Machismo en Japón

La disyuntiva de la familia Imperial de Japón: o rompe con su ley sálica, o se extingue

Ocho de cada 10 japoneses están a favor de que una mujer se siente en el Trono del Crisantemo. Hasta el momento, la oposición venía de la esfera política. De cambiar estas leyes discriminatorias, Aiko podría ser la primera mujer en heredar el trono

Japón
El príncipe heredero japonés Akishino, la princesa heredera Kiko y la princesa Kako saludan a los simpatizantes desde el balcón del Palacio Imperial de Tokio, Japón Efe

La peregrinación de las japonesas hacia la igualdad de género es empedrado en todos los niveles de la sociedad, incluso para la realeza. En cualquier monarquía europea, la princesa Aiko -única descendiente de los emperadores Naruhito y Masako– tendría todo el derecho a ocupar el trono en Japón, pero las mujeres tienen vetada esta opción. De hecho, desde 1947, cuando una princesa se casa con un plebeyo, ésta pierde su título automáticamente. Eso no sucede con los príncipes y no parece que la cosa vaya a cambiar en un futuro cercano. Tanto es así, que la Familia Imperial nipona se enfrenta a una disyuntiva: o rompe con su estricta ley sálica, es decir, se moderniza, o se extingue.

La ramificación del caprichoso árbol genealógico de la primera familia no es nada halagüeña. De los 17 miembros, tan sólo hay tres opciones para convertirse en los herederos al trono de Naruhito, que tiene 64 años de edad y es emperador desde 2019. En este punto, solamente hay garantizada una generación más. Como si se tratara de un juego de naipes, hay un descarte obvio en la sucesión: el tío del soberano, el príncipe Hitachi, que a sus 88 años no está para muchos trotes. Por lo tanto, las dos opciones reales para suceder al actual emperador son su hermano: el príncipe Akishino, de 58 años de edad; y su sobrino e hijo de éste, el príncipe Hisahito, de 17 años. Las 12 personas restantes de la Familia Imperial -restando también al emperador emérito, Akihito-, son mujeres, incluida la descendiente directa de los actuales emperadores: Aiko.

La princesa y la emperatriz “infelices”

Hija única, la princesa de 22 años de edad nació fruto de un proceso de reproducción asistida y desde su existencia se avivó el debate en el país sobre la posibilidad de romper con la ley sálica. El conservador Partido Liberal Democrático (PLD), al frente del Gobierno de manera casi consecutiva desde hace décadas, se ha encargado históricamente de cortar las alas a esta idea. La vida de Aiko es de fábula y comienza con una paradoja: ostenta el título de princesa Toshi, que significa “persona que respeta a otros”, y a ella no se la respetó. En marzo de 2010, la Casa Imperial sorprendió con un anuncio que agrietó el muro de secretismo que siempre los rodeaba. La pequeña, que en aquel entonces tenía ocho años de edad, no quería volver a la escuela porque los niños se reían de ella. Algunos reportes hablan de que sufrió violencia física que derivó en ataques de ansiedad. Aquel hecho abrió una caja de Pandora repleta de especulaciones y de valoraciones con otra protagonista: su madre.

Familia imperial

La princesa japonesa Aiko saluda a los simpatizantes desde el balcón del Palacio Imperial de Tokio

Masoko no era emperatriz en aquel momento pero lo sería pronto. Decían que sufría una depresión porque no había sido capaz de brindar al Imperio un varón heredero al Trono Crisantemo. Las malas lenguas la criticaron porque potencialmente sus problemas de salud mental habrían impactado a su hija. “The New York Times” llegó a publicar que la ahora emperatriz acudió a la clase de su pequeña y algunos analistas “especularon con la idea de que los problemas de su madre habían provocado que Aiko fuera demasiado sensible y emocionalmente frágil”. Aquellos comentarios son otro indicativo de cómo era, y es, la sociedad nipona. Comenzaron las presiones para que “una familia tan inestable” no heredara la Corona. ¿Cómo cumpliría con su labor el futuro emperador, Naruhito, con una mujer tan variable y una hija que ni siquiera era capaz de ir a la escuela?, se preguntaba el sector más crítico. Descartar por tradición centenaria a las mujeres de la sucesión al trono ha provocado daños colaterales en las afectadas y ha dado el beneplácito a una sociedad de marcado corte patriarcal.

Sociedad agrietada en cuestión de género

Si el destino se pone tonto, el Japón imperial que conocemos se habrá dado un tiro en el pie. En este punto, las cábalas no precisan de mucha matemática: si el todavía adolescente, sobrino del emperador actual e hijo del potencial heredero, Hisahito, no tiene descendencia masculina, no hay ningún ‘plan b’ capaz de perpetuar la línea sucesoria. Al menos bajo estas reglas del juego. La cuestión en este momento es jugárselo todo a una carta y tomar una decisión cuando toque, o allanar el camino desde ya para que las mujeres puedan heredar la Corona y no dejen de ser princesas si se casan con un plebeyo.

Así las cosas, los partidos del Gobierno y de la oposición iniciaron en mayo el debate sobre una “sucesión imperial estable” que garantice la perpetuidad monárquica. Por primera vez, el PLD del primer ministro, Fumio Kishida, está abierto a “elaborar medidas que garanticen un número suficiente de miembros de la Familia Imperial e iniciar un debate parlamentario”. Es posible que la decisión se tome el 23 de junio, momento en que finalizará la sesión prevista.

La sociedad, a favor

Según sondeos de opinión recientes, alrededor de ocho de cada 10 japoneses están a favor de que una mujer se siente en el Trono del Crisantemo. Hasta el momento, la oposición a esta idea venía de la esfera política. De cambiar estas leyes discriminatorias, Aiko podría ser la primera mujer en heredar el trono de la monarquía más longeva del planeta, ocupada por la misma familia desde hace dos milenios. Quizás se trate de la primera piedra para la tan ansiada igualdad de género en la tercera economía del mundo. El último informe publicado por el Foro Económico Mundial en julio de 2023, Japón ocupa el puesto 125 de 146 países, una caída de nueve puestos con respecto al año anterior. Queda mucho por hacer y quizás sea necesario arreglar la casa desde el tejado, desde la cúpula de una sociedad agrietada en cuestión de género.

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