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El nuevo paradigma: de la guerra fría a la paz caliente

Un activista sostiene un cartel durante el evento 'Stand with Ukraine' en West Palm Beach, Florida, EE. UU., el 23 de febrero de 2025. EFE/EPA/CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH

La caída del muro de Berlín marcó la Era que ahora parece estar terminando, la cual vale la pena rememorar para intentar entender el inquietante tiempo actual y el incierto futuro inmediato. La implosión de la URSS fue el triunfo definitivo del sistema capitalista frente al comunismo, lo que Fukuyama bautizó luego como el “Fin de Historia”, inspirado en la dialéctica de Hegel. Una síntesis definitiva ya sin antítesis.

Pero había que tomarse más en serio la dialéctica del amo y el esclavo. Occidente entró en la decadencia del amo, mientras que el derrotado eje comunista se emancipó. La democracia liberal está cuestionada culturalmente como paradigma y en franco retroceso, incluso en Occidente. La antítesis que la reta proviene del esclavo, de los derrotados hace treinta y cinco años cuando cayó el muro. Se trata de un capitalismo de Estado que ya no promete la igualdad comunista, sino directamente un Estado fuerte y “eficiente” frente a las “debilidades” de la democracia liberal. No es ni siquiera un autoritarismo ilustrado, sino más bien un absolutismo conservador que no tiene más ideología que la fuerza. En este paradigma, sin nombre propio, no hay ni pluralismo ni alternancia en el poder. Tampoco derechos humanos, civiles o fundamentales.

Tras la caída del muro

Después de la caída del muro de Berlín, la izquierda abandonó a la clase trabajadora como sujeto político. Como dijo Revel, dejaron de prometer el paraíso comunista para enfocarse en condenar el infierno capitalista. Abandonaron el discurso trasversal de la economía y el salario, para coleccionar colectivos minoritarios bajo el formato vertical de las identidades. Y así crearon su nueva utopía, porque la izquierda es también populista, aunque no se diga tanto. Lo llamaron progresismo y lo llevaron, como siempre, al extremo, cancelando y censurando a los adversarios. Impusieron su verdad como la única posible, con un autoritarismo barnizado con buenismo.

Y esto pasó justo después de la crisis económica mundial de 2008. Que después del fallo más grande del sistema capitalista se haya dejado de hablar de economía, es una casualidad demasiado conveniente para esas grandes fortunas que no han parado de crecer desde entonces, mientras la clase media se empobrece sostenidamente. Este vacío es el que viene capitalizando la derecha más extrema en Occidente para llegar al poder, con el voto de la clase trabajadora abandonada por una izquierda acomplejada todavía con el fracaso del dogma marxista. Pero el debate público sigue enfrascado en una batalla cultural que camufla la crisis económica global. Que las pajitas sean de plástico o de papel no cambiará nada.

La economía familiar

Increíble que sigamos sin hablar del sistema económico, normalizando que los hijos mejores formados que sus padres no puedan tener ni la cuarta parte del patrimonio de estos. La precarización del salario y la inviabilidad económica de una longevidad en aumento, en medio de una revolución tecnológica que apenas comienza y promete hacernos a todos obsoletos, son temas que no se debaten en ningún lado. Pasamos de hablar del cambio climático a hablar de la migración, cuando el verdadero problema es la economía familiar.

Si la tasa de natalidad es baja en Occidente es porque tener hijos es un lujo que no pueden darse la mayoría de los jóvenes y no tan jóvenes. El tema del aborto tiene mucho más que ver con economía que con religión. Se debate qué es ser mujer y que no, pero poco se habla de la paridad salarial. Para beneficio de los pocos que salen ganando, se habla de todo menos de la crisis económica, que es el caldo de cultivo para los populismos de lado y lado. Soluciones fáciles a problemas falsos. Y la mayor de las ironías, ambos extremos populistas convergen en un mismo territorio: Rusia.

La pinza Washington-Moscú

La historia no se acabó con la caída del muro de Berlín y tres décadas después el amo decadente sucumbe frente al esclavo fortalecido. De hecho, Estados Unidos acaba de votar en la ONU junto a Rusia y contra Europa en beneficio de Vladimir Putin y sus pretensiones imperiales. Quizás en las posturas de Giorgia Meloni y Emmanuel Macron pueda encontrase la fórmula occidentalista que supere el debate ideológico para dar esta nueva batalla por la libertad en términos liberales.