En un mundo caracterizado por la fragmentación geopolítica y las crecientes tensiones internacionales, Vladímir Putin se erige como una figura que busca redefinir el equilibrio global. A través de una serie de maniobras estratégicas, el presidente ruso intenta instaurar un Nuevo Orden Mundial basado en alianzas con “Estados amigos” que compartan su visión y oposición a Occidente. Más concretamente, a la OTAN.
Las recientes visitas del líder ruso a Corea del Norte y Vietnam son indicativas de su deseo de recrear una esfera de influencia reminiscentemente soviética. Estas visitas no son meras cortesías diplomáticas. Son movimientos calculados que buscan consolidar una red de apoyo internacional contra la hegemonía occidental. En Pyongyang, Putin y Kim Jong-un discutieron la cooperación militar y económica. Mientras tanto, en Hanoi se reforzaron los lazos comerciales y estratégicos. Ambos países, con sus respectivas historias de resistencia a la influencia estadounidense, son potenciales pilares en la coalición antioccidental que anhela construir.
Dependencia mutua en un contexto global cambiante
A diferencia de la Unión Soviética, cuya fuerza residía en su autosuficiencia y poder militar, la Rusia de Putin muestra una dependencia creciente de sus aliados. Esta interdependencia es un reflejo de la realidad económica y geopolítica actual, donde ningún país puede actuar en aislamiento absoluto. Las sanciones impuestas por Occidente tras la anexión de Crimea en 2014 y la invasión de Ucrania en 2022 han debilitado significativamente la economía rusa. En respuesta, Moscú ha buscado fortalecer su relación con naciones que comparten descontento frente al orden internacional liderado por Estados Unidos y Europa.
China, por ejemplo, se ha convertido en un socio clave para Rusia. La cooperación entre ambas naciones se ha profundizado en diversos frentes, desde el comercio hasta la tecnología y la defensa. Sin embargo, esta alianza no está exenta de tensiones. Aunque comparten una visión común de un mundo multipolar, Beijing y Moscú tienen sus propias agendas y ambiciones. Y eso puede generar fricciones a largo plazo.
Una estrategia de confrontación contra la OTAN
La estrategia de Putin se basa en una confrontación directa con Occidente. Este enfoque no solo subraya su postura desafiante. También pone de manifiesto sus limitaciones. La dependencia de Rusia de sus aliados y la necesidad de construir una coalición antioccidental son indicativas de una posición de debilidad. A pesar de su retórica beligerante, Putin es consciente de que Rusia no puede enfrentarse sola a la OTAN y a sus aliados.
La OTAN, por su parte, ha respondido a las acciones de Rusia con una serie de medidas defensivas y de disuasión. El fortalecimiento de su presencia en Europa del Este y la inclusión de nuevos miembros, como Finlandia y Suecia, es un auténtico reflejo en su compromiso con la seguridad colectiva. La expansión y consolidación de la OTAN son un desafío directo a las ambiciones de Putin. Y complica sus esfuerzos por reconfigurar ese Nuevo Orden Mundial para beneficio de Rusia.
El papel de los “Estados amigos” en el Nuevo Orden Mundial de Putin
Los “Estados amigos” que Putin busca atraer a su órbita son aquellos que comparten una visión crítica del orden internacional actual. Además de Corea del Norte y Vietnam, países como Irán, Siria y Venezuela son considerados aliados potenciales. Estos estados, afectados por sanciones y conflictos internos, ven en Rusia un socio dispuesto a desafiarlas normas establecidas por Occidente.
La cooperación con estos países no se limita al ámbito militar. La colaboración económica y tecnológica también va a jugar un papel crucial. Proyectos conjuntos en energía, infraestructuras y tecnología de defensa son componentes esenciales de esta estrategia. Sin embargo, la eficacia de estas alianzas está por verse. A fin de cuentas, muchas de estas naciones lidian con sus propios desafíos internos y sus limitaciones económicas.