El “drill, baby, drill” trumpista

EE UU es responsable del 14% de todas las emisiones globales con 4.700 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono

"“El gobierno de Trump no puede meterse en una aventura militar en Venezuela" Kiloycuarto

Donald Trump ha convertido el “drill, baby, drill” en uno de los lemas de su campaña. Una vez más ha demostrado su indiscutida capacidad de show man televisivo para convertir una simple frase coloquial en toda una bandera de su política. Ese “perfora, cariño, perfora” que podía ser la llamada de un cowboy a una bailarina del Viejo Oeste en una película de John Ford, en realidad refleja uno de los ejes de su política. Taladra agujeros en la superficie, taladra pozos, haz fracking, para buscar gas y petróleo en las entrañas de la Tierra. En esta ocasión, la frase no es suya, aunque su origen se hunde en el imaginario republicano. Fue utilizada como slogan por primera vez en la Convención Republicana de 2008 para expresar su apoyo a la industria del gas y el petróleo. Con posterioridad, fue empleada profusamente por la inolvidable Sarah Palin en su campaña formando parte del ticket del partido del elefante con el senador John McCain, el republicano al que adoraban los demócratas. Y ahora, Donald Trump lo ha utilizado en su campaña, con un apartado especial en su discurso de aceptación de la nominación en la Convención Nacional Republicana.

Estados Unidos es el segundo país más contaminante del mundo, tras China. Aunque si se analizan las emisiones per cápita de CO2, China emite la mitad por habitante que los americanos. Como es bien sabido, la contaminación viene provocada principalmente por los países extractores de gas y petróleo, los más industrializados y el transporte con combustibles fósiles. En estos parámetros, los americanos se llevan la palma, siendo responsables del 14% de todas las emisiones globales con 4.700 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono. Solo con ánimo comparativo, la Unión Europea, con un nivel de desarrollo similar, atesora un 7,9% de la contaminación mundial, con 2.550 millones de toneladas métricas.

El gigante americano se ha convertido en el mayor productor mundial de petróleo con casi 13 millones de barriles diarios, lo que representa un 12% del conjunto mundial. Gracias al desarrollo del fracking, también lidera la producción mundial de gas natural, con alrededor de un 24 por ciento. En unos pocos años, ha pasado de un país importador a otro exportador.

Durante el mandato de Biden se han impulsado iniciativas para apoyar las energías limpias y renovables, los vehículos eléctricos y asumir la agenda verde. La administración demócrata norteamericana ha sido un adalid de la lucha contra el cambio climático. Un difícil balance, pues ha evitado enfrentarse a la poderosa industria del petróleo y del gas y a la del automóvil, que vertebran buena parte de la economía y del empleo americano. Biden insufló billones de dólares para el desarrollo de tecnologías verdes mediante la Inflation Reduction Act, que ha permitido impulsar multitud de proyectos de energía verde por todo el país.
Pero Donald Trump no piensa así. Muy al contrario, no cree en el cambio climático, ridiculiza la agenda verde y no se retrae en calificar las energías limpias como “la nueva estafa verde”. Está dispuesto a desmantelar todas las iniciativas tomadas por los demócratas con Biden. Plantea redirigir las inversiones verdes a la construcción de infraestructuras y pantanos. “Mi plan terminará el Green New Deal, que llamo la nueva estafa verde. La mayor estafa de la historia, probablemente”, dijo en uno de sus airados discursos. Aventura que con más perforación se rebajará el precio de la energía, se recortará la inflación y se regará el país del “oro líquido” del petróleo.

En su primer mandato, ya Trump dejó fuera de los Acuerdos de París a los Estados Unidos. Y lo volverá a hacer. Y si puede, también dejará a los Estados Unidos fuera de la convención de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCC, por sus siglas en inglés). Estados Unidos es uno de los principales contribuyentes de la COP29 que se inicia en unas fechas en Baku. Cabe pensar que Trump hará lo posible por limitar al máximo sus aportaciones financieras. Todos ello, coloca en una enorme fragilidad los esfuerzos de Naciones Unidas por luchar contra el cambio climático, descarbonizar la economía y favorecer las energías limpias. Y, por supuesto, deja en evidencia a una Unión Europea empeñada en liderar la transformación verde de la economía que, ahora, se queda sola en unos postulados que no comparten las grandes potencias.

En su agenda económica, y esto no puede ser una sorpresa para nadie, Trump no se ha cansado de repetir su apoyo a la industria extractora de petróleo y gas y su escepticismo o beligerancia contra la agenda verde. No cree en ello. Le irrita. Estas iniciativas encajan con su visión económica de potenciar la industria y el empleo americano, aumentar el proteccionismo y limitar los intercambios comerciales. Pero también con una ideología que condena el pensamiento progresista woke (se podría traducir como concienciado en español), a la que los conservadores republicanos no dudan en ridiculizar. La inmigración, la igualdad de derechos y la agenda verde son el triángulo de lo woke. Buena parte de su éxito electoral parte de haber conectado con una enorme masa de población que se siente alejada de todo el mundo woke, muchos de ellos ubicados en los tradicionales graneros del voto demócrata entre trabajadores, mujeres, negros y latinos. Los progresistas europeos deberían ir tomando nota.

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