Virginia Giuffre, cuyo nombre quedó grabado en la historia como una de las principales acusadoras de Jeffrey Epstein y del príncipe Andrés de Inglaterra, ha muerto a los 41 años en su casa de Australia Occidental, en un acto que, según las autoridades, ha sido un suicidio.
Nacida como Virginia Louise Roberts en Sacramento, su infancia fue un laberinto de abandono, marcada por la fragilidad de un hogar roto y la dureza de las calles de Miami. Allí, como en una trágica predestinación, cayó en las redes de una organización de trata encabezada por Epstein y su aliada Ghislaine Maxwell. Desde los 14 años, fue arrastrada a un mundo que ningún adolescente debería conocer jamás.
La imagen que quedó para la historia -ella, de joven, junto a Epstein, Maxwell y un sonriente príncipe Andrés- fue el símbolo de un sistema que protege a los poderosos y olvida a los vulnerables. En 2021, desafió a la realeza británica al demandar al príncipe Andrés por abusos sexuales cuando ella era aún menor de edad. Aunque el caso nunca llegó a juicio, el acuerdo extrajudicial fue un reconocimiento tácito de una herida imposible de cerrar.

A su histórico coraje le siguieron nuevos dolores: un accidente de tráfico que deterioró su salud, un matrimonio roto bajo acusaciones de abuso doméstico, y una batalla por la custodia de sus tres hijos. Y el peso de tantos problemas, al parecer, terminó por inclinar la balanza.
En su despedida, su familia la describió como “una guerrera feroz”, y quienes la conocieron hablan de una mujer capaz de encender esperanza en medio de la desesperación. Su legado, la organización SOAR (Speak Out, Act, Reclaim), sigue viva, luchando por las víctimas que ella representó con tanta valentía.
Virginia Giuffre eligió ser altavoz antes que herida. Demandó a la realeza, desafió a Epstein y a sus aliados, construyó su voz sobre el escombro de su infancia, y cuando llegó el dinero del acuerdo, lo invirtió en algo mucho más valioso: ayudar a otros a hablar. Pero en todo ese paisaje quebrado, seguía siendo la mujer que, aun tambaleándose, se negaba a caer.
Su muerte ocurre apenas unos meses después de que enfrentase los serios problemas de salud mencionados anteriormente, tras el accidente de tráfico que le provocó insuficiencia renal, así como en medio del complicado proceso de divorcio y la custodia de sus hijos. Así se apaga una voz que, pese a todo, nunca dejó de gritar en nombre de las víctimas silenciadas.