La imagen de Kate Middleton caminando hacia la iglesia a la que la Familia Real británica acude prácticamente cada 25 de diciembre, en el condado inglés de Norfolk, cierra el círculo de un año de crisis para una institución golpeada por la enfermedad, justo cuando un nuevo reinado comenzaba a ganar tracción.
La última vez que la princesa de Gales había sido vista públicamente antes de su desaparición por motivos de salud había sido, precisamente, en el mismo paseíllo hace doce meses, por lo que su presencia el día de Navidad de este 2024 supone una clausura de etapa y la apertura de una nueva fase en su recuperación y en la estabilización de una monarquía que pone fin a un año tumultuoso.
La prioridad de la princesa de Gales
Ella misma ha reconocido que mantenerse libre de cáncer es su prioridad absoluta. Lo contó en el personalísimo vídeo en el que, en septiembre, revelaba en voz en off, sobre imágenes familiares inéditas, que había completado satisfactoriamente el tratamiento de quimioterapia preventiva al que tuvo que someterse tras la indeterminada operación abdominal que le fue realizada en enero. Planeada con antelación y anunciada al mundo al día siguiente de haber tenido lugar, aquella intervención marcó el arranque de una era de temblores e incertidumbre para la Casa Real, que se vio en la inédita tesitura de tener que lidiar en paralelo con la hospitalización de dos de sus figuras más destacadas, además de la princesa, el rey, y posteriormente con el doble diagnóstico de cáncer que ambos recibirían tras sus respectivas cirugías.
Dados sus diferentes roles, cada uno gestionó el pronóstico a su manera: Carlos III, primando su papel institucional, ofreciendo una inusual apertura para una corona que, tradicionalmente, ha tratado de mantener en privado la salud de sus miembros; y ella, dando máxima urgencia a la protección de sus tres hijos, de entre 10 y 5 años cuando recibió el dictamen. Todo en la estrategia pública de su enfermedad fue planeado para minimizar el impacto sobre los niños y, pese a las disparatadas conjeturas que durante semanas especularon, en ocasiones imprudentemente, sobre su paradero, Kate Middleton impuso personalmente sus tiempos y solo compartió su diagnosis una vez iniciadas las vacaciones escolares de Semana Santa, cuando la familia se retiró a su paraíso particular de Amner Hall, la casona con la que cuenta en Norfolk.
Nuevo manual de comunicación
La noticia ha supuesto un punto de inflexión en el modus operandi de la monarquía británica, no tanto por el anuncio del cáncer, sino por cómo fue revelado, haciendo trizas el anquilosado manual de comunicación palaciego, sin intermediarios, ni portavoces, ni comunicados oficiales. En un vídeo en el que hablaba directamente a la cámara, vestida de manera informal, con vaqueros y camiseta de rayas, sentada en un banco, visiblemente más delgada, pero con una sorprendente calma, Kate Middleton lograba apaciguar, en apenas dos minutos y medio, los temblores que durante semanas habían agitado los cimientos de la Casa Windsor. Alejada de la habitual proyección de efigie de glamur, silenciosa y casi enigmática, para muchos se trataba de la primera vez que oían su voz y la oleada de empatía generada se transformó en un mea culpa colectivo, desde los medios tradicionales, a las redes sociales y hasta algunos de los más escépticos con la Casa Real.
La estrategia dio, por tanto, resultado y ha brindado a la princesa de Gales un poder insólito en una institución marcada por la rigidez de reglas y una estructura jerárquica. El formato de cada anuncio, cada reaparición y cada acto en el que ha participado este año han sido decididos específicamente por ella, en función de sus intereses personales y de la pausada estrategia de regreso gradual a la vida pública. Sus dos primeras comparecencias fueron el desfile por la celebración oficial del cumpleaños de su suegro, en junio, en el que quiso expresamente estar para apoyar al rey; y la final de Wimbledon, una de sus citas preferidas, en la que cumplió, una vez más, con su papel de patrona del campeonato de tenis londinense.
Una imagen renovada
En ambas, Kate Middleton desplegó una versión más parecida a su imagen pública anterior, ataviada formalmente, proyectando sofisticación, pero dejó entrever una vulnerabilidad raramente percibida hasta entonces, tanto en el evidente nerviosismo de su esperada y escrutada reaparición, como en la evidente emoción generada por la entregada ovación con la que fue recibida en la pista central del All England Tennis Club, antes del inicio del partido en el que el español Carlos Alcaraz se haría con su segundo trofeo de Wimbledon.
Quienes la conocen dicen que, como acontece con la mayoría de pacientes, el cáncer la ha cambiado profundamente y su prioridad, más incluso que nunca, es casi exclusivamente su familia. Aún siendo consciente de su papel institucional, la nueva Kate Middleton prima el aspecto personal y, cuando ha decidido estar, ha sido por ocasiones con un notable significado para ella: desde la visita a Southport, la localidad inglesa donde tuvo lugar el trágico apuñalamiento múltiple que, en verano, se cobraba la vida de tres niñas de entre seis y nueve años; al llamado Domingo del Recuerdo, el homenaje que, cada noviembre, rinde tributo a los caídos en conflicto bélico.
Persona del año
Aquel fue, precisamente, su primer acto oficial y llevaba marcado en rojo en el calendario desde el anuncio de su enfermedad, al igual que el concierto navideño que, por cuarta vez, ha organizado este mes en la abadía de Westminster, un evento con una relevancia especial en esta edición, en la que la princesa escribió una personalísima carta en la que admitía el impacto que 2024 ha tenido para ella. La revista ‘Time’ la ha incluido en la lista de personas del año y, aunque el título recayó, finalmente, en Donald Trump, su mera presencia entre las candidaturas evidencia el viaje transformativo que los últimos doce meses han tenido para quien está llamada a convertirse en futura reina de Inglaterra.