La conversión de Asma al Asad de “rosa del desierto”, definición de la revista Vogue apenas semanas antes del inicio de la guerra civil en Siria, a “dama de la muerte”, apodo de los críticos del régimen de terror presidido por su marido, el ya expresidente Bachar al Asad, constituye una fatídica moraleja del descenso a los infiernos de la dinastía que durante medio siglo gobernó el país asiático con puño de hierro. Su complicidad con las atrocidades cometidas en los 13 años de conflicto le habían generado ya sanciones en su país natal, pero ahora Reino Unido se ha encargado de advertir públicamente de que la mujer del dictador “no es bienvenida”, tras la huida de emergencia precipitada por el triunfo de la revolución liderada por HTS.
El destino de Asma al Asad es tan incierto como el del país que ha dejado atrás, en el que pasó de ser la esposa marginada por su familia política a consolidarse, gradualmente, como matriarca de una administración más próxima a una estructura mafiosa. Comparada con María Antonieta, la reina entregada al hedonismo hasta que la revolución francesa acabó con su cuello en la guillotina, la reciente primera dama de Siria tejió una tupida red de influencias que la llevó a lucrarse personalmente a través de herramientas como la Organización para el Desarrollo de Siria, la organización creada por ella para centralizar los fondos procedentes del exterior.
Así funcionaba su trama
No se trataba tan solo de riqueza, aunque la fortuna financiera se contabilizaba en millones. Asma al Asad estableció una compleja malla de poder que incluía desde miembros del Ejecutivo que sabían que su suerte dependía del beneplácito de la primera dama, a señores de la guerra. Los favores se pagaban habitualmente con maletas llenas de dinero que se repartían con asiduidad entre las diferentes entidades con las que estaba asociada. Su ascenso gradual hasta convertirse en una de las figuras clave del régimen la llevó a ser considerada como potencial sucesora de su marido. Finalmente, lo único que les quedará por compartir es el exilio.
Su ambición había aflorado ya en los años previos a su matrimonio, durante su periplo como experta de Fusiones y Adquisiciones en el gigante financiero estadounidense J.P. Morgan, firma que la llevó a trabajar en Londres, París y Nueva York, habitualmente en prolongadas jornadas laborales que implicaban, a veces, dormir en la oficina. Pese a su dedicación, un día desapareció durante tres semanas y, al volver, confesó que se había enamorado de un sirio que le había pedido matrimonio en pleno desierto del Sahara. Su dimisión fue acompañada de su renuncia a la plaza que acababa de obtener en la Escuela de Negocios de Harvard, una decisión que, según contaría en una entrevista años después, nunca lamentó: “¿Quién elegiría Harvard por encima del amor?”.
Vida ostentosa
Pero no fue solo amor lo que le granjeó su mudanza a Siria, pese a la vida relativamente normal que la familia vivía al principio. En lugar del lujoso palacio presidencial, la familia eligió inicialmente un apartamento desde el que llevaban personalmente en coche a sus hijos a una escuela Montessori cercana, si bien la demanda de costosos trajes procedentes de Londres o París nunca cesó, como tampoco la compra de arte, mobiliario exclusivo y otros excesos opulentos que se hacía traer de Europa a través de intermediarios, y asiduamente bajo nombres falsos.
Según miles de correos revelados por WikiLeaks, incluso tras el estallido de la guerra civil, ostentosos gastos como zapatos de Christian Louboutin continuaron, lo que sugiere que las alegaciones sobre la posibilidad de que fuese rehén de su marido eran infundadas. Ella misma se encargó de despejar dudas apareciendo junto a él meses después de que comenzase la salvaje represión de Bachar al Asad y su propio padre, Fawaz Akhras, cardiólogo de profesión en una exclusiva clínica privada de Londres, ha defendido la gestión de su yerno como legítima defensa.
Reino Unido toma medidas contra ella
El apoyo declarado del suegro de expresidente ha dejado un impacto para el círculo más próximo de Asma al Asad en Reino Unido, que ha vaciado la casa adosada familiar en la que llevaban viviendo en el barrio de Acton, al oeste de Londres desde los años 70. A la madre, Sahar, diplomática en la Embajada de Siria, apenas se la ha visto desde antes de la pandemia, y el padre fue visto yéndose en coche hace un par de semanas. Ellos, como sus dos hermanos, ambos médicos de profesión, están sancionados por Estados Unidos y uno de ellos también por la UE, pero Reino Unido tan solo ha tomado medidas contra Asma al Asad.
Calificada por el Gobierno de Estados Unidos como “una de las beneficiarias más notorias de la guerra” que ha arrasado al país al que se mudó en el año 2000, los medios estatales rusos dicen que está en Moscú, junto a su marido y sus tres hijos, pero eso no ha detenido las especulaciones sobre un potencial retorno a Reino Unido. Las autoridades británicas dicen que no han recibido ninguna solicitud y no descartan retirarle la nacionalidad.
Revocar la nacionalidad
El primer ministro ha dicho únicamente que es “demasiado pronto” para cualquier decisión, dada la aceleración de los acontecimientos en Siria. No es habitual que ocurra, pero tampoco sería la primera vez: en 2019, el por entonces titular de Interior, Sajid Javid, revocó el estatus de la joven Shamima Begum, una de las adolescentes británicas que escaparon a Siria para unirse al Estado Islámico y convertirse en las llamadas “novias yihadistas”.
Asma al Asad podría, de hecho, ser arrestada si se decidiese a regresar. La detención es segura para Bachar al Asad, pero su esposa podría correr la misma suerte, después de que Scotland Yard abriese en 2021 una investigación preliminar sobre su colaboración con los crímenes de guerra cometidos por el régimen de su marido.