Tras dos celebradas apariciones públicas y meses de frenesí especulativo, de tormentas mediáticas y de un acto de contrición colectiva, la princesa de Gales se retira de nuevo a su refugio particular, para continuar en privado su recuperación, alejada del foco informativo y de miradas curiosas. El par de ocasiones en que ha comparecido este año, separadas por apenas un mes de diferencia, serán las únicas que los devotos de la Familia Real británica tengan la oportunidad de verla este verano, ya que no está previsto que reaparezca de manera oficial, por lo menos, hasta una vez reiniciado el curso escolar.
Previsiblemente, su ausencia esta vez no causará una tempestad como la acaecida durante las semanas que transcurrieron entre su no especificada intervención abdominal a mediados de enero y el anuncio de que padecía cáncer el 22 de marzo, coincidiendo con el arranque de las vacaciones de Semana Santa de sus hijos. El saludable aspecto lucido en Wimbledon el 14 de julio, cuando fue testigo junto a su segunda hija, Carlota, y su única hermana, Pippa, de cómo el tenista español Carlos Alcaraz se hacía con su segundo torneo consecutivo en el All England Tennis Club, transmitió de manera sutil, pero directa, el mensaje que el Palacio de Kensington, la oficina de representación de ella y del príncipe Guillermo, quiere que cale: el de la relativa normalización, dentro de las extraordinarias circunstancias que rodean a Kate Middleton.
La ovación especial que recibió cuando accedió a las gradas de la pista central evidencia el apetito que, en ciertos círculos, hay por ver a la princesa, pero también la corriente de empatía que el trance de salud que atraviesa ha generado en una amplia mayoría de la sociedad británica. Con todo, las dos veces que ha sido vista en público desde su enfermedad no constituyen un reinicio formal de su agenda oficial, sino pasos tentativos para un regreso que dictará única y exclusivamente su evolución.
De hecho, la princesa compareció en las ocasiones en las que ella quiso estar, más por una vinculación personal que por un acto de servicio: el desfile oficial por el cumpleaños del rey, el llamado Trooping the Colour, al que acudió para acompañar a Carlos III, el suegro con el que comparte dolencia; y la final del campeonato de tenis londinense, no solo por ser patrona de la institución que lo organiza, sino porque asiste todos los años y es uno de los eventos que más satisfacción le genera.
Pero una vez superado el final de curso en Lambrook School, el colegio próximo a su residencia de Windsor donde estudian sus tres hijos, Kate Middleton y el resto de la familia desaparecen ahora del ojo público, como suelen hacer, por otra parte, cada vez que tienen lugar las vacaciones escolares de los niños, con quienes, según biógrafos reales, desean pasar el mayor tiempo posible mientras sus roles se lo permitan.
Este año, a diferencia de ocasiones anteriores, no viajarán al extranjero, precisamente por la enfermedad de la princesa, por el tratamiento que, según ella misma ha confirmado, continúa y por la prioridad otorgada a su recuperación. Como consecuencia, su destino será, una vez más, su retiro particular en Amner Hall, la casona en el campo inglés que Isabel II le había regalado a la pareja por su boda, situada en la finca real de Sandringham, en el condado de Norfolk. Fue allí donde se habían refugiado ya cuando el Palacio de Kensington difundió el famoso vídeo en el que Kate Middleton anunciaba al mundo su diagnóstico, y el lugar al que volvieron durante las vacaciones escolares de final de mayo, donde la propia princesa tomó las personalísimas fotografías que posteriormente se emplearían para conmemorar el Día del Padre (que en Reino Unido se celebra en junio) y el cumpleaños de su marido.
Adicionalmente, se espera que los cinco viajen también a las Highlands escocesas, para unirse a parte de la Familia Real en el castillo de Balmoral, una vez cierre sus puertas al público el 4 de agosto. Allí coincidirán con Carlos III y con la reina Camila, pero también con otros familiares particularmente cercanos para el príncipe Guillermo, como su prima Zara, hija de la princesa Ana, y su marido, el ex jugador de Rugby Mike Tindall, con quienes el heredero mantiene un vínculo especial y también tienen tres hijos.
Los destinos vacacionales suponen, de hecho, un intento, una vez más, de mantener un cierto sentido de normalidad, pese a los condicionantes derivados de la enfermedad de la princesa, reeditando así los planes que suelen organizar cada verano. El objetivo este 2024, más que nunca, es recargar tras un año especialmente difícil para la pareja, tanto a nivel institucional, como, sobre todo, personal. La propia Kate Middleton había reconocido en el vídeo donde anunciaba que padecía cáncer que los meses anteriores habían sido “increíblemente duros” y que el diagnóstico había tenido un “inmenso impacto”; y para su marido está el factor adicional de la enfermedad de su padre, cuya salud determinará inexorablemente el destino del príncipe.