El trumpismo convirtió a los demócratas en una máquina implacable. Consiguieron apartar a su líder a solo tres meses de las elecciones. Fue un acto colectivo orquestado, en el que el pragmatismo se impuso a las diferencias ideológicas. La convención en Chicago lo puso en evidencia, con las grandes figuras del partido atacando en secuencia a Donald Trump con su propia medicina: ridiculizándolo, haciéndolo pequeño.
Hace solo un mes que Joe Biden seguía negándose a renunciar a la reelección. Lo justificaba diciendo que tenía que acabar lo que empezó en 2020. La campaña a la reelección la construyó así sobre la premisa de que Donald Trump no era un candidato noble y representaba una amenaza existencial para la democracia, por eso tenía que seguir cuatro años más, para impedir que llegara a la Casa Blanca.
Esa fue la esencia del movimiento político que lideró Biden durante los últimos años al frente de los demócratas y que el propio Trump utilizó a su favor para consolidarse como una figura histórica. Esa estrategia, sin embargo, dio un giro completo esta semana, con Barack Obama y Bill Clinton tratando de rebajar su perfil diabólico al de un demagogo quejica, bocazas e inseguro, que tiene una puesta en escena obsoleta y repetida.
Hasta ahora, cuando los demócratas hacían causa contra Trump, tendían a poner en evidencia sus peores cualidades. Decían del republicano que es un hombre peligroso, odioso e ignorante, además de machista y racista. Y cuestionaban su patriotismo diciendo que era deshonesto y corrupto, que solo actuaba para proteger sus intereses personales y los de su familia. “Hizo todo lo posible durante años para que la gente nos tuviera miedo”, dijo ante la convención una Michelle Obama combativa.
La comparación de Obama
“Su limitada visión del mundo”, continuó, “le hizo verse amenazado por la existencia de dos personas muy trabajadoras y altamente formadas que resultan ser negras”, añadió al tiempo que Barack Obama señalaba después que Donald Trump solo busca que la gente piense que en EE UU no hay esperanza y que está sumida en el caos. “Es un viejo truco en política. Hemos visto esta película otras veces y sabemos que la secuela es peor”.
Hakeem Jeffreis, líder de los demócratas en el Congreso, tiró de la letra de una canción de Taylor Swift para hablar de las obsesiones de Donald Trump. Dijo que es como un ex novio que se empeña en retomar la relación cuando es evidente que no va a funcionar. También hizo algo similar Barack Obama, al compararle con un vecino que se pasa el día limpiando el jardín con un soplador de hojas para fastidiar.
El atentado que sufrió Trump en Butler abrió una reflexión sobre el grado que alcanzaron los ataques personales y la confrontación en política. “La mayoría de nosotros no quiere vivir en un país amargado y dividido”, reflexionaba Obama, “queremos algo mejor, queremos ser mejores”. Era un claro intento de llegar a los electores centristas o independientes que ya dieron su voto al republicano y que podrían estar considerando hacerlo otra vez.
Pero los discursos escuchados en las dos convenciones no hacen más que poner en evidencia la fragmentación que se vive en el país y evitan entrar en cuestiones que realmente afectan a la vida de la gente. Obama llegó incluso a ironizar con el tamaño de las partes íntimas del republicano para exponer su inseguridad, haciendo gestos con las manos y la cara al referirse a la obsesión que tiene con la asistencia a los mítines.
El nueva estrategia demócrata
Aunque el comentario de Obama fue recibido con aplausos y carcajadas, la forma de hacer política de Trump no es para reírse por la facilidad con la que manipula el mensaje sobre la raza y el género para así poder aprovechar en su propio beneficio los miedos del ciudadano. Biden lo expuso el lunes con un tono muy serio y en claro contraste con el de Obama. “Estamos en una batalla por el alma de EE UU”, repitió.
Desde la convención de Filadelfia hace ocho años, la estrategia de los demócratas era la de tratar de estar por encima de los insultos de Trump e ignorarlos. Ahora, en su lugar, el objetivo es hacerlo pequeño. Es una táctica similar a la empleada por Tim Walz antes de ser elegido por Kamala Harris como su acompañante en el boleto. El gobernador de Minnesota ya habla del republicano como un “tipo raro”, “cansado” y “sin energía”.
Bill Clinton, el maestro de los discursos, tampoco desaprovechó el momento para exponer otra vulnerabilidad del contrincante de Kamala Harris y de paso elevar la figura de la nominada demócrata: la diferencia de edad. “Hace dos días”, decía un punzante, “cumplí 78 años. Soy el más mayor en mi familia entre los que estamos vivos y aún así soy más jóven que Donald Trump”.
El explicador en jefe, como hace doce años llamó Obama a Clinton al exponer su agenda económica, añadió que Trump es como “uno de esos tenores tratando de abrir sus pulmones diciendo yo, yo, yo, yo”. Le hincaba así el diente al republicano por su narcisismo. Y en plan irónico decía que tenía una consistencia sin parangón al dividir a la gente, menospreciarla y culpar a los demás del caos que él crea y que milagrosamente cura. “Cuando Kamala sea presidenta empezará con el tú, tú, tú, tú”.
Trump, el dictador
La frustración de Donald Trump tras estos comentarios era evidente cuando subió al escenario en Asheboro, en el primer mitin que daba al aire libre desde el intento de magnicidio. “Ya sabéis que me dicen que me centre en las políticas, que no sea personal”, comentó tras una mampara de cristal blindado tratando de justificar los insultos que lanza contra Kamala Harris, “es esta gente la que se lo toma personal”.
En realidad, los discursos de Biden, Obama y Clinton coinciden en la esencia al advertir que Trump actuará como un dictador desde el primer día si llega a la Casa Blanca y que utilizará el Departamento de Justicia para perseguir a sus enemigos políticos. “Si empezamos a sentirnos cansados, si empezamos a sentir miedo, tenemos que levantarnos, echarnos agua en la cara y hacer algo”, emplazó la ex primera dama a los electores para que se movilicen.