“En Oriente Medio nada es lo que parece”, suele afirmar el decano de los corresponsales españoles en la región, el español Tomás Alcoverro. El transcurrido desde el 7 de octubre de 2023 ha sido un año de vértigo para Oriente Medio que se cierra con el pie de la historia de esta parte del mundo en el acelerador y con la sensación de que las cosas están cambiando irremisiblemente. Sin embargo, al hacer zoom muchos de los fenómenos y actores son los de siempre, aunque con diez, veinte o cuarenta años más encima. Casi todo tiene aquí una sensación inevitable de déjà vu.
El transcurrido desde el 7 de octubre -fecha de la masacre perpetrada por las brigadas Al Qassam de Hamás en suelo israelí, con 1.200 personas muertas y dos centenares y medio de secuestrados en números redondos- ha sido el año en que Israel decidió destruir Hamás, organización que él contribuyó a hacer crecer, y también el año en que la franja de Gaza quedó convertida en un erial. En el plano estrictamente militar, Tel Aviv presume de haber acabado tanto con el máximo líder militar como político de la organización islamista y nacionalista palestina. Un bombardeo israelí sobre la zona de Jan Yunis el 13 de julio acabó con la vida de uno de los fundadores de las brigadas Al Qassam y cerebro del 7 de octubre, Mohamed Deif. El 31 de julio, Tel Aviv asesinaba en Teherán al jefe de la oficina política de Hamás, Ismail Haniyeh.
La ofensiva israelí contra la organización islamista dejaba al cierre de este texto casi 42.000 víctimas mortales (el 6% de la población del territorio, según la OMS) y decenas de miles de heridos, muchos de ellos con secuelas de por vida. El exiguo territorio palestino es hoy un erial para el que Israel no tiene a día de hoy plan alguno de futuro que no pase por la ocupación definitiva. Entretanto, la resistencia de ambas partes -unas cien personas siguen siendo rehenes de Hamás en Gaza- continúa haciendo imposible un acuerdo para el alto el fuego después de meses de negociaciones.
Al mismo tiempo, la espiral de violencia en Cisjordania -de las frecuentes operaciones de las FDI en los campamentos palestinos hasta la violencia no menos habitual de los colonos judíos contra la población palestina- desde el 7-O apunta a que los planes del cada vez más radicalizado Gobierno presidido por Benjamin Netanyahu pasan también por la anexión del territorio que habría de suponer la base del futuro Estado de Palestina y que sigue controlando en parte la Autoridad Palestina (en manos de Al Fatah).
Asimismo, los doce meses transcurridos desde el 7-O fueron también los de la campaña de Hizbulá, la más poderosa y aventajada de las milicias proiraníes, en auxilio a Hamás contra Israel desde su feudo en el sur del Líbano. Un período que se cerró coincidiendo con la decisión de los mandos militares israelíes de pasar a la acción con vistas a “modificar el equilibrio de fuerzas” al otro lado de la línea azul, desmantelar la estructura militar de la organización nacida en 1982 y forzar la retirada de sus tropas por encima del río Litani.
Así las cosas, a mediados de septiembre las fuerzas israelíes desplegaron una campaña aérea contra los mandos de Hizbulá en Beirut, el sur y el este del Líbano -el secretario general de la organización Hasán Nasrala fue asesinado el 27 de septiembre en la capital libanesa-, que culminó con la invasión, dieciocho años después, de la franja más meridional del país de los cedros, escenarios hoy de duros combates. A la publicación de este texto, la ofensiva israelí en el Líbano se ha cobrado más de 2.000 vidas en el Líbano desde octubre de 2023, la gran mayoría de muertes registradas en apenas dos semanas, y ha dejado casi 10.000 heridos, así como el desplazamiento interno -una pequeña fracción de libaneses ha huido a Siria- de en torno a un millón de personas.
Difícil es determinar si la ofensiva total de las FDI contra Hamás en Gaza primero y después contra Hizbulá en el Líbano supondrá un antes y un después para la seguridad de Israel en el contexto regional, pero sí puede constatarse que el 7 de octubre ha tenido consecuencias en las relaciones de Tel Aviv con algunos de sus vecinos. En la primavera pasada la Turquía de Erdogan rompió relaciones comerciales con el Estado judío y Arabia Saudí, centro militar y espiritual del mundo suní, asegura que no tiene nada que hablar con Tel Aviv -ambos países habían dado señales claras de aproximación antes del 7-O- si no hay antes un compromiso con el Estado palestino.
Con todo, ninguno de los Estados árabes que reconocen a Israel, desde Egipto (1979) y Jordania (1994) hasta los que más recientemente normalizaron relaciones diplomáticas con Tel Aviv, como Emiratos Árabes Unidos y Marruecos (Acuerdos de Abraham, 2020), han pasado de las palabras de condena por la campaña israelí en Gaza a los hechos.
A diferencia de las guerras del 1948, 1967 y 1973, Israel no tiene hoy enfrente a los ejércitos regulares de los Estados árabes, sino a una pléyade de milicias creadas y mimadas estratégicamente por la República Islámica de Irán -a partir del factor religioso, el chiismo- en distintos puntos de la región. Desde Hizbulá en el Líbano hasta los hutíes en Yemen, pasando por organizaciones radicadas en Siria e Irak, las fuerzas proxy tentáculos de Teherán hicieron evidente el 7 de octubre su unidad de acción contra el enemigo común.
Por ello, a medida que Hamás e Hizbulá han ido recibiendo golpes, en ambos casos Tel Aviv ha acabado, uno a uno, con sus respectivos líderes, las miradas se han ido posando hacia la República Islámica de Irán, patrocinador y cerebro del ‘eje de la resistencia’ contra la “entidad sionista y sus aliados”. Y verdadera e indisimulada obsesión de Netanyahu.
En dos ocasiones, Teherán se ha visto obligado a atacar directamente -un hecho inédito desde la fundación en 1979 del actual régimen de los mulás- territorio israelí. La primera de ellas ocurrió entre los días 13 y 14 abril pasados, cuando las fuerzas iraníes lanzaron un total de 320 drones y misiles sobre territorio israelí en respuesta al ataque de las FDI contra el Consulado iraní en Damasco en el que murió, entre otros, un general de brigada de la Guardia Revolucionaria. En la segunda, a comienzos de octubre y en plena ofensiva de Israel contra Hizbulá en el Líbano, la República Islámica dirigía 180 misiles balísticos a las ciudades de Tel Aviv y Jerusalén.
En ambos casos el sistema defensivo israelí impidió que se produjeran daños de relevancia. Al cierre de este texto, Tel Aviv no había respondido a la segunda salva de proyectiles, pero ningún especialista duda de que, tarde o temprano, habrá réplica. La gran pregunta ahora es si un eventual ataque israelí contra infraestructuras críticas de Irán -energética o nuclear- pueda provocar, a su vez, una respuesta de Teherán capaz de desencadenar la guerra total que nadie desea. Una y otra vez las autoridades iraníes, que han tendido la mano a Occidente para negociar un acuerdo nuclear y que en los últimos días aseguran estar dispuestas a trabajar por un alto el fuego en Gaza y el Líbano, insisten en no querer desencadenar ese conflicto a gran escala que abocaría a todo Oriente Medio a un escenario casi apocalíptico.
Si hay alguna certeza en una parte del mundo imprevisible y en la que nada es lo que parece, esa es la de que, a pesar de los golpes propinados a las estructuras militares de Hamás e Hizbulá, las ideas y la praxis de organizaciones como Hamás e Hizbulá no van a desparecer. El dolor y el rencor, decenas de miles de muertos civiles, centenares de miles de personas desplazadas o sin hogar en Gaza, también, aunque en menor medida, en Cisjordania, seguirán alimentando a Hamás -y a otras organizaciones próximas como Yihad Islámica- en los próximos tiempos. De la misma manera, Hizbulá, que es también un partido político -y líder de una coalición parlamentaria-, verdadero bróker de la política libanesa, seguirá profundamente enraizada en la sociedad chiita del país levantino gracias a su red de estructuras mediáticas, sanitarias y asistenciales y a una base popular formada por decenas de miles de personas.
En cualquier caso, el gran e inaplazable reto al cumplirse un año de la incursión asesina de Hamás en Israel y de la descarnada y no menos sanguinaria ofensiva de Israel contra sus enemigos en la región en pos de su seguridad es el de la convivencia futura -una palabra que brilla por su ausencia- en una región en la que las únicas verdades con mayúsculas son el aumento de la radicalización y el extremismo, la incertidumbre y la violencia.