En el día de hoy, hace 114 años, nació el artífice de que miles de judíos no cogieran el tren en Budapest. Aquel tren sin retorno que solo tenía una parada: el exterminio. Ancianos, niños, bebés, embarazadas… Nadie escapaba.
Él, como Oskar Schindler, el empresario que inspiró la emblemática película, también tiene una lista. Con la salvedad de que si en la del héroe alemán figuraron 1.200 judíos, en la de Ángel Sanz Briz, 5.200.
El nombre de este diplomático zaragozano no es reconocible a nivel mundial. Ni siquiera él lo pretendía, solo decía que salvar esas vidas en Hungría era “lo mejor que había hecho en su vida”.
Allí nació la primogénita de los cinco hijos que tuvo con su mujer, Adela. Apenas tenía un año, cuando su padre las sacó a ella y a su mujer embarazada para ponerlas a salvo “cuando entraron los rusos”. Un bebé ajeno a que aquel hombre que rondaba la treintena, destinado como encargado de negocios y que la cogía en brazos, era un ángel. El Ángel de Budapest.
A sus 81 años de edad, Adela Sanz Briz resucita para Artículo14 el legado de su padre. Su voz transmite un entusiasmo y una lucidez que catapulta en el tiempo. “El odio a los judíos existe desde el Génesis, es el pueblo escogido”, afirma.
Nació en Hungría, pero vivió allí por poco tiempo.
Yo tenía un año al final de la Segunda Guerra Mundial. Y entonces mi padre le dijeron que se fuera porque no teníamos relaciones con Rusia en aquel momento, y nos sacó del país a mi madre embarazada y a mí. Mi padre salvó vidas durante la ocupación nazi, pero lo que no se habla, lo que nadie cuenta, es que los rusos siguieron haciendo horrores a los pobres judíos. Igual o peor.
Antes de entrar en la gesta de su padre, me gustaría que me contara cómo era, qué relación tenía con sus hijos.
Mi padre era brillante, simpático, pero muy severo. Teníamos con él una relación de respeto. Era muy trabajador y mire, somos cinco hermanos y cada uno hemos nacido en un lugar distinto. He estado en catorce colegios, como diplomático la vida de mi padre fue muy intensa. De vez en cuando íbamos de excursión, nos contaba cosas… Pero los diplomáticos, sobre todo en aquella época, tenían que tener una vida enorme y social. Mi padre jamás nos ha dado de comer ni las cosas que ahora hacen los padres (ríe).
Cuando su padre se dio cuenta de los propósitos de los nazis con los judíos, informó al Gobierno de Franco para solicitar ayuda. Pero recibió la callada por respuesta. ¿Cómo lo interpretó?
Era el año 1944. En aquella época estaba todo patas arriba. Además de los judíos de Budapest había millones de temas.
Además, Franco estaba en deuda con Alemania por apoyarle en la guerra.
Franco no se posicionó, tampoco se posicionó en contra. No creo ni siquiera que estuviera involucrado personalmente. Había miles de embajadas y frentes, no sé ni si llegaría a Franco el asunto. Supongo que sí a Lequerica, el ministro de Asuntos Exteriores. Pero no puede juzgarse como lo haríamos ahora, ni siquiera las comunicaciones en aquel momento eran como ahora. Todo era por escrito, lento… Tardaba.
Entonces es cuando su padre decide actuar por su cuenta. ¿Qué les contaba de su modus operandi?
Mi padre nos contaba muchísimo, pero nunca presumía. No era un señor que fuera contando lo bueno que era por haberse jugado el bigote.
¿Cómo hacía para tener carta blanca?
Él daba dinero a los nazis para hacerse amigo. Y entonces le dejaban actuar con libertad por la delegación de España en la Embajada de España. Contaba que un día fue a ver a los jefes, a los nazis y le dijeron: ¿viene usted a protestar por los horrores que están haciendo? Y dijo que no, que iba a dar dinero para ayudar con distintas gestiones, y entonces se hizo así amigo.
Amigo para salvar vidas.
Exactamente. Se gastaba su dinero para comprar casas. Y ahí metía familias enteras.
¿Cuántas casas?
Pues yo creo que fueron 5 o 6.
¿Y cuántas familias vivían?
No le sé decir. Pero hasta los topes. Dormían donde podían, también en la embajada.
Y colgaba un cartel que ponía “anexo a la delegación española” en las puertas para que no entraran a por ellos. También lo hacía en hospitales, orfanatos, clínicas de maternidad…
Exacto, exacto. Incluso en las guerras más horribles, los países extranjeros son respetados.
Aun así se la jugaba.
Claro que se la jugaba, y además había que llevarles comida y medicinas. Mi padre se encargaba personalmente muchas veces. Obviamente, no llevaban caviar, todo era muy sucinto, pero hacían lo que podían.
Para deportarlos, su padre se encontró a la manera de aferrarse a un Real Decreto del directorio militar de Primo de Rivera que daba la nacionalidad a los judíos de origen sefardí. Y entonces metía una familia entera en el mismo pasaporte, ¿Cómo lo hacía?
Añadía una letra distinta al número de pasaporte. Una solución muy sencilla.
¿Y nadie se fijaba en la frontera?
No, debía de ser un momento de tal lío… Pero claro que se la jugó, porque si te toca un pelmazo que te pregunta: ¿Qué es esto de a, b, c? A ver qué dices.
También se presentaba en la estación de tren.
Eso fue fantástico, se paraba en las puertas de los trenes y preguntaba: ¿Hay alguien que de España? Y había gente que salía de las filas y se los llevaba.
Muchos mentirían.
Hombre, claro. Lo que pasa es que muchos no sabían ni donde iban. Mi padre explica en sus cartas lo que está pasando al Gobierno de España, pero la gente no sabía lo de las torturas, no era vox populi. Pero se corrió la voz, y la gente también se presentaba en la delegación.
¿Tienen contacto con alguna de esas familias que salvó?
Sí, los hermanos Vandor, Enrique y Jaime, que se vinieron a vivir a España con su madre, Anny. Siempre tan agradecidos. Era una madre con dos hijitos de 8 o 10 años. Vivieron en una de estas casas, de las que no podían salir.
Vivían enjaulados, pero evitaban la muerte.
En los campos había bebés, mujeres embarazadas… ¡Parían ahí! Te voy a decir una cosa, te quedas helada de lo que aguanta el ser humano y te quedas helada de lo que los niños, que son insoportables en casa y quieren lo que sea, y ahí se aguantan porque no son tontos.
A su muerte, en España se ha hecho una película en su honor y también un libro. Pero en vida no. ¿Alguna vez su padre lo lamentó?
Jamás, jamás, jamás. Además, piensa que antes no se hablaba de ellos, porque éramos pro árabes. Lo malo es juzgar las cosas que pasaban hace 80 años con juzgarlas con nuestra visión actual. Pero es innegable que tuvo mucho mérito, muchísima gente se me lavó las manos. Y es lógico, porque pensaban en sobrevivir.
Y después que luego tuvo una vida interesantísima de embajador en Guatemala, cónsul en Nueva York, embajador en Perú, Holanda y Bélgica. También fue embajador ante la Santa Sede. ¿Pudo romper su padre con el horror que vio en Budapest o siempre se lo llevó consigo?
Se lo llevó siempre consigo. Y vio horrores en muchos sitios también porque desgraciadamente el mundo está lleno de ellos. Pero desde luego mi padre siempre decía que lo más importante que había hecho en su vida era lo que hizo en Budapest. Es verdad que la vida de un diplomático era muy movida, no tenía mucho tiempo para estar reminisciendo.
Estamos viviendo un momento terrible desde el 7 de octubre y todo lo que ha desencadenado. ¿La historia se puede repetir?
A los judíos siempre les están dando fuerte. Y desgraciadamente la izquierda es muy contraria a los judíos, y ellos se asocian con la derecha. Y la derecha no está de moda.
¿Cree que sigue existiendo el odio a los judíos?
Sí, aunque caiga sobre nosotros su sangre y la de todos nuestros descendientes. A los judíos desgraciadamente los han odiado siempre, son el pueblo elegido desde el Génesis. Agradezco mucho el interés por la historia de mi padre, porque estoy de acuerdo en que si las cosas se saben la gente reacciona. Porque además yo creo que el odio que suscita la historia del pueblo judío es porque no tienen la verdadera información.