuevos congresistas mexicanos; soldadas que la acompañaron; representantes de Estado, amigas, familia… y fue una de ellas le colocó la banda presidencial a Claudia Sheinbaum, la primera mujer presidenta.
No fue el mandatario saliente, Andrés Manuel López Obrador quien se la colocó, como era la tradición. Él se la pasó a Ifigenia Martínez, líder de la izquierda histórica y presidenta de la Mesa Directiva en la Cámara de Diputados, quien por su edad y por salud, dijo “ay, apenas puedo sostenerme” y la soltó rápidamente en las manos de la interesada.
Sheinbaum la recibió y fue una cadete quien se la terminó ajustando con primor sobre el vestido blanco en un acto cargado de símbolos: el pueblo, las mujeres, el orden, la lucha histórica encarnada por la diputada Martínez, de 94 años, una de las más férreas críticas de la corrupción y el autoritarismo.
Economista, política, académica, diplomática, Ifigenia Martínez, la primera mexicana graduada con maestría y doctorado en economía por la Universidad de Harvard se sentó a escuchar con un tanque de oxígeno en la misma tribuna donde hace décadas se plantó con una canasta de huevos como metáfora de lo que hacía falta en el Legislativo.
“Es tiempo de mujeres”, dijo Sheinbaum en cuanto arrancó su discurso. “Después de 503 años llegamos las mujeres y digo llegamos porque no llegó sola”. Hacia atrás, Leona Vicario, Margarita Meza, Adela Belarde, Dolores Jiménez, Las Sufragistas, Enriqueta Gonzalez Baz…; hacia adelante, una promesa con ella misma como emblema: “Soy madre, abuela, científica y mujer de fe y a partir de ahora, por la voluntad del pueblo, la presidenta de los Estados Unidos Mexicanos”.
Y así lanzó sus primeras dos flores oficiales hacia ellas: un subsidio para las mayores de 64 años y una garantía de poder en el entendido de que quien se adueña del discurso se apropia también de la realidad: “Hago una atenta invitación a decir presidenta con “A”, al igual que abogada, científica, soldada, bombera, doctora, maestra, ingeniera, con “A”, porque solo lo que se nombra, existe”.
Entre optimismo y promesas
Sobre los hombros de Sheinbaum, científica de 62 años, reposa desde este 1 de octubre la esperanza de los 35.9 millones que votaron por ella y la de sus críticos que retumbaron en voz de la diputada de oposición María Guadalupe Murguía, del Partido Acción Nacional.
En nombre de aquellos que no votaron por la presidenta pidió reconsiderar la importancia de los organismos públicos que servían de contrapesos al Gobierno y desapareció López Obrador; urgió a frenar la inseguridad que dejó en los últimos seis alrededor de 200 mil muertos y 120 mil desaparecidos; el desabasto de medicamentos y evitar que los jueces se elijan por voto popular, según dictó la Reforma Judicial aprobada recientemente.
En las calles de la Ciudad de México hubo cientos de manifestantes inconformes con esa reforma. Aparecieron como un grano en el arroz en la verbena popular que llenó el Zócalo el 1 de octubre que se marcó oficialmente como feriado en un acto que muchos calificaron de populista.
A pesar de todo, dijo la diputada Murguía, la oposición también buscará que México deje de ser pobre y “pase a ser clase media”. Para ello, agregó: “Extendemos la mano para lograr un mejor país, de usted depende la última palabra”.
Antes de responder a los posicionamientos de los diputados, la presidenta hizo varios guiños, entre ellos, a los jefes y representantes de Estado de 105 países por asistir al evento. No mencionó el desencuentro con Felipe VI, pero agradeció a los “diputados españoles” que asistieron y nombró a uno de ellos: Gerardo Pisarello, quien criticó la “arrogancia” del rey por no pedir disculpas por los abusos en contra de los indígenas en la Conquista.
“Es un honor estar con Claudia hoy”, corearon los diputados entre pausa y pausa en el primer discurso que no pasó por alto las odas a López Obrador. “Ha sido el mejor presidente” , “se retira como un demócrata”.
Después vinieron las promesas: seguir los subsidios que impulsó el mandatario saliente, ya a estudiantes, ya a agricultores o adultos mayores; también empujar otros más y continuar con el “Humanismo Mexicano” (enfocado en la igualdad y los derechos humanos), por tanto, aumentar otra vez el salario mínimo; la transformación energética y todo aquello que genera el cambio climático.
Contra la inseguridad, dejó claro que no regresará a la política frontal a la delincuencia de dos 2006 que promovió el entonces presidente derechista Felipe Calderón, sino que lo hará con investigación quirúrgica, inteligencia y el “combate a las causas, no las consecuencias”. A Canadá y Estados Unidos, sus principales socios comerciales, les dijo de frente que cuenten con ella para coordinarse, no para “subordinarse” y garantizó que respetarán las inversiones extranjeras y, por sobre todas las cosas, la libertad de expresión. “Somos demócratas, miente quien diga lo contrario”, remató antes de ir al Zócalo y festejar una nueva Era: el gobierno de una mujer.