Vladimir Lenin, el líder de la Revolución Rusa, es conocido por su intensa actividad política y sus ideas revolucionarias, pero menos explorada es su vida amorosa, la cual revela facetas de su personalidad que van desde un aparente machismo hasta una forma de vida amorosa que algunos hoy en día podrían describir como “poliamorosa”.
En un principio y a nivel personal, dejó su libido a un lado en favor de la Revolución y, a pesar de que se rodeaba de «compañeras», jamás creyó en la liberación sexual de la mujer.
Pero no solo eso, sino que este mito de la URSS también vivió una buena parte de su edad adulta a costa de su madre, de quien dependía económicamente, y, según una nueva biografía sobre su figura, carecía de amistades masculinas debido a que solía cambiar drásticamente de opinión.
Danilkin, autor de una biografía sobre Lenin publicada en 2017, opina que los continuos “cuidados” de su madre y de su hermana lo volvieron caprichoso: «Este apoyo femenino del cual se vio rodeado le parecía tan habitual y obvio que los esfuerzos de quienes le mimaban apenas merecían su gratitud».
Más allá de su engreimiento machista, Lenin mantuvo una relación no solo con su esposa Nadezhda Krúpskaya, sino también con la revolucionaria Inessa Armand, en lo que algunos historiadores consideran uno de los triángulos amorosos más comentados del comunismo.
La esposa devota: Nadezhda Krúpskaya
En 1894, Vladímir Lenin asistió a una reunión clandestina en San Petersburgo, donde conoció a Nadezhda Krúpskaya, conocida como Nadia, una joven maestra de una escuela nocturna para obreros de un barrio miserable. Ella ya era una activista marxista entonces y por ello fue condenada en 1898 a tres años de exilio en Siberia. También cumplió allí condena Lenin por la misma razón. Y ese mismo año, se casaron.
Pero Nadia fue mucho más que la esposa de Lenin. Educadora y activista política, estuvo a su lado en el exilio y en los momentos más duros de la revolución. Sin embargo, la relación entre ambos era compleja y, según muchos historiadores, fría. Krúpskaya parecía aceptar el rol de esposa política y soportar la distancia emocional de Lenin. A pesar de la fuerza que tenía en su papel como compañera política, su relación estaba marcada por un machismo que en muchos aspectos era común en la época, pero sorprendente en una figura que defendía la emancipación de las mujeres en el ámbito social.
Tras el exilio en Siberia su amor se “asentó”: desapareció el factor pasional y se convirtieron en compañeros, algo que Nadia sufría enormemente. Por el contrario, el revolucionario prefería dedicar las horas que podría haber invertido en sus relaciones íntimas a la Revolución.
Inessa Armand: la amante revolucionaria
Por si aquella humillación no fuese suficiente para Nadia, la esposa de Lenin tuvo que ver cómo su marido se echaba una amante frente a sus narices durante la estancia de ambos en París. La nueva pareja del revolucionario fue Inessa Armand, una mujer cuatro años menor que él que cautivó instantáneamente al joven bolchevique. Lo más preocupante es que la mujer que había pasado más de tres años en Siberia junto a Vladimir tuvo que convivir desde ese momento junto a la amante de su esposo.
Inessa Armand, la otra pieza del triángulo, era una apasionada revolucionaria de origen francés. Su relación fue más intensa y afectuosa, y algunos historiadores sostienen que Lenin encontraba en ella una inspiración y una libertad emocional que no podía experimentar con Krúpskaya. Las cartas entre Lenin e Inessa, descubiertas años después, revelan una complicidad y ternura poco vistas en sus otras relaciones. Armand representaba una figura que combinaba el amor romántico con la camaradería revolucionaria, y su influencia sobre Lenin fue, en muchos sentidos, significativa en sus ideas sobre la mujer y el amor.
Una relación fuera de lo convencional
Lo que hoy en día se podría considerar como una relación poliamorosa, en ese entonces era percibido con discreción y, en cierta medida, represión. Lenin era un hombre privado en temas personales, y el carácter de estas relaciones sugiere una dualidad entre su fervor revolucionario y su moral conservadora. Esta paradoja queda patente en su machismo subyacente y en una represión sexual que se entremezclaba con su vida política. Aunque no se hablaba abiertamente de estas relaciones, la naturaleza de su vínculo con Inessa y Nadezhda muestra a un Lenin que no encajaba del todo con el perfil de un hombre completamente progresista en cuestiones de género y sexualidad.
El “poliamor” de Lenin no era el mismo que conocemos hoy, pues no respondía a un deseo de ruptura de las normas convencionales en el amor, sino a una necesidad de equilibrio entre su vida emocional y política. Este trío amoroso revela las contradicciones de un hombre que, aunque promovía la emancipación de las mujeres, no siempre aplicaba esos ideales en su vida privada. El Lenin político y el Lenin personal representaban dos facetas que, en muchos sentidos, eran irreconciliables. Un paralelismo claro con otra figura de izquierdas que ha querido hacer también la revolución y se ha valido del feminismo para crecer políticamente mientras de puertas para adentro seguía manteniendo actitudes machistas: Íñigo Errejón.