En un movimiento sin precedentes, Bélgica se ha convertido en el primer país del mundo en conceder derechos laborales completos a los trabajadores sexuales. La nueva legislación, que entró en vigor el 1 de diciembre de 2024, reconoce formalmente a los trabajadores sexuales como empleados con acceso a contratos laborales, seguros de salud, días por enfermedad, baja por maternidad y pensiones.
La normativa fue aprobada en mayo de 2024 como una continuación de la decisión de 2022 de despenalizar el trabajo sexual en Bélgica. Si bien la despenalización permitió el ejercicio legal de la profesión, hasta ahora no ofrecía protecciones laborales ni sociales. Con esta nueva ley, los trabajadores sexuales tienen derechos similares a los de cualquier otro trabajador, incluyendo la posibilidad de rechazar clientes o actos específicos, así como la de detener cualquier servicio en cualquier momento sin temor a represalias.
Una de las novedades clave de la normativa es la exigencia de estándares estrictos para los empleadores en la industria del sexo. Estos deberán garantizar ambientes seguros, proporcionar productos de higiene, como preservativos, y contar con botones de emergencia en las instalaciones. Además, solo podrán emplear trabajadores sexuales aquellos que no tengan antecedentes por delitos graves como agresión sexual o trata de personas.
Aumenta la dignidad
Katharina, una dominatrix que trabaja en Bélgica, explicó a Artículo14 la importancia de este cambio: “Es un trabajo como cualquier otro, y duro además. Si alguien enferma o tiene que tomarse un permiso, no debería quedarse sin nada pese a trabajar para un empleador. Esta ley hace nuestro trabajo oficial, reduce el tabú y permite que la gente diga menos ‘no queremos a gente como tú’, porque nuestra ‘gente’ ahora tiene derechos laborales”.
La ley también tiene un enfoque en la seguridad y la prevención del abuso y la explotación. Según Katharina, muchas de las dinámicas de poder que antes permanecían en las sombras podrán ser reguladas: “Con esta normativa habrá más control, como en cualquier otro negocio. Las personas con antecedentes de explotación no podrán ser empleadores. Eso significa que hay una protección adicional para los más vulnerables en la profesión”.
Mejorar el ambiente para todos
Los promotores de la ley subrayan que estas medidas no solo protegen a los trabajadores sexuales, sino que dignifican la profesión y buscan reducir los riesgos asociados a la precariedad. Victoria, presidenta de la Unión Belga de Trabajadores Sexuales (UTSOPI), celebró el cambio, afirmando que esta normativa da “herramientas para hacernos más seguros”.
Sin embargo, no todos aplauden la nueva legislación. Organizaciones como Isala, una ONG que asiste a trabajadoras sexuales en situación de calle, critican la normativa argumentando que no aborda completamente los riesgos inherentes a esta industria. “¿En qué otro trabajo necesitas un botón de pánico?”, cuestionó Julia Crumière, voluntaria de la organización, subrayando que la naturaleza de esta actividad sigue estando marcada por la explotación.
Pero a pesar de estas críticas, muchos consideran que la ley representa un avance. Katharina señaló: “Aunque tengo la suerte de estar en una buena posición, muchas no lo están. Lo que está en la sombra permanece invisible y eso genera abuso. Esta normativa permite regulación y garantiza derechos fundamentales, como la pensión, para evitar que las personas se vean obligadas a trabajar sin ninguna red de seguridad”.
Imitar a Bélgica
El impacto de esta legislación en otros países es aún incierto, aunque ya ha suscitado interés a nivel internacional. Mientras que naciones como Alemania o los Países Bajos han legalizado el trabajo sexual, ninguna ha implementado derechos laborales tan completos como los de Bélgica.
Para Katharina, la legislación no solo mejora las condiciones laborales, sino que también refuerza los lazos dentro de la comunidad: “Debido al tabú, somos un grupo unido que se cuida mutuamente. Tener la garantía de estos derechos es un paso importante hacia el reconocimiento y la dignidad”. Y aunque persisten debates sobre la seguridad y la ética de esta decisión, para trabajadoras como Katharina, el cambio ya es palpable: “Ahora tenemos un futuro”.