En un momento en que el mundo está convulsionado por los aranceles casi universales de Trump -que afectan a 186 países- y las precarias nuevas alianzas geopolíticas, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, ha asumido un peligroso papel -políticamente hablando- en la escena internacional y europea. En el espacio de unas horas, se ha convertido en amigo del emperador Xi Jin Ping y enemigo del imperialista Donald Trump. Son malas noticias para España y para la Unión Europea.
Para los españoles en primer lugar, el viaje de Sánchez al País del Sol Naciente y sus declaraciones «equidistante entre EEUU y China» no son desde luego un buen negocio para las empresas españolas que intentan resistir las consecuencias aduaneras de Trump, que no aprecia a los chinos ni a nadie que se niegue a lamerle el trasero. El ego del presidente del Gobierno español no será suficiente para protegerlas de la vindicta de Trump y de las sanciones estadounidenses impuestas a España. El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, ha descrito el acercamiento hispano-chino como «cavar tu propia tumba». El «gran timonel» español dijo que Europa -y por tanto España- debe cambiar su forma de mirar a China y, a la inversa, se mostró convencido de que su país puede jugar un papel en la construcción de alianzas más equilibradas entre China y EEUU.

Mientras tanto, la balanza comercial España-China es claramente favorable a los chinos. España tiene un gran desequilibrio comercial con China, su cuarto socio comercial, al que compra el equivalente a 45.000 millones de euros en bienes por sólo unos 7.400 millones en exportaciones. ¿Qué capacidad tiene Sánchez para equilibrar la situación con el gigante de Pekín? El líder español se esfuerza por atraer a más inversores chinos, sobre todo en el campo de las tecnologías verdes, siguiendo el ejemplo del fabricante chino de automóviles Chery, que abrirá una planta en Barcelona en 2024 para producir sus coches eléctricos. Otro gran fabricante, BYD, está interesado en una nueva inversión en Europa, además de la ya realizada en Hungría, y España podría ser el candidato ideal.
¿Su mirada blanda hacia uno de los peores regímenes políticos contra las libertades fundamentales y los derechos humanos garantizará el acceso de China a los inversores españoles? Los obstáculos económicos son importantes, sobre todo en términos de competitividad, y la España de Pedro Sánchez está aún lejos de estar al mismo nivel que la China de Xi Jin Ping.
Por otro lado, la «revolución cultural» del jefe del Gobierno español -una referencia a la de Mao Tse Dung- hace de España una base ideal para que las empresas chinas operen en terceros mercados -los países latinoamericanos, por ejemplo-. Abrir los brazos a los inversores chinos significa crear una dependencia de las decisiones que se tomen en Pekín, más geoeconómicas que empíricas. En otras palabras, hacer de China un socio económico clave para España es, en realidad, hacer de España una tierra de conquista para los asiáticos. Varios países africanos son conscientes de ello.
Para la Unión Europea, la gira de Sánchez por Asia no coincide con la estrategia europea para responder a la agresión de Estados Unidos en el ámbito aduanero, en un contexto más global en el que la Rusia de Putin busca destruir Europa y la China de Xi Jin Ping está a punto de «invadir» el mercado europeo porque no puede vender sus stocks en los supermercados estadounidenses.
En septiembre de 2024, cuando Pedro Sánchez se reunió con Xi Jinping, las tensiones eran máximas entre Pekín y Bruselas tras la decisión de la Comisión Europea de gravar en exceso los vehículos eléctricos chinos. China tomó represalias abriendo una investigación sobre las importaciones de carne de cerdo procedentes de la UE, lo que preocupaba a España, el mayor exportador europeo de productos porcinos. En Pekín, el Presidente del Gobierno español pidió un «orden comercial justo».

Pedro Sánchez intenta presentarse como un puente entre Bruselas y China y como una de las voces que abogan por el pragmatismo y por centrarse en la economía. Pero este nuevo viaje, apenas siete meses después del anterior, plantea interrogantes a nivel europeo. Es un error intentar sustituir a Estados Unidos por China de la noche a la mañana, sin coordinar la política exterior de la UE. Es cierto que el viaje de Sánchez se produce en un contexto de tímida apertura de la UE hacia China, tras numerosas acusaciones recíprocas de prácticas desleales.
El Comisario europeo de Comercio, Maros Sefcovic, visitó recientemente Pekín para promover una relación comercial más equilibrada y cooperativa. China es el segundo socio comercial de la UE, con un comercio bilateral entre ambos bloques de 730.000 millones de euros anuales.
El Gobierno español desea establecer una relación estratégica con China. El tiempo dirá si la odisea china de Sánchez ha contribuido a un acercamiento entre Bruselas (junto con Madrid) y Pekín, sin provocar un enfado trumpiano contra todo lo que pueda recordarle a los rollitos de primavera y la tortilla de patatas.