Eran los primeros días de la guerra. Las calles estaban desiertas, y la poca gente que circulaba no pronunciaba palabra. Silencio, shock, depresión. Más de 3.000 terroristas habían invadido las poblaciones, las bases del Ejército, los kibutz y los festivales de música en el límite con Gaza y asesinado a 1.140 personas, entre ellas 816 civiles, tomando 250 rehenes.
Nunca me había sentido tan vulnerable. Seguíamos siendo atacados por misiles desde Gaza y el Líbano, y no teníamos en quien confiar, ni en el Gobierno, ni en el Ejército.
Estábamos solos, desprotegidos, temiendo que los terroristas se hubiesen infiltrado en Tel
Aviv, y estuviesen esperando el momento para atacar.
Una de las mujeres a quien yo más admiraba en nuestro movimiento, Mujeres Activan por la Paz, Vivian Silver, había sido tomada prisionera y también la madre de una amiga, Ditza Heiman.
Hace siete años que activo, demandando con ellas una paz acordada con los palestinos, un futuro mejor para todos. En nuestro grupo de WhatsApp alguien puso una foto de dos compañeras manifestando en la plaza con la foto de Vivian. Al día siguiente me encontré con ellas en la plaza y decidimos: vendríamos todos los días, a la misma hora, y llamaríamos a las mujeres a que se unan a nosotras, 15 mujeres por día alcanzarían.
En las semanas que siguieron, la gente circulaba por la plaza confundida y desesperada. La mayor parte eran mujeres, algunas nos abrazaban angustiadas, otras nos contaban acerca de su compañera de escuela, su vecino, su gente querida, víctimas del terrible 7 de octubre. Una madre se acercó y nos dio la foto de su hija secuestrada, dos chicas vinieron con la foto de su maestra, con la que iban a viajar a Polonia en abril. La gente necesitaba desahogarse, y allí estábamos nosotras, escuchando, con nuestros carteles de Vivian, de Ditza, de Itay, el hijo de otra compañera asesinada, y un cartel grande escrito a mano: “TRÁIGANLOS A CASA – AHORA”. Pero nadie escuchó nuestro llamamiento, ni los gritos de las familias.
Al mes, nos comunicaron que a Vivian la habían asesinado el 7 de octubre. Hamas prendió fuego a su casa y sus restos se calcinaron, pero lograron identificarlos. Ditza volvió en el primer intercambio de rehenes. Itay sobrevivió 99 días en cautiverio, hasta que también a él lo mataron.
128 secuestrados siguen en Gaza, un cuarto de ellos se presume muerto. Día tras día, durante 7 meses, un grupo de mujeres vestidas de blanco y turquesa, vamos a la plaza o a donde las familias de los rehenes convoquen. Mientras tanto las escuelas volvieron a abrir, la gente retornó a las oficinas y los cafés. Pese a los 120.000 desplazados internos de la frontera con Gaza y Líbano, la mayoría “aprendió” a vivir con la guerra, a convencerse de que el horror sucede en un mundo paralelo, en las redes sociales y los medios, no a una hora y media de Tel Aviv. El Gobierno acusa a las familias de los secuestrados de izquierdistas y trata de reprimir sus voces. La Policía dispersa las manifestaciones con violencia, irrumpe con caballos y dispara agua pútrida desde un camión cisterna.
Nuestra protesta también cambió: ahora nos unimos a las familias a cortar calles, gritamos los nombres de los secuestrados, repetimos con ellos “Vivos los queremos!”, “Basta ya de entierros y ataúdes”. Hacemos lo que podemos para evitar que la sociedad se acostumbre, que tome por natural el hecho de que el gobierno ignore a los secuestrados en la búsqueda de un imposible “triunfo absoluto” contra el Hamás. Casi a diario más y más familias reciben la devastadora noticia de que sus hijos han muerto en una guerra sin fin a la vista, mientras que las siguen sumándose las víctimas palestinas en Gaza.
Basta de derramar sangre. Todos estamos perdiendo. Sólo un acuerdo diplomático logrará
asegurar la liberación de los rehenes y poner fin a la guerra en Gaza y en la frontera con Líbano. Con nuestras compañeras, instamos al Gobierno a entablar negociaciones con los palestinos basadas en el plan propuesto por la Administración estadounidense con Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Jordania.
Sólo el diálogo y el mutuo reconocimiento allanarán el camino para la recuperación y nos
permitirán comenzar a construir un futuro de paz y seguridad. Todos nos lo merecemos.