Tribuna

El imperialismo de Trump: el mundo será americano o no será

Como en los negocios, Trump concibe la diplomacia en términos de tratos y, dados los resultados electorales de su presidencia, eso es lo que quieren los estadounidenses

Trump
Las aspiraciones soberanistas de Donald Trump KiloyCuarto

Hace unos días, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, reiteró sus ambiciones territoriales, mencionando el Canal de Panamá, Canadá y Groenlandia. No descartó la idea de la coerción para salirse con la suya. Con sus reivindicaciones territoriales, Trump hace gala de una concepción geopolítica de otra época en la que el mundo aún no estaba globalizado y Estados Unidos dominaba algo más de un tercio del planeta, frente a la URSS. Sin embargo, en cierto modo, nadie ha escuchado -o querido entender- lo que Donald Trump viene repitiendo una y otra vez: “El mundo será estadounidense o no será”.

Partiendo de esta idea, el nuevo presidente de Estados Unidos jugará la balanza del poder con los miembros de la comunidad internacional, tanto amigos como no amigos. Como en los negocios, concibe la diplomacia en términos de tratos y, dados los resultados electorales de su presidencia, eso es lo que quieren los estadounidenses.

“Edad de oro”

En realidad, el trumpismo se ha tergiversado a menudo como aislacionismo. Aunque esta tendencia existe en un sector de la derecha estadounidense, no dice nada de las ambiciones territoriales que alberga el presidente electo. La idea de la expansión estadounidense validaría la promesa de una “edad de oro” hecha a los votantes. Como se dice que Estados Unidos es víctima de su generosidad e ingenuidad, hay que corregir esta injusticia. El primer ejemplo sería el Canal de Panamá. Donald Trump volvió a hablar largo y tendido de la construcción faraónica de esta obra, que valdría “más de un billón de dólares a precios de hoy” (966.000 millones de euros). El presidente electo citó el número de trabajadores que murieron de malaria en la obra (38.000) antes de denunciar la decisión del demócrata Jimmy Carter en 1977 de transferir el control del canal.

Donald Trump y Groenlandia - Internacional

Un montaje con Donald Trump y, al fondo, el mapa de Groenlandia

La doctrina Monroe

Trump está volviendo al imperialismo de Theodore Roosevelt, que se basaba en la doctrina geopolítica Monroe. Ésta hizo del “hemisferio occidental” una zona de hegemonía estadounidense, que en su momento se reinterpretó en sentido ofensivo, llevando a Estados Unidos a hacerse con el control de Alaska en 1867, Cuba, Puerto Rico, Filipinas -liberada de los españoles en 1898- y Panamá, donde se completó el canal en 1914. Un aire de déjà vu. Fue la Edad Dorada, que comenzó tras la Guerra Civil estadounidense, y con la que sueña Donald Trump: está hecha de fortunas colosales, corrupción generalizada y políticas introspectivas con aranceles que protegían la industria estadounidense y hacían que no hubiera impuesto sobre la renta. Como resultado, Estados Unidos creó un territorio protegido que abarcaba medio planeta, desde Alaska hasta el Cabo de Hornos, desde el Caribe hasta el Pacífico y Filipinas.

En aquella época, lo hizo para protegerse de los europeos y los japoneses. Ciento veinte años después, Donald Trump quiere hacer lo mismo, con Groenlandia tan rica en recursos minerales como lo fue Alaska, y tan estratégica militarmente como permite el estrecho de Bering para bloquear el Ártico libre de hielo y controlar a los rusos.

Rebautizar el Golfo de México

En cuanto al Canal de Panamá, devuelto en 1999 de acuerdo con el compromiso adquirido por Jimmy Carter en 1977, es igual de estratégico, pero los estadounidenses están preocupados: su explotación ha sido delegada en una empresa china sospechosa de espionaje por los trumpistas; el flujo de tráfico se ha reducido por la sequía provocada por el calentamiento global -las esclusas tienen que expulsar agua dulce al mar con cada paso-. En ambos casos, Estados Unidos invoca su seguridad, por lo que las amenazas de Trump no se descartan de plano. Su deseo de rebautizar el “Golfo de México” como “Golfo de América” resume su ambición: transformar su zona de influencia en una hegemonía.

Claudia

La presidenta de México Claudia Sheinbaum y el presidente electo Donald Trump

Aunque aún no ha jurado como presidente, los comentarios de Trump legitiman los métodos de otros imperialistas como Vladimir Putin y Xi Jinping. De hecho, recientemente se negó a descartar el uso de Fuerzas Armadas en Groenlandia y Panamá -donde, por cierto, Estados Unidos ya había intervenido en 1989 para derrocar a Manuel Noriega-. Pretender imponer la hegemonía por la fuerza de las armas, aunque no sea más que retórica provocadora, no puede sino legitimar los métodos de Putin y su guerra de conquista en Ucrania.

El deshielo del Ártico

Dicho esto, los retos estratégicos de Trump no son menos reales en un momento de creciente rivalidad con Rusia y China. Esto es especialmente cierto en el caso de Groenlandia, cuya posición geoestratégica es cada vez más importante. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ya había establecido una gran base aérea y naval en Thule, en el extremo norte, para contrarrestar la amenaza de Moscú. La URSS, entonces como ahora Rusia, posee con diferencia la mayor costa del océano Ártico, con unos 14 millones de kilómetros cuadrados. Es el más pequeño de los océanos, pero su importancia es cada vez más evidente. Algunos ya lo han bautizado como el “Mediterráneo septentrional”. Está bordeado por ocho Estados ribereños o vecinos (Estados Unidos, Canadá, Dinamarca, Noruega, Suecia, Islandia, Finlandia y Rusia) que son miembros del Consejo Ártico, donde China tiene estatuto de observador.

Estados Unidos

Donald Trump y sus aspiraciones petrolíferas: “Drill, baby drill”

El calentamiento global en el Ártico es tres veces más rápido que en el resto del mundo. En 2030, el océano Ártico podría estar libre de hielo marino durante el verano y, por tanto, totalmente abierto a la navegación. La cuestión de la seguridad es, pues, crucial, y no sólo para Estados Unidos. Donald Trump quiere obligar a los occidentales a darse cuenta de ello, y de que el mundo servirá los intereses de una América más grande aún.