Desde el atentado fallido contra Donald Trump, las referencias a la religión abundan entre el candidato republicano, su bando y sus militantes, que, en su mayoría cristianos, le ven a veces como el “salvador”. Al sexto día, Donald Trump escapó de la muerte. Aunque el Nuevo Testamento aún no menciona el intento de asesinato del expresidente estadounidense, los seguidores de Make America Great Again han tomado la delantera escribiendo su propio evangelio en las redes sociales. Su salvador no ha tardado en consagrarse en su propia red social, presa del estigma de su herida en la oreja: “Solo Dios impidió que ocurriera lo impensable”. El mensaje electoral es claro: el candidato a la Casa Blanca está “protegido por la mano de Dios”.
La lógica de la “trumposfera” cristiana está toda ahí. Dan gracias a Dios porque el hecho de que haya sobrevivido al atentado refuerza su imagen de hacedor de milagros. Así ha nacido el mártir Trump. Sin embargo, es difícil entender qué le predestinó a ello. Un multimillonario inmobiliario corrupto; una estrella de telerrealidad; acusado –y ahora condenado– de agresión sexual. Difícilmente el perfil de un mesías. De hecho, Trump resonaba con la detestación de la derecha cristiana por la democracia en un momento en el que no tenían ningún otro candidato creíble que les representara. Veían en él a un cruzado capaz de atacar al odiado sistema progresista. De ahí el contrato tácito entre Donald Trump, que buscaba adeptos, y el electorado cristiano, que venía expresando sus ambiciones políticas más abiertamente desde la creación de las macro iglesias en los años noventa.
Trump aprovechó muy rápidamente una batalla estratégica. El tema favorito de la franja ultraconservadora cristiana evangélica republicana: el aborto. Inicialmente, bastante favorable, Trump cambió de táctica durante su campaña de 2016 prometiendo a las asociaciones provida nombrar jueces antiabortistas a cambio del apoyo de los cristianos evangélicos. La apuesta salió bien. Donald Trump recuperó a sus codiciados votantes: en 2016, el 77% de los evangélicos blancos eligieron su papeleta; serán el 84% en 2020. Y el presidente Trump está cumpliendo sus promesas. Durante su mandato, consiguió nombrar a tres jueces conservadores para el Tribunal Supremo. Son los mismos jueces que anularán la histórica sentencia Roe contra Wade de 1973 en junio de 2022. Hasta entonces, había garantizado el derecho al aborto a nivel federal. A partir de entonces, cada Estado podía decidir si lo prohibía o no. Una victoria inesperada -milagrosa- para los cruzados «provida».
Pero fue el movimiento QAnon, estrechamente vinculado a los movimientos cristianos fundamentalistas de Estados Unidos, el responsable de construir un Trump venido directamente del cielo. Como recordatorio, este movimiento conspirativo, que surgió en Facebook en 2017, cree que hay una guerra secreta entre Donald Trump y las élites (medios de comunicación, gobierno, círculos financieros, etc.) que supuestamente están cometiendo crímenes, en particular pedófilos y satánicos. Estas élites son lo que el movimiento QAnon llama el «Estado profundo». El expresidente habría venido entonces a la tierra para derrocar a este «estado profundo».
Trump tiene todo el interés en jugar con esta imagen. Y eso es exactamente lo que está haciendo. En los mítines y en los vídeos colgados en su página web, el mesías regordete no tiene reparos en utilizar Where one of us goes, we all go, el himno de QAnon. Una forma de animar a sus seguidores más fanáticos. ¿Y si todo el sufrimiento y los obstáculos a los que se enfrenta Donald Trump fueran simplemente el resultado de su martirio, plenamente realizado tras su intento de asesinato? Cada vez que se mete en problemas, es una forma de completar la imagen de esa entidad maligna que le desea el mal. En cuanto impuso la retórica del “yo” contra los demás, nació la posibilidad de una encarnación mesiánica.
Las pruebas por las que ha pasado en los últimos años así lo atestiguan. No ha perdido ni un solo votante en este tiempo. Al contrario, la acumulación de acusaciones no hace, sino alimentar la creencia trumpista de que su representante electo está siendo acosado por el “sistema”. Todos los intentos de limitar su poder son manipulados por el propio Trump. Con sus seguidores, el candidato republicano juega, sin delicadeza, en el registro del martirio. «Nos enfrentamos a los comunistas, marxistas y fascistas para defender la libertad religiosa, como ningún otro presidente lo ha hecho jamás. Y tengo llagas por todo el cuerpo. Si me quitara esta camisa, verían a una persona hermosa, hermosa. Pero verían llagas por todo mi cuerpo», enfureció en una conferencia evangélica el pasado mes de junio.
Si hoy Trump sigue consiguiendo galvanizar a sus votantes es porque cada vez que el «sistema», por usar su léxico, le pide cuentas, él milagrosamente se sale con la suya. El episodio del asalto al Capitolio, protagonizado notablemente por figuras destacadas del movimiento QAnon, fue el mejor ejemplo de ello. Le robaron la elección, pero pudo ir a buscarla él mismo porque era la voluntad de Dios. A partir de ahora, no cabe duda de que su intento de asesinato, evitado por cuestión de milímetros, completará su evangelio. Y ya se ha encontrado un icono. La foto que muestra la bala pasando por detrás de Trump recuerda al intento de asesinato de Juan Pablo II, que fue evitado por su crucifijo. En ambos casos, la conclusión es la misma: fue Dios quien detuvo la bala. Esta imagen podría decantar las elecciones.
Trump llama a la resistencia y a seguir luchando, a seguir por el mismo camino que los héroes americanos que construyeron América, enfrentándose a todos los peligros que les acechaban. Los galones y medallas de los héroes se ganan tras las heridas de guerra, o tras perder la vida en el campo de batalla. Esto es lo que acaba de ocurrirle simbólicamente a Donald Trump. Este intento de asesinato le ha convertido en un héroe a los ojos de sus votantes.