Ciencia contra misoginia: el drama de las madres condenadas por muertes recurrentes de sus hijos

La científica Carola García de Vinuesa, experta en inmunología y medicina genómica, recuerda a Artículo14 cómo sus investigaciones demostraron la inocencia de Kathleen Folbigg, tildada como 'la peor asesina en serie de Australia'

Australia

Carola García de Vinuesa, Kathleen Folbigg y Tracy Champan en el laboratorio donde se descubrieron las mutaciones genéticas de los hijos de Folbigg Artículo14

Ha sido una semana muy especial para Carola García de Vinuesa, científica española experta en inmunología y medicina genómica, porque se ha cumplido el primer aniversario del logro más importante de su dilatada carrera: encabezar las investigaciones que demostraron la inocencia de Kathleen Folbigg, tildada como ‘la peor asesina en serie de Australia. Pasó, injustamente, 20 años en una cárcel de máxima seguridad.

“Tengo un recuerdo muy emocionante de aquel día”, rememora la española a Artículo14. “Casi no me lo podía creer porque me había hecho a la idea de que corregir los errores de estos casos es muy difícil. Era ir en contra de muchas opiniones anteriores, así que no me lo esperaba. Me emocioné, fue una satisfacción enorme”, confiesa García de Vinuesa.

Exonerada

La australiana fue exonerada el 5 de junio de 2023, tras haber sido acusada de asesinar a sus cuatro hijos. Caleb, Patrick, Sarah y Laura murieron entre 1989 y 1999 con edades comprendidas entre los 19 días y los 18 meses. García de Vinuesa luchó contra viento y marea para demostrar que aquellos pequeños no fallecieron porque su madre fuera una homicida, sino por mutaciones genéticas muy extrañas. Tan raras, que cualquier presunción se convirtió en evidencia en contra de Folbigg durante un proceso judicial marcado por un elemento determinante: la misoginia.

Depresión malinterpretada

Aquella aversión nació de su entonces marido, Craig Folbigg, el primero en sospechar de ella por ser la cuidadora primaria de los recién nacidos y por no encontrar una respuesta lógica a la muerte de sus hijos. Sesgado por la sospecha, presentó el diario de su mujer como prueba contra ella y muchas de sus entradas fueron malinterpretadas. Esta es una de las frases que redactó y la acabaron condenando:

“Lo único que quería era que se callara y un día lo hizo”, escribió sobre uno de sus hijos. Su cuaderno personal fue tomado como una manera de registrar momentos de su vida, aunque Kathleen dejó claro durante el proceso y en varias cartas desde prisión dirigidas a su amiga, Tracy Champan, que aquello nunca debía haber sido leído desde ese prisma.

“Volcaba las emociones, los sentimientos y los pensamientos negativos que tenía”, sostuvo en las misivas. “Era un desahogo. Tenía a un hombre en mi vida que nunca se preocupó por mis emociones, sólo por las suyas. Era un egocéntrico”, continuó. Nada de eso se tuvo en cuenta durante el juicio, que le prestó más atención a la teoría de un célebre pediatra británico, Roy Meadow que a los argumentos de la defensa, que indicaban que sufría una depresión aguda. El principio Meadow mantenía que “hasta que se demuestre lo contrario, una muerte súbita infantil es una tragedia, dos son sospechosas y tres son asesinato”. Sobre la inmerecida condena a Kathleen pesaban cuatro fallecimientos.

Se le acumulan los casos

García de Vinuesa tiene razones de sobra para celebrar, pero apenas tiene tiempo. Su investigación fue fundamental para la liberación de Folbigg, ya que fue capaz de identificar genes mutados en dos de sus hijos, que perdieron la vida por una anomalía cardíaca. También en los otros dos, que fallecieron por ataques de epilepsia repentina. Con las evidencias en su mano, trabajó con otros científicos y aunaron a más un centenar de expertos para conseguir que se abriera la puerta a una consulta ante el Gobernador de Nueva Gales del Sur, Australia. Su liberación fue una gran victoria para la española, pero queda mucho por hacer. La ciencia todavía no le ha ganado la batalla a los sesgos de género en el sistema judicial y García de Vinuesa encabeza esta difícil batalla a nivel mundial.

“A partir del caso de Folbigg he conocido muchos otros y parece ser que hay un patrón de mujeres de nivel socioeconómico bajo, que no han tenido mucha ayuda, que no se han expresado bien y que han sido juzgadas y condenadas sin muchas evidencias”, sostiene la científica. “Voy conociendo más y me da una sensación de indignación”.

Si en el caso de la australiana, García de Vinuesa ha podido lograr su objetivo, en otro muy reciente, el de la griega Roula Pispirigou, la ciencia no ha tenido la oportunidad de ser considerada a través de una investigación profunda antes de la condena. Esta madre recibió en marzo la cadena perpetua acusada de haber matado a sus tres hijas, a pesar de que “muchos expertos pensábamos que había una enfermedad congénita en las tres niñas. Se le ha denegado un estudio genético hecho en profundidad”, apunta la española. Se pregunta que “cómo es posible que hoy en día se siga condenando a mujeres sin evidencias de que hayan cometido un crimen, donde todo es indirecto, circunstancial o testimonios de otros, pero sin ninguna evidencia”, añade.

El sistema cierra las puertas a la ciencia

García de Vinuesa aboga por darle una oportunidad a estas mujeres para que haya “una revisión seria del caso”. Especialmente ahora, que “tenemos herramientas genéticas que no teníamos antes”. Defiende que requieren una investigación más profunda que los diagnósticos rutinarios de laboratorio, porque como pasó con Kathleen o, potencialmente con la mujer condenada en Grecia, se trata de variantes que nos se han visto nunca. Suspira profundamente cuando explica que los avances genéticos no se pueden aplicar porque, como en el caso de Pispirigou, los procesos legales están tan avanzados que “no se quiere discutir” esta opción.

“Hay un componente misógino todavía en algunos de estos casos”, reconoce, “y no es porque los jueces hayan sido hombres, porque conozco otros donde no es así. Creo que es la sociedad y que hay enfermedades que todavía no se entienden bien”.

García de Vinuesa se remite al síndrome de Munchausen por poderes, que también promulgó el pediatra británico, Meadow, en el que se da por hecho que madres que se preocupan y tratan de encontrar soluciones en casos donde sus hijos tienen patologías sin clasificar o raras, son sospechosas de querer llamar la atención a través de hacerle daño a sus pequeños. “La mayor parte de estas madres de las que me han referido casos donde hemos descubierto causas genéticas de estas enfermedades, son simplemente buenas madres, cuidadoras que se preocupan de los niños y que cuando no mejoran piden una segunda revisión o una tercera, o se quejan del médico. Esto no es querer llamar la atención, esto es preocuparse de sus hijos”, relata.

La clave está en la educación

Al tratarse de enfermedades raras, los casos son escasos y ante la falta de respuestas obvias, las madres suelen ser señaladas como las responsables de los fallecimientos. Sin embargo, la científica defiende que la definición de enfermedad rara es cuando la prevalencia es menor a uno entre 50.000 personas, por lo que, uno de cada 20 o 25 de nosotros padece una. “Tener dos es muy mala suerte pero es que muchos de estos niños las tienen. Me encantaría que se entendiera que hay que hacer estos estudios en toda familia donde hay muertes recurrentes o que no se entienden”, comenta.

Por eso, García de Vinuesa tiene claro que mientras se realizan esos estudios en profundidad es necesario “presumir la inocencia de estas madres”. Argumenta que “ya son muchos casos donde estamos viendo que es una causa genética pero se ha acusado a las madres simplemente porque era el segundo o el tercer niño que parecía presentarse con una sintomatología difícil de entender”.

La solución ante un sistema tan sesgado es, dice, la educación. Para la científica española es fundamental educar al sistema legal, a la policía, a los profesionales legales porque “hoy en día si hay muertes recurrentes en una familia es más probable que sea por enfermedad que por homicidio”, sentencia.

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