El cielo de los travestis con el que soñaban las protagonistas de ‘Las malas’ de la escritora Camila Sosa podría ser el santuario de Montevergine en lo alto de una montaña cerca de la ciudad de Nápoles, en Italia. Allí, una vez al año, el día de la Candelaria, llegan transexuales y homosexuales realizando un peregrinaje para rezarle a una virgen que llaman ‘Mamma Schiavona’ o directamente negra, a la que se aferran para protegerse. La ciudad partenopea multiplica las contradicciones que ya caracterizan Italia. Es un lugar gobernado por una tradición férrea donde la criminalidad organizada ha dejado una pegada tras décadas de Camorra, pero, es, también y al mismo tiempo, un lugar dominado por una especie de realismo mágico donde se produce una seducción por lo diferente.
Nápoles fue durante décadas un lugar mucho más abierto y descarado que otras ciudades italianas, pero lo era, de alguna forma, en la sombra de la marginalidad. Los llamados ‘femminielli’ fueron una comunidad fluida muy presente entre la sociedad napolitana. En aquel contexto Daniela Lourdes Falanga, que ahora tiene 47 años, luchó contra el destino que su familia había decidido para el primogénito de un capo mafioso.
-Hablas de tu pasado como el de un niño, así, en masculino, aunque ahora eres una mujer libre.
-Sí, era un niño ‘femminiello’ y lo que ocurría a mi alrededor era que me obligaban a eliminar mi propia identidad, me humillaban, me vejaban intentando que mi expresión de género femenino se eliminase. Pero aquella violencia no consiguió influenciar mi vida, a pesar de que tenía todo en contra. Esto es muy importante porque te hace entender que la identidad no se condiciona ni tan siquiera con la fuerza física…
-Naciste en una familia donde tu padre era el epicentro, además de ser uno de los boss más temidos de la Camorra napolitana. Querían que tú fueses el heredero de una dinastía de criminalidad organizada. Si hubiese un recuerdo de aquellos años que representase lo que viviste… ¿Cuál sería?
-Tengo muchísimos recuerdos lúcidos de aquellos años, uno de los más fuertes es la anulación que vivía por parte de mi madre. Cuando veíamos cualquier sujeto feminizado en televisión, una persona gay o queer, ella frenaba toda posibilidad de que yo pudiese participar de aquella narración. Me decía ‘mejor un hijo drogadicto que un hijo marica’. Esta es una frase con mucho peso en el sur de Italia, que muchos han tenido que escuchar de sus familias y que quiere decir: mejor un hijo enfermo que gay.
-¿Quién fue tu cómplice en aquellos años? Con 18 años decides romper con un destino que cancelaba tu identidad y que te obligaba a ser un tentáculo más de la mafia…
-Sí, cuando tenía 17 años comencé a contar mi realidad, una prima y una tía me miraban con compasión, la compasión hizo, de una forma u otra, entender a las personas que habían marcado mi vida con su violencia que yo no era una mala persona, sino que buscaba solo ser feliz.
-¿Eran miradas de complicidad?
-Sí, también estaba una profesora de italiano del instituto, que no he tenido la oportunidad de volver a ver, y que intentaba hacerle entender a mi madre y a mi familia que tenían que frenar sus agresiones.
-Así, con la mayoría de edad decides alejarte definitivamente para elegir ser quién querías ser…
-Sí, y también socializar con un mundo que estaba ahí fuera y denunciar con el activismo lo que ocurría con la Camorra. Allí me convertí en una activista antimafia y por los derechos LGTB. Las dos luchas que definen mi vida.
-¿Qué papel tuvo el activismo en tu vida?
Un papel completamente central. Crecí en el voluntariado donde pude sacar el orgullo de la persona que era y, mucho más importante, confirmarlo a través de una comunidad. Ha sido el momento en el que he conseguido descubrir mi verdadero yo con un grupo de personas que me acogían por cómo era. Gente que había vivido, seguramente, mi mismo sufrimiento y la profunda soledad que había soportado hasta esa edad.
-¿Quién supuso un ejemplo en aquel inicio para tu libertad? ¿Hubo una persona en especial?
Fue Porpora Marcasciano -histórica activista trans y escritora italiana nacida en 1957-, cuando la conocí fue el encuentro más iluminante de toda mi vida. Entendí la libertad sin límites, sin un vínculo que fuese explícitamente relacionado con mi propia experiencia, entendí que la libertad era una cosa que iba mucho más allá, mucho más profunda. Un sentimiento que ya estaba dentro de mí, yo sabía que estaba, pero que había sido escondido.
-Porpora Marcasciano escribió mucho sobre la vida de los que llamaban ‘femminielli’, los hombres gays que tenían, hace 20, 30, 40 años, un rol importante en la sociedad napolitana.
-Nápoles, siempre lo digo, es una ciudad madre y madrastra. Capaz de acoger algunas realidades, dejándolas, al mismo tiempo, en los márgenes. Y sí, era una ciudad que, de alguna manera, acogía a esas personas, pero creando obstáculos al mismo tiempo, porque era una acogida categórica. El trans, por ejemplo, como los migrantes, era acogido, pero en el rol que le correspondía según los ojos de la sociedad, no en otro.
-¿Quiénes eran los ‘femminielli’?
-Era esa población gay, extremadamente femenina, apartada en los ambientes más pobres, donde, en realidad, tenían, sin embargo, un rol importante y útil para la sociedad, ayudaban por ejemplo a las mujeres a cuidar a sus hijos. Pero, ojo, seguían siendo, aunque en otro modo, personas marginadas.
¿Y qué lugar había para los y las trans?
-Para los hombres trans ninguno, hasta hace poco han sido completamente invisibles. Las mujeres trans estaban destinadas a la prostitución, como en tantas otras partes del mundo. Cuando entré en el activismo descubrí esta realidad, el rol que les habían concedido en la sociedad era ese. Eso les daba un poder económico pero, ojo, no un poder económico importante, desde luego no las integraba de ninguna forma. En aquel momento suponía una confirmación sobre su aspecto físico de mujer.
-¿Y cuál es ahora la situación? Tú formas parte del primer centro de consulta para personas transgénero en Italia, avalado por el sistema sanitario nacional, que es completamente gratis.
-Hoy el número de personas que se prostituye es mucho más bajo, y sube en manera exponencial el número de jóvenes que realizan la transición de género acompañadas y acompañados de sus padres y que consiguen entrar en un plano social más elevado, garantizarse una vida digna. Este apoyo paterno lo ha cambiado todo.
-¿Tuviste alguna relación a lo largo de estas dos décadas con tu familia?
-Con mi madre tuve un reencuentro muy lento, ella empezó a entender muy lentamente lo que estaba sucediendo, poco a poco, intentó entender que yo no era un monstruo. Aun así hemos convivido con momentos más y menos violentos hasta que no comprendió cuál era mi verdadera identidad.
-¿Y tu padre?
-Mientras estaba en la cárcel intentó de mil maneras que nadie de la familia paterna tuviese relación conmigo, que no me ayudasen ni me viesen nunca más.
-¿Pero volviste a verlo, por casualidades de la vida, verdad?
-Sí, me encontré con él porque formaba parte de un grupo teatral para presos y actuaba en las escuelas concienciando sobre la gravedad de la cultura de la delincuencia. Nos encontramos mientras yo daba una charla sobre violencia de género, él hacía una obra teatral de un hombre que abusaba. Habían pasado 25 años.
-¿Qué sentiste?
-Aquel momento me ayudó a cerrar la parte más emotiva y más sentimental de los recuerdos de mi infancia. Abandoné definitivamente a aquel padre que me había hecho tanto daño, el padre insensato y enfermo. Entendí que yo podía ser todo para mí misma al margen de aquel hombre.
-Ahora trabajas ayudando a los demás a través del activismo como miembro de la Secretaría Nacional de Arcigay, la principal asociación que defiende los derechos LGTB en Italia y como operadora del Consultorio InConTra de Portici, en Nápoles, que asesora a jóvenes que quieren realizar una transición de género de forma gratis y avalada por el sistema sanitario nacional…
-Trabajamos para rebajar el conflicto social que hasta ahora se había generado entre las personas que a veces tienen ayuda y las que no son acompañadas en su proceso. Ayudamos a quien lo necesita. Pero la relación con el cambio de género ha cambiado, los chicos y chicas ya no necesitan pasar por una operación o cambiar su aspecto para seguir un canon para determinar su identidad.