Quizá drogada por su padre, quizá también violada por él. Nadie lo puede afirmar. Si los 20.000 vídeos y fotografías de las violaciones contra Gisèle Pelicot dejan poco margen de duda de que su marido la entregaba drogada a manos de desconocidos, como él propio confesó, lo mismo no pasa con su hija, Caroline Darian. Sin pruebas materiales ni confesión del sospechoso, Darian, de 45 años, vive una duda infernal que ya le ha costado al menos dos hospitalizaciones psiquiátricas. Y eso desde que la Policía, al investigar el ordenador de su padre Dominique, encontró también fotografías suyas en posiciones eróticas, durmiendo vestida con ropa interior.
Darian afirma categóricamente que no eran su ropa, que no solía dormir en dichas posiciones y que las imágenes -compartidas por su padre con un usuario en internet- fueron tomadas sin su conocimiento. Pero, ante la Justicia, eso no es suficiente para constituir crimen de violación por sumisión química, sino que solamente una demanda por posesión y publicación de imágenes sexuales y pornográficas.
Una relación cercana con su padre
Esta alta ejecutiva empieza ahora a escribir su segundo libro, centrado en los tres meses del juicio que ha sacudido el país. En su primera obra, “Et j’ai cessé de t’appeler papa” (“Y dejé de llamarte papá”, Seix Barral), que ya es un best-seller traducido en varias lenguas, ella recuerda episodios de su infancia, la relación cercana que tenía con su padre -el hombre que la llevaba a la escuela, que le animaba, que la despertaba temprano el verano para pasear en bici-. Darian describe el antes y el después, en su vida, de los crímenes contra su madre y, posiblemente, contra ella misma.
Trauma doble
En un choque traumático, solemos aferrarnos a un detalle, algo simple de la escena que, más tarde, se cristaliza dolorosamente en nuestra memoria. Los de Darian fueron dos choques. En cada uno, ella se apegó a un detalle del ambiente donde estaba: el reloj. Primero, el del horno, en su casa. Es lo que mira, 20:25, en blanco, mientras su madre le anuncia por teléfono, con una voz temblorosa, los crímenes cometidos por su padre, detenido en la comisaría.
En este 2 de noviembre de 2020, el sushi que había ido a comprar para la cena se quedará sobre la mesa. Darian tiembla, llora, grita. Sale a dar una vuelta a pie por el barrio, encolerizada, bajo un frío de 5 grados. Por fin logrará dormir abrazada a su hijo de entonces 6 años. Ya no es la misma, ni su vida. Viajará en tren a la mañana siguiente con sus dos hermanos para encontrar a su madre en el soleado Vaucluse, donde se había ido a vivir con el esposo tras jubilarse. En la comisaría de Carpentras, Darian y sus hermanos se enteraron de más detalles de la barbarie cometida por su padre y decenas de desconocidos reclutados en internet.
El segundo trauma. Son las 17:45 en el reloj del microondas de la cocina de la casa de sus padres, donde está con sus hermanos y su madre, antes de abandonar definitivamente este hogar. El agente de Policía le acaba de llamar al móvil para presentarse una vez más en la comisaría: ahora le quieren enseñar nuevos materiales. Al parecer, de poca importancia. Pero, ante el pedido de Darian de acudir al día siguiente, él insiste. Mala premonición. En el trayecto de coche de 20 minutos y al entrar en la comisaría, ella tuvo “la íntima convicción que iba a salir completamente destruida”. Y así ha sido.
Al principio, ella no se reconoce en las fotografías. Es el agente quien llama su atención: “Perdona, pero tienes una mancha marrón (tache brune) en la mejilla derecha, como la mujer de las fotos, verdad?” El clic que faltaba. “Me pitan los oídos. Caigo hacia atrás”. A partir de entonces, ella tendrá miedo de dormir sola. Además, sin el “apoyo inmenso” que esperaba tener de la parte de su madre, incrédula ante la posibilidad de incesto.
Todavía hay más
Los demás detalles macabros de la historia los irá descubriendo en decenas de pequeños golpes a lo largo de la investigación: el consumo regular de Viagra por Dominique, según las recetas médicas obtenidas junto a la Seguridad Social; la batería de pruebas que se hizo del VIH y otras enfermedades sexuales -una pieza más que comprueba las violaciones sin preservativos a que sometía a Gisèle-; los préstamos bancarios suscritos a nombre de Gisèle, que constituyen una deuda gigantesca de la cual ella nada sabía.
Y, lo que no es poco, Darian se fue haciendo cargo de la ceguera del entorno familiar, que jamás sospechó de Dominique. Ella, sobre todo ella, la hija más cercana a él. Siempre le llamó la atención de Darian el buen humor que había entre sus padres. Nadie sospechó de las justificativas de Dominique para que los hijos disminuyeran las visitas a la madre, para no cansarla.
Los fallos en el diagnóstico médico de su madre también saltaron a la vista. Por fin. Gisèle sufría de dolores de cabeza regulares y amnesias. También tenía dolores genitales. La falta de explicación médica la inquietaba. Dejó de dormir, perdió casi veinte kilos en menos de ocho años, el pelo le empezó a caer, el miedo de sufrir un derrame cerebral a cualquier momento hizo que dejara de conducir. Cuando sus hijos la fueron a encontrar en la estación de tren, vieron a una mujer de 1,65 metros que parecía flotar dentro de su chaqueta de plumas color malva, demasiado larga.
De ejecutiva a activista
Darian no se conformó con el destino y quiso tomar sus propias riendas. Consciente de las inmensas dificultades que enfrenta su madre, víctima de unos delitos que son a la vez un problema de salud pública, ella creó la primera asociación dedicada a la sumisión química, “ M’endors pas” (No me duermas). En menos de dos años, ya es referencia nacional en el tema.
La sumisión química, hasta ahora poco conocida del público y de los profesionales de salud y bastante olvidada por el poder público, va mucho más allá de las fiestas, como se solía pensar. En la esfera privada, afecta a mujeres, pero también a hombres, mayores y hasta a los bebés. Todavía no hay estadísticas oficiales en Francia del número de víctimas anuales.
Para seguir adelante, Darian se divide entre el trabajo, la familia, el juicio y la presidencia de la asociación. Ella se agarra a los -muchos- mensajes de apoyo que recibe. Pero la falta de respuesta legal para sus dudas le hacen sentir “la gran olvidada” del juicio. La abogada general, ante el drama de Darian, no se olvidó de incluirle en sus palabras dirigidas en la corte: “No minimizamos su sufrimiento, tan legítimo, pero no todo sufrimiento puede encontrar una traducción legal”.