Toda pérdida genera un duelo que se compone de varias fases. La negación es una de ellas, por lo que es comprensible que Lula todavía intente negar que Maduro es un dictador y prefiera matizar calificándolo solo como “desagradable con tendencia autoritaria”. Esto después de haber superado también otra fase del duelo, la negociación. Pedirle a los mismos que ejecutaron uno de los fraudes electorales más descarados que repitan la elección, es tan infantil como desear retroceder el tiempo para cambiar la realidad haciendo lo mismo. Porque la realidad es precisamente esa que todavía Lula no quiere admitir y que tampoco va a cambiar repitiéndose la elección, y es que en Venezuela hay una dictadura con todas sus letras. Ya llegarán a la fase de aceptación como les sucedió no hace mucho con Daniel Ortega.
De hecho, este es el cuarto fraude seguido que comete Maduro. El primero fue en 2013 cuando ante la victoria de Capriles se proclamó ganador con un supuesto 1% de diferencia. Luego en 2015 ante una aplastante derrota, impugnó vía tribunales el triunfo de varios diputados para evitar que la oposición ejerciera las 2/3 partes en el parlamento nacional. De igual forma desconoció la Asamblea Nacional toda y gobernó con una asamblea paralela formada por su propio partido. En 2018 hizo una elección presidencial sin oposición luego de ilegalizar sus partidos e inhabilitar a sus líderes. Y ahora en 2024 pasó lo que pasó, se proclamó con unos resultados inventados de servilleta y sin el más mínimo disimulo, ante una diferencia superior a tres millones de votos. Un fraude que, según el Panel de Expertos Electorales de la ONU (invitada por el propio régimen madurista), “no tiene precedente en elecciones democráticas contemporáneas”.
Pero Maduro no solo es dictador por hacer fraude en todas las elecciones y ejercer el poder sin legitimidad de origen. También lo es por su desempeño que, entre otras cosas, ha generado una investigación en la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad, muchos de los cuales se siguen cometiendo hoy en día. Secuestros, asesinatos, desapariciones forzosas, torturas y encarcelamiento sin juicio, sin discriminar entre diputados, alcaldes, militares, empresarios, dirigentes sociales y militantes políticos de base. El problema de negar la dictadura de Maduro es precisamente este, que al hacerlo se invisibilizan sus víctimas. Dejan de importar. Como sucede con el negacionismo del holocausto, de la violencia de género y hasta de la pandemia.
Imaginemos a alguien supuestamente de izquierdas decir que una violación es desagradable, pero no es un delito. Así sonó lo dicho por Lula sobre que el régimen de Maduro es desagradable, pero no es una dictadura. ¿Desagradable? Ahora mismo hay más de cien menores de edad presos, incomunicados y torturados, imputados de terrorismo, solo por transitar en una calle o por haber sido denunciado de “opositor” por un vecino. Es un régimen militar de facto y una tiranía despótica que perdió por paliza una elección controlada por ellos, realizada con ventajismo, censura y persecución. Desagradable es ese “buenismo con los malos” que pretende blanquear semejante realidad, partiendo de la base de que hay pueblos que no merecen la democracia y que deben de conformarse con vivir sin derechos fundamentales.
Que todavía no se le dé la categoría de dictadura a Cuba y a Venezuela, que suman casi un siglo de continuismo totalitario, es simplemente una vergüenza. Es la expropiación definitiva, la de la verdad. Menos mal que el presidente Boric ha compensado con creces esta carencia de la izquierda democrática, caracterizando de forma objetiva y sin sesgo ideológico las dictaduras de la Región, sobre todo la venezolana. La izquierda democrática mundial tiene ahora la oportunidad (y el deber) de apoyar sin ambages al pueblo venezolano y su deseo de vivir con libertad y en democracia, para expiar así también el pecado original de no haber condenado nunca la dictadura castrista, donde sigue habiendo un sistema de partido único. Es hora de admitir que, así como Stalin fue tan dictador como Hitler, Fidel lo fue tanto como Pinochet y Franco. Y que ahora Maduro es tan dictador como Putin, Daniel Ortega como Lukashenko y Díaz-Canel como Kim Jong-un. Solo así se podrá reivindicar la lucha de los pueblos latinoamericanos oprimidos que lo único que quieren es tener la misma democracia que hay en Brasil, donde se cuentan los votos y hay alternancia democrática, en el marco de la separación de poderes y el Estado de derecho.
Al menos Lula comienza a comprender que la transición será imposible con Maduro en el poder, y poco a poco le va quitando el aval. Por ahora se lava las manos, dejando la vía libre para una transición ya sin el dictador, quien declinó la última oportunidad de negociar su salida al rechazar el salvavidas de la repetición electoral. Mientras tanto, y como se demostró ayer, el pueblo venezolano no se rinde y sigue luchando pacíficamente contra esa dictadura, sí, dictadura, rechazada ya por el ochenta por ciento. Venezuela matters.