Este martes 10 de septiembre, Día Mundial para la Prevención del Suicidio, compartiremos hashtags y memes, velas y concentraciones. Habrá especiales en algunos medios, como cada año, recordando cifras y recomendaciones que luego muy pocos atienden. El gobierno ya se ha apresurado a anunciar un plan de prevención, que, de nuevo, ha resultado no ser sino un compungido brindis al sol, con la propuesta de creación del enésimo observatorio para el año que viene (como los presupuestos).
Algunos descubrirán una realidad que ni habían imaginado; otros, incrédulos, pondrán en duda que el suicidio exista, fuera de casos raros y situaciones extremas que sólo les pasan a otros. Los supervivientes a un suicidio se sentirán un poco menos solos por unas horas, aunque a la vez se reabrirán las heridas y aparecerán de nuevo todos los fantasmas, para luego volver a plegarse cuidadosamente hasta el año próximo dentro de ese gran baúl llamado “Suicidio: el último tabú”.
El suicidio no es una enfermedad, es un comportamiento. Indeseable, porque produce la muerte de una persona, pero prevenible. Como los accidentes de tráfico. Sin embargo, éstos llevan décadas siendo objeto en España de un plan integral de prevención institucional, bien financiado y comunicado, que ha traído aparejado un notable descenso en su incidencia. Es decir, que la prevención ha sido eficaz. Pero para el suicidio, aún no. Apenas mínimas iniciativas diseminadas, cortoplacistas o miopes, muchas veces limitadas a producir folletos con fondos que deberían estar dedicados a una acción integrada.
El suicidio es una grave cuestión de salud pública sobre la que se requiere una política pública razonada, solvente y bien financiada de prevención, acompañamiento, asistencia y educación, como nos enseñan casos ejemplares de países que ya han actuado al respecto.
He de confesarles que ya he perdido la cuenta de las propuestas de elaboración y puesta en marcha de un Plan Nacional de Prevención del Suicidio que ha habido en España. Pero recuerdo muy bien la primera, que tuve el honor de redactar y registrar con UPyD en el Congreso de los Diputados en septiembre de 2012. Rosa Diez la defendió y fue aprobada por unanimidad.
Han pasado desde entonces doce años sin que ese Plan Nacional se acuerde, se financie, se ejecute, se supervise. Doce años en los que sólo han resultado alentadoras las iniciativas regionales, privadas o de la sociedad civil. El mundo entero ha cambiado mucho, y también el modo en que nos enfrentamos a este problema universal.
Por eso, hoy me gustaría ser muy práctica y concreta, y detallar al menos 14 razones para no demorar un día más el abordaje serio, profundo, del suicidio y su prevención:
1. La OMS reconoce que el suicidio es una prioridad de salud pública. Las muertes por suicidio en el mundo (entre 800.000 y un millón al año, unas 3.000 al día) son más que las causadas por todas las guerras y los asesinatos juntos. En la mayoría de países de Europa, incluida España, el número anual de suicidios supera al de víctimas de accidentes de tráfico. A pesar de que la propia OMS lo incluye dentro del Programa de Acción Mundial en Salud Mental, sólo 38 de los 194 países miembros cuentan con una estrategia nacional de prevención del suicidio. Y la realidad es que España no está entre ellos.
2. Desde que se han empezado a cuantificar, en España se consuman anualmente en torno a 3.500 suicidios, una cifra que se mantiene estable desde hace muchos años. En 2023, fueron casi 4.000, una tímida bajada de un 6,5% tras el incremento dramático de los años de la pandemia. En realidad, se trata sólo de los suicidios “oficiales”, constatados y certificados como tales. Nunca sabremos cuántas muertes consideradas “accidentales” (por intoxicación, ahogamiento, sofocación, armas de fuego, envenenamiento…) son en realidad muertes por suicidio. ¿Nos podemos permitir, queremos que se mantenga ese contador letal? ¿Diez, once personas cada día?
3. El suicidio es ya la primera causa de muerte externa entre los jóvenes de 15 a 29 años. El nuevo contexto global que nos da internet es a la vez un enorme reto y una gran oportunidad de compatibilizar la vigilancia con la abolición de prejuicios. Es la herramienta más poderosa, inserta en la vida diaria de nuestros jóvenes, a la hora de que encuentren no solo franqueza y eficacia, sino también ayuda y referentes.
4. Con diferencia, el principal factor de riesgo de suicidio es un intento previo de suicidio. Por cada suicidio consumado, se calcula que hay al menos 20 intentos. Esto significa que existen al menos 20 millones de intentos de suicidio cada año en el mundo. Unos 80.000 en España. Hoy mismo, habrá más de 200 intentos en nuestro país. ¿No les parece insoportable? Sin embargo, el seguimiento estrecho de los intentos no está sistematizado.
5. La buena voluntad de instituciones, medios y agentes sociales es imprescindible, pero no suficiente: estamos obligados a cumplir nuestros compromisos. En el Plan de Acción sobre Salud Mental 2013-2030, los Estados Miembros de la OMS nos comprometimos a trabajar para alcanzar la meta mundial de reducir las tasas nacionales de suicidios en un tercio para 2030.
6. La invisibilidad y el silencio sólo incrementan la carga de dolor, soledad e incomprensión de las personas afectadas, y permiten a los poderes públicos mirar hacia otro lado al negar su mera existencia. Visibilizar y abolir prejuicios y mitos es el primer paso para poder abordar medidas preventivas, como ya ha ocurrido en otros países de nuestro entorno.
7. Para afrontarlo, hay que llamar al suicidio por su nombre, compartirlo e informar como es debido. Basta ya de justificaciones para no hacerlo o hacerlo mal, apelando a esas falsas creencias que no son más que excusas acomodaticias: la máxima autoridad mundial al respecto, la Organización Mundial de la Salud, instruye muy claramente acerca de cómo, cuándo y con qué elementos debe abordarse la información responsable. Se trate de medios de comunicación (muy especialmente, por su influencia clave), educadores o instituciones.
8. Experimentar violencia, abusos, pérdidas y aislamiento es un factor coadyuvante esencial. Y la vulnerabilidad añadida de la discriminación: personas LGBTI, con discapacidad, reclusas, refugiadas y migrantes… El bullying es el acoso de toda la vida al diferente, al débil. No puede recaer en la víctima acosada la responsabilidad de denunciar y defenderse: nos corresponde a todo el entorno consolidar un frente común.
9. La salud mental sigue siendo objeto de frivolización, menoscabo e incluso estigmatización. La depresión, factor de mayor incidencia en las conductas suicidas, es la principal causa global de discapacidad y afecta a más de 300 millones de personas en todo el mundo. Debe ser tratada eficazmente y respetada como tal.
10. Es esencial la inversión en investigación sobre nuevos programas y tratamientos, incluyendo los prometedores avances logrados con Inteligencia Artificial. La identificación y atención temprana de los problemas de salud mental y trastornos emocionales es un factor esencial para la prevención del suicidio.
11. Está en nuestras manos también restringir el acceso a medios de suicidio (plaguicidas, armas de fuego y ciertos medicamentos) e introducir políticas orientadas a reducir el consumo nocivo de alcohol.
12. Tanto a nivel académico como profesional multidisciplinar, existe todavía un gran vacío en lo que se refiere a la capacitación del personal para la evaluación y gestión de conductas suicidas, para el seguimiento de los intentos y la prestación de apoyo comunitario.
13. Los tabúes solo se vencen hablando de ellos con cuidado y sin prejuicios en los espacios públicos que compartimos. Escuelas, institutos, universidades, lugares de trabajo… No hace tanto que resultaba inconcebible hablar abiertamente de maltrato o abuso sexual, ¿recuerdan?
14. Y, por supuesto, es más que factible y razonablemente sencillo hacer algo que parece obvio: difundir al máximo una guía básica de alertas que permita reconocer, detectar e intervenir en la voluntad suicida, que indique qué hacer y con quién contactar en cada caso. De forma simple, seria y sistemática. Porque las señales se repiten, y la lista de comportamientos que deben encender la alarma y promover la acción es corta. Y los seres humanos somos muy parecidos hasta en esto.