La primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, dio su primer discurso ante las Cámaras como líder del Consejo de Ministros a finales de octubre de 2022. Su partido de extrema derecha, Hermanos de Italia, había pasado de ocupar un espacio residual en la oposición a convertirse en la primera fuerza política del país. La gran sorpresa, al margen de ese salto meteórico, es que al frente de un partido de casi solo hombres estaba una mujer. La primera en conseguir llegar al puesto más importante de la política italiana.
Ese dato no se le escapó a nadie, mucho menos a ella misma. Hábil conocedora de las entrañas del poder, militante desde muy joven, ministra en uno de los Gobiernos de Berlusconi con 31 años, Giorgia Meloni sabía bien que para llegar a donde había llegado había roto muchos techos de cristal. Así que, en su discurso, no pudo ignorar nombrar a otras mujeres que habían hecho historia y hacer valer que su ejemplo abría las puertas a un referente para muchas otras que vendrían tras ella.
“El presidente”
Pero ese mensaje, casi de reconocimiento feminista, duró poco más que aquel discurso, pocos días después comunicó que quería ser llamada “el presidente” y no “la presidenta”. Ella ya estaba allí, el lenguaje importaba poco y, en este caso, una vocal era una demostración política.
La tradición era la palabra central para componer la ideología de su Gobierno, pero, al mismo tiempo, su propia historia rompía con todos los esquemas. De ella colaboradores y contrincantes valoran su habilidad política y dialéctica, también su visión del juego. Su historia demostraba que estaba destinada a convertirse en una líder política. Una mujer que consigue escalar las desigualdades del poder hasta llegar a ser primera ministra es un hecho epocal, que le haya robado esa exclusiva a un partido de izquierdas, lo hace aún más interesante.
¿Mejoras para las italianas?
Ahí comenzaron a generarse muchas preguntas: Giorgia Meloni no hace menciones a políticas de género ni al movimiento feminista, ¿el hecho de que una mujer esté en ese rol de poder, esté al frente de la nación, cambiaría algo para las mujeres italianas? Entenderlo no es fácil, algunas cosas suceden simplemente por el hecho de que una mujer esté en esa posición, quiera la “premier” Meloni o no, otras se alejan de su ideología de extrema derecha tanto que no son ni tan siquiera una mera hipótesis.
“Solo una persona en el mundo podría convencerme a dejarlo, mi hija Ginevra, si me diese cuenta que está pagando un precio demasiado alto”, dijo hace poco Meloni en una entrevista hablando sobre su rol institucional.
“Soy Giorgia, soy una mujer, soy una madre, soy cristiana”
Aquel “soy Giorgia, soy una mujer, soy una madre, soy cristiana” define perfectamente quién quiere ser la primera ministra para los italianos, pero también qué espera de las italianas.
La maternidad y la familia es uno de los aspectos innegociables para la líder de Hermanos de Italia. Tanto es así, que se ha habituado a hablar de las mujeres prácticamente solo como madres. De hecho, hace unos meses generó una gran polémica cuando dijo “nosotros queremos establecer que una mujer que trae al mundo al menos dos hijos ha ofrecido ya una importante aportación a la sociedad y entonces el Estado compensa pagando en parte las cotizaciones de seguridad social”.
Fomentar la natalidad
Aunque, en realidad, a pesar de que Giorgia Meloni insiste en que la mujer que ha tenido hijos no debe desaparecer del mercado laboral, las medidas no están organizadas para favorecer a las madres en mayor riesgo de exclusión laboral. Además, dicen los expertos, en cuanto a la natalidad no afrontan el verdadero problema: incentivar a los jóvenes italianos a tener el primer hijo.
Están centradas en premiar las familias numerosas, no a quien tiene hijos, sino a quien tiene muchos. Lo explica el profesor de Ciencias Políticas Marco Valbruzzi de la Universidad de Estudios de Nápoles Federico II “en realidad ella encarna los valores que los italianos quieren ver, el rol de la mujer en la sociedad, siempre un paso por detrás respecto a su marido”.
El matriarcado
Meloni usa su propia historia para alejar comentarios que la acusan de sexista, machista o simplemente poco solidaria con otras mujeres. En su libro, ‘Io sono Giorgia’ (Yo soy Giorgia) explica que fue criada sólo por su madre, tras el abandono de su padre, que la presencia de su hermana es un pilar fundamental en su vida y que el círculo matriarcal se cerró con su hija. Pero fuera de su núcleo familiar, en realidad, Giorgia Meloni ha encarnado siempre la idea de la mujer sola al poder.
Primero supo desvincularse en el momento adecuado de sus dos padres políticos, Silvio Berlusconi y Gianfranco Fini, su mentor en la militancia postfascista italiana. Luego supo imponerse en un partido de hombres, Hermanos de Italia, porque era claramente la persona con la mejor capacidad de liderazgo. “Pero, su mejor batalla, fue tras las elecciones cuando supo imponerse en la coalición”, añade el profesor Marco Valbruzzi refiriéndose a las dificultades que superó para mantener a los otros dos líderes del Gobierno, Matteo Salvini y ahora Antonio Tajani, bajo su pesada ala de poder.
La gran paradoja
Aunque muchos episodios de su vida personal y política puedan llegar a identificarse con el feminismo, para Giulia Blasi, escritora y divulgadora feminista, hay un gran aspecto clave para entender esta contradicción.
“Para distinguir si el triunfo de una mujer es una victoria feminista hay que pensar en qué hay detrás de su triunfo. ¿Dónde está la colectividad de las mujeres? Lo que ha hecho lo ha hecho sola, no hay otras mujeres líderes en su partido, es un poder completamente vertical lo cual es directamente opuesto a una leadership feminista. Su poder está organizado en sentido individualista”, explica Blasi.
“Se aprovecha del marketing que da una mujer al poder, pero no se puede casar con esa idea, ni sobrepasar esa línea roja, porque eso la dañaría claramente de cara a su electorado”, dice la escritora.
Empatía e identificación
Aunque Meloni viene de una cultura de extrema derecha que rechaza el feminismo y por eso rechaza, por ejemplo, las cuotas rosas, no puede vivir ajena a algunos acontecimientos que han ensalzado el sentimiento de identificación con otras mujeres.
El más destacado fue la filtración de un vídeo de su expareja y padre de su hija, el periodista Andrea Giambruno, comportándose de forma sexista y con comentarios fuera de lugar y obscenos con algunas de sus compañeras. Solo pocas horas después comunicó públicamente que su relación había terminado. En eso las mujeres italianas la admiran porque respeta “una especie de feminidad decisionista, que manda”, concluye Blasi.
“De hecho, el que haya querido declinar su cargo en masculino es doblemente ofensivo. Porque, si lo pensamos, nadie se pone problemas al nombrar en femenino los trabajos considerados más humildes. La panadera, la sirvienta, la señora de la limpieza. El problema llega solo cuando tenemos que usar el femenino para los roles de poder, así que ella, con esa elección, ha consagrado un hábito sexista. Ella no quiere ser un ejemplo para otras mujeres, lo deja claro, a pesar de que haber llegado a su cargo sea un hecho histórico”, añade Daniela Brogui, profesora de Literatura Italiana Contemporánea en la Universidad de Siena.
“Hay un problema de ambiente en Italia, el feminismo continúa siendo visto como un folclore, en lugar de ser visto como lo que ha sido, la revolución cultural más importante del 900”, indica Brogui. Y Giorgia Meloni, desde su atalaya de poder, no ayuda.