El Ejército israelí anunció este martes que sus tropas terrestres habían cruzado la frontera para combatir a Hizbulá en aldeas del sur de Líbano, a pesar de los llamamientos internacionales a la desescalada. Tras el devastador golpe infligido al grupo armado chií con el asesinato de su líder, Hasán Nasralá, en un ataque cerca de Beirut, los dirigentes israelíes habían advertido de que la guerra no había terminado. El Ejército israelí afirmó en un comunicado que las operaciones terrestres, que comenzaron el lunes por la noche, eran «limitadas» y «localizadas» y que estaban dirigidas contra «objetivos terroristas e infraestructuras» de Hizbulá. Sin embargo, el Ejército no especificó el número de soldados implicados en la incursión. Según Israel, estos objetivos se encuentran en pueblos cercanos a la frontera y suponen una amenaza inmediata para las comunidades del norte de Israel.
Israel lanzó al menos seis nuevos ataques sobre el sur de Beirut durante la noche, después de que el Ejército israelí ordenara la evacuación de los residentes. Un funcionario de un campamento palestino en Sidón, al sur de Líbano, dijo que una redada había tenido como objetivo a Mounir Maqdah, a quien Israel acusa de dirigir la rama libanesa del brazo armado del movimiento palestino Fatah. No estaba claro si Mounir Maqdah se encontraba en la casa.
En una declaración publicada en X, el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, dijo compartir la convicción de Israel de la «necesidad de desmantelar la infraestructura» de Hizbulá para garantizar que el movimiento libanés «no pueda llevar a cabo ataques como los ocurridos el 7 de octubre contra comunidades del norte de Israel». También reafirmó el jefe del Pentágono que «es necesaria una resolución diplomática» para garantizar la seguridad de los civiles «a ambos lados de la frontera». El lunes, el presidente Joe Biden había insinuado que se oponía a las operaciones terrestres israelíes pidiendo un alto el fuego.
Un desastre para Líbano
Un enfrentamiento directo sería catastrófico para Líbano, aunque es la cuarta vez en poco más de seis meses, tras el bombardeo del consulado iraní en Damasco en abril y el asesinato del líder de Hamás, Ismail Haniyeh, en Teherán por un ataque atribuido a Israel el 31 de julio, que se teme un punto de inflexión. En las dos ocasiones anteriores, sin embargo, ni Hizbulá ni Irán quisieron emprender acciones directas contra Israel. En cada ocasión, Hasan Nasrala, secretario general del movimiento, profirió amenazas y prometió lo peor a su vecino, pero no fueron seguidas de ninguna acción importante. Tiene demasiado que perder.
Esta vez, sin embargo, hay que añadir a la ecuación la humillación de Hizbulá. Está atrapado: para su supervivencia, es inconcebible que se enzarce en un enfrentamiento frontal con Israel, pero quedarse de brazos cruzados le desacreditaría a ojos de sus militantes y aliados. Aunque la operación de los buscapersonas y los ataques aéreos en Líbano no serán el punto de partida de una escalada militar entre ambas partes, es probable que Hizbulá tome represalias con acciones selectivas contra intereses israelíes exteriores, como ataques contra embajadas, consulados u oficinas de representación comercial.
Hizbulá se juega su supervivencia
Desde la eliminación de la cúpula de Hizbulá, la organización ha quedado muy debilitada, lo que repercutirá en la gestión de los asuntos libaneses, ya que estos radicales se han infiltrado en la maquinaria política y gubernamental de Líbano. En primer lugar, por el número de muertos y heridos. Pero sobre todo en el golpe político que supone la magnitud de la operación.
Hizbulá era considerado el movimiento más organizado y estructurado de la región. Sin embargo, este golpe tecnológico de los servicios militares israelíes demuestra claramente que el Estado hebreo ha logrado penetrar en él. ¿Dispone la organización de los medios para encenderse? Podemos esperar un bonito ejercicio de retórica: durante su discurso del pasado jueves, Hasan Nasrala prometió venganza y mártires. Pero existe una asimetría real entre las capacidades operativas y humanas de la organización y las del Tsahal.
Israel es el único Estado de la región capaz de todo tipo de operaciones: bombardeos masivos, operaciones de comandos, guerra cibernética, guerra de la información, etc. Un enfrentamiento directo sería catastrófico para Líbano, que está de rodillas económica y políticamente. Por ello, Hizbulá se juega también su supervivencia política y no dispone de medios para atacar directamente a Israel.
De ahí que haya sido el régimen iraní quien haya atacado Israel con alrededor de 180 misiles. Durante la noche del martes, y tras la advertencia de Estados Unidos, el régimen de los ayatolás lanzó un ataque contra Tel Aviv, en una escalada sin precedentes.
Por su parte, Benjamin Netanyahu tiene todo el interés en regionalizar el conflicto, y éste es uno de los factores que ayudan a comprender las repetidas provocaciones. El primer ministro israelí es muy consciente de que los Estados occidentales, aunque sigan apoyándole, son cada vez más críticos con su política. Sin embargo, si el conflicto se regionaliza, se reafirmará el apoyo incondicional de Occidente, que actualmente se está erosionando.
También está en juego su supervivencia política. Si se pusiera en marcha un proceso de diálogo, el gobierno de Benjamin Netanyahu se derrumbaría y podría verse ante los tribunales. Es preocupante pensar que la situación regional depende en parte de la voluntad de un hombre que hace todo lo posible por sobrevivir y no tiene ningún interés en un alto el fuego. Es un juego perverso que, por el momento, afortunadamente no ha funcionado.
Pero una conflagración regional cambiaría totalmente la ecuación: podríamos entrar entonces en un conflicto de alta intensidad, que ya no se limitaría a Gaza. Con la respuesta directa de Irán, se teme una escalada al menos a escala subregional. Esto es tanto más preocupante cuanto que la ONU ha demostrado su incapacidad para regular las relaciones internacionales. La situación es muy volátil y nunca podemos estar seguros de lo peor.