Concepto mal explicado

Yo también tengo el ‘Síndrome del Grinch’ y no lo sabía

Hay momentos en que la Navidad pesa más que el turrón. Este fenómeno, que muchos podrían asociar al personaje ficticio del Grinch, tiene su propia razón de ser y es mucho más común de lo que pensamos

El icónico personaje de Dr. Seuss llegó al cine en el año 2000 de la mano de Ron Howard, con Jim Carrey en el papel principal.

En alguna parte del mundo, un reno se estrella contra una chimenea y deja de ser mágico. No pasa nada, tiene seguro y alguien le hará un meme antes de que caiga la noche. Pero en otras partes, para mucha gente, diciembre llega como una avalancha de luces, villancicos y abrazos forzados que terminan empujando a algunos al sofá con una manta y cara de Grinch. Sí, el del cuento de Dr. Seuss. Ese que vivía en la montaña, ¿odiaba la Navidad? y que Jim Carrey se encargó de tatuarnos en la memoria con su risa demencial y su pelaje verde.

“El ‘síndrome del Grinch’ no es un término clínico, pero encierra un fenómeno emocional muy real”, me cuenta Luis Guillén Plaza, psicólogo en Psicopartner. Lo dice como si tuviera una silla reservada para el Grinch en su consulta. Es más que un personaje, es un reflejo, una idea.

Piénsalo. Desde noviembre –o antes, si los centros comerciales tienen prisa– el mundo entero parece conspirar para que seas feliz. Muy feliz. Escandalosamente feliz. Pero si tienes deudas, lidiar con la suegra te deja al borde del KO técnico o llevas un duelo reciente a cuestas, ese bombardeo de luces y buenos deseos puede convertirse en una tortura.

Pero el Grinch no odia la Navidad, solo las expectativas absurdas que la rodean

La Navidad está cargada de valores idealizados: felicidad, unión familiar, generosidad. Pero no todo el mundo puede conectar con este ‘ideal navideño’”, explica Guillén Plaza. Hay quien siente que no encaja, y ese desajuste no es solo incómodo, sino profundamente frustrante. El psicólogo asegura que la presión social es un cóctel molotov emocional. Entre las reuniones familiares obligatorias, los regalos que no puedes pagar y las cenas que te llevan directo a los brazos de tu tarjeta de crédito, es fácil caer en una espiral de estrés. “La Navidad no siempre se vive como un momento de disfrute, sino como una lista de tareas emocionales y materiales que hay que cumplir”, dice. Y claro, eso tiene un precio: tensiones familiares, una tristeza que pesa más que el panettone y la sensación de que las expectativas de felicidad te pasan por encima como un trineo desbocado.

La Navidad está cargada de valores idealizados: felicidad, unión familiar, generosidad. Pero no todo el mundo puede conectar con este ‘ideal navideño’”

¿Un Grinch o un ‘winter blues’?

Aunque el Grinch sea la estrella del concepto, Guillén Plaza es tajante al aclarar que aquí no hay diagnóstico clínico que valga. Pero detrás del rechazo navideño puede esconderse algo más serio. “En algunos casos, estas emociones están relacionadas con el trastorno afectivo estacional (TAE), que surge por los cambios en la luz solar durante el invierno. Menos luz, menos serotonina y más tristeza”, explica.

¿El resultado? La Navidad llega justo en el momento en que el cuerpo está más vulnerable, y lo que debería ser una fiesta de luces se convierte en un agujero negro emocional. A eso se le suma lo que el psicólogo llama “el síndrome de la silla vacía”. Esa ausencia que pesa más en la mesa que el pavo. “La Navidad reactiva recuerdos de personas ausentes, lo que puede intensificar emociones de duelo o melancolía”, dice. Y uno no puede dejar de imaginarse al Grinch mirando por la ventana de su montaña, pensando en todas las sillas vacías que ha acumulado.

Cómo sobrevivir a las expectativas navideñas (y salir con vida)

Guillén Plaza no tiene recetas mágicas para el “síndrome del Grinch”, pero ofrece estrategias. La primera, básica y brutal: baja las expectativas. “La perfección navideña que venden las redes sociales y la cultura popular no existe”, dice. “Aceptar esto es el primer paso para vivir la Navidad desde un lugar más auténtico”.

Otra: reescribir las reglas. “No todas las Navidades tienen que ser iguales. Puedes hacer que reflejen lo que realmente valoras”, sugiere. Y aquí es donde uno puede imaginarse al Grinch sentado en su cueva, con una copa de vino y un vinilo de jazz, celebrando su Navidad a su manera. También recomienda algo tan revolucionario como simplificar. “Reducir la carga material y emocional ayuda a centrarse en los pequeños momentos de disfrute”. Traducido: menos Amazon y más abrazos (sinceros, no los que tocan).

El arte de decir no (y que no te duela): La clave, dice Guillén Plaza, es aprender a decir no. “Establecer límites claros es fundamental para evitar el desgaste emocional”, asegura. En un mundo que te bombardea con compromisos sociales y reuniones familiares, poder rechazar lo que te sobra es un acto de autodefensa. Y si eso no funciona, el autocuidado es el plan B. Dedica tiempo a lo que te hace bien: pasear, leer, desconectar. O hablar con alguien de confianza. En casos extremos, acudir a un psicólogo puede ser una tabla de salvación.

“La Navidad no debería ser una carga”, concluye Guillén Plaza. Y tiene razón. Al final, el Grinch no odia la Navidad, solo las expectativas absurdas que la rodean. Quizá la solución no sea derrotar al Grinch que llevamos dentro, sino entenderlo, sentarlo a la mesa y dejar que, por una vez, se sirva un poco de paz.

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