Es bastante habitual que las puertas del Policlínico Universitario Agostino Gemelli de Roma vivan un ir y venir continuo de gente: pacientes, médicos, trabajadores… Y, también, religiosos y religiosas que pasan habitualmente parte de su jornada en este hospital de la Iglesia. Pero, desde hace ya nueve días, la plaza alrededor de la cual se levanta el hospital atrae a cientos de personas que no entran en él. Se acercan y rezan en silencio por el hombre ingresado en la décima planta: el papa Francisco. Y lo hacen a los pies de la estatua de otro Pontífice, Juan Pablo II. Una impresionante escultura de mármol de Carrara que representa a Karol Wojtyla aferrado a un crucifico y que recuerda al que fue uno de los pacientes más ilustres de este hospital y quien lo transformó en lo que es hoy: el hospital de los papas.
Y es que aquí fue donde le salvaron la vida, tras una larga operación, a Juan Pablo II después de sufrir el atentado en la plaza de San Pedro en mayo de 1981 en el que casi pierde la vida. Es, además, donde Francisco, de 88 años, fue operado de estenosis diverticular en 2021 y donde ahora permanece debido a una neumonía bilateral que, tal como anunciaba anoche el Vaticano, se ha complicado con una “leve insuficiencia renal”.
Pero algo, además de esa estatua, une de cerca a estos dos papas en su estancia en el hospital. Y es que, durante estos nueve días el Papa ha permanecido en la misma suite que, en los años 80, la familia Gemelli creó para Juan Pablo II. Se trata de un pequeño apartamento que, lejos de la opulencia que se podría esperar de una residencia papal –de hecho, Wojtyla llegó a apodarlo el Vaticano III, siendo el Palacio Apostólico el I y Castel Gandolfo el II– tiene bastante que ver con Casa Santa Marta, donde actualmente reside Francisco: un espacio blanco y de muebles austeros, dividido en un dormitorio y un cuarto de baño al que se une la pequeña sala de estar donde se encuentra el sillón desde el cual el Papa, durante estos días de ingreso, ha estado trabajando.
Hay también una pequeña capilla, donde ayer, tal como explicó el Vaticano en su comunicado a última hora de la tarde, Francisco había celebrado la eucaristía “junto a quienes lo cuidan durante estos días de hospitalización”. Posiblemente, su secretario personal y los médicos y enfermeros, cuya labor está siendo vital estos días. “El médico tiene una labor, pero los que están con el Papa todo el día son los enfermeros: el Papa ha entendido esto, que son ellos de quien depende ahora mismo”, decía el pasado viernes el médico del Papa, Sergio Alfieri, en la rueda de prensa celebrada en el hall del hospital.
Aunque esta suite está reservada para los papas –y, cuando están en ella, es custodiada por la guardia de seguridad del Vaticano– la actividad del hospital no se detiene: la planta diez opera normalmente a pesar de la seguridad que requiere la presencia del Pontífice.
Nueve días después, Francisco no se ha asomado al balcón desde el que podría ver, desde la suite, a los cientos de fieles que se reúnen alrededor de la estatua de Juan Pablo II para rezar por la salud de su sucesor. Previsiblemente, no lo hará. Al menos no en los próximos días. “El estado de salud del Papa es crítico”, decía el comunicado del Vaticano de ayer. “La complejidad del cuadro clínico y la espera necesaria para que las terapias farmacológicas den alguna respuesta obligan a que el pronóstico siga siendo reservado”, añadía. Pero, mientras, los fieles siguen llegando cada día, y las flores y las velas siguen acumulándose a los pies de Juan Pablo II a la espera de que Francisco abandone el hospital para, tal como prevén los médicos, continuar el tratamiento en el que ha sido su hogar durante estos 11 años de pontificado: Casa Santa Marta.