La iniciativa asumida por la princesa de Gales para preparar el terreno para su primera aparición desde que en marzo anunciara que padece cáncer, le devuelve, una vez más, el control sobre la narrativa y el dominio de los tiempos. Quien durante años había sido, probablemente, la mujer más fotografiada del mundo es consciente del interés que genera cada uno de sus movimientos y, sobre todo, de cómo su enfermedad ha disparado hasta el delirio la fascinación que generaba en ciertos segmentos de la sociedad británica y notablemente del universo virtual.
El “tiempo, espacio y privacidad” que Kate Middleton reclamaba en el personalísimo vídeo de hace apenas tres meses han sido relativamente respetados en un Reino Unido que se encuentra en territorio inexplorado, con dos de las figuras más destacadas de la Casa Real, el actual monarca y la futura reina, afectadas por el cáncer. Pero sabedora de que la tregua tendría que llegar, tarde o temprano, a su fin, la princesa ha querido, de nuevo, ser ella quien controla el mensaje, el alcance de la información facilitada y, especialmente, cómo se difunde.
Frente al anquilosado jargón real, las vetustas circulares palaciegas, Middleton ha reescrito, con el control milimétrico de la gestión pública de su enfermedad, el manual de comunicación de una monarquía británica que no siempre ha sabido interpretar el signo de los tiempos y la temperatura de la calle. Poniéndose a ella como protagonista exclusiva de un trance que, después de todo, es estrictamente personal, escapa del patrón de los mandarines de palacio que, tradicionalmente, han trazado cada maniobra y cada palabra de una de las instituciones más reconocibles del planeta.
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Su aparición en carroza en el popularmente conocido como Trooping the Colour, el desfile anual de conmemoración del cumpleaños del rey, acompañada de sus tres hijos, su máxima prioridad en cómo ha dirigido su exposición pública, le permite responder, de manera directa e irrevocable, a los rumores que durante meses han rodeado su salud, su paradero, su estado. Y lo hace sin parches, sin espacio para los eufemismos: admite que tiene días “buenos y malos”, dice que ha hecho progresos, pero que no está “fuera de peligro”; avanza que la veremos en otros compromisos este verano, si bien advierte de que no estamos ante un regreso formal a la vida pública.
Como resultado, el argot habitual de la Casa Real, escueto hasta rozar lo críptico, impersonal y esterilizado, da paso, en boca de Middleton, a una retórica más humana, por resolución específica de la princesa, que confiesa sensaciones raramente expresadas en el rígido lenguaje de la factoría Windsor: habla de cómo, en las jornadas más complicadas de la quimioterapia, se siente “débil, cansada” y en necesidad de “reposar”; reconoce que ha tenido que “aprender a ser paciente” y no esconde la angustia que le genera la “incertidumbre”. “Tengo que afrontar cada día como viene, escuchando a mi cuerpo y permitiéndome a mí misma el muy necesario tiempo de sanar”, según explica en el mensaje donde anunciaba su primera salida pública desde que, en diciembre, acudiese con el resto de su familia a la tradicional misa del día de Navidad en Sandringham, en el condado inglés de Norfolk.
Con todo, la nota preponderante de su presencia en el desfile es de cauto optimismo. No se trata de algo decidido en las 24 horas previas, sino que llevaba semanas en preparación, siempre dependiendo de la evolución de Middleton. El manto protector que su círculo ha erigido en torno a ella traza dos líneas rojas innegociables e infranqueables: los datos concretos sobre la naturaleza y la duración del tratamiento, así como del tipo de cáncer, y sus tres hijos, Jorge, Carlota y Luis, cuya privacidad ante la enfermedad de su madre es sagrada para los príncipes de Gales.
De hecho, la calculada reaparición es decisión exclusiva de ella, sostenida por el mismo razonamiento que venía aplicando hasta ahora, el del bienestar de los niños. En marzo había esperado a que comenzasen las vacaciones escolares antes de difundir al mundo su diagnóstico, pese al frenesí de las teorías conspiratorias que llevaban semanas circulando sobre qué le ocurría en realidad; y ahora, acompañándolos en el más importante y colorido de los eventos del calendario real anual, la princesa se asegura de que sus hijos, de entre 10 y 6 años, cuentan con su amparo a la hora de afrontar lo que también supone la primera reaparición pública de los tres juntos, tras la enfermedad de su madre.
Es por ello que tanto Middleton, como el Palacio de Kensington, la oficina que la representa, han reiterado que no se trata de la esperada vuelta definitiva, si bien la lectura es positiva y supone un alentador mensaje para los miles que, como ella, conviven diariamente con el cáncer. Probablemente, la mejor metáfora del camino a la recuperación es el contraste entre las dos ocasiones en las que este año hemos visto a la princesa: de la ropa informal, con jersey de rayas y vaqueros, que vestía cuando anunció su diagnóstico, a su versión más ceremonial en el Trooping the Colour, en carroza, con un vestido blanco con toques negros de la diseñadora británica Jenny Packham y tocado, una antítesis que arroja un halo de luz ante el confesado peso de la enfermedad sobre la realidad cotidiana.