LUJO

Donatella vende Versace: el lujo vuelve a hablar italiano (y se entiende con acento milanés)

Prada se hace con la marca pero lo que parece una operación financiera es, en realidad, una vuelta al origen. Italia, país de santos, papas y diseñadores con ego de catedral, recupera una de sus marcas más incendiarias

Fotografía: Kiloycuarto

Al final, como en los viejos dramas de Visconti, todo termina en familia. Italia, ese país que exporta más pastas que perdones, acaba de hacer algo que lleva siglos ensayando: recuperar lo suyo. Esta vez no es una estatua ni un Caravaggio, sino algo más explosivo y tal vez más sagrado: Versace. El pecado de oro, el grito estampado en seda, vuelve a hablar con acento milanés porque Prada, la otra gran dinastía, ha soltado 1.380 millones de dólares para quedarse con la casa que fundó Gianni entre columnas dóricas y afters eternos.

Donatella Versace ha firmado un contrato. Y no ha temblado. O si ha temblado, nadie lo ha notado. La mujer que convirtió su apellido en sinónimo de exceso y glamour gótico ha vendido su casa. Su casa: esa catedral dorada llamada Versace. Por 1.380 millones de dólares, el emporio pasa a manos del grupo Prada, en lo que ya se conoce como la gran reunificación de la moda italiana. Y aunque la prensa económica hable de sinergias, cotizaciones y conglomerados, la noticia va más allá de balances. Es personal. Es emocional.

La diseñadora italiana Donatella Versace junto a Carla Bruni, Claudia Schiffer y Naomi Campbell en un desfile en Milán, 2017 / Fotografía: EFE

Donatella no es solo la heredera del legado de Gianni. Es su continuación con gritos y lentejuelas. Lo que empezó como una tragedia en Miami -un disparo, un vestido sin terminar, una familia sin rumbo- se convirtió, gracias a ella, en un imperio que no pedía permiso para ser lo que era. Donatella recogió el cadáver de un sueño y lo volvió a vestir. Más corto, más brillante, más provocador. La miraban esperando que fallara. Y ella respondía con musas imposibles -JLo, Naomi, Beyoncé- que salían a la pasarela como si fueran a conquistar Roma.

Durante años fue esa figura casi mitológica que flotaba sobre el mármol de los desfiles como una esfinge rubia. Sus colecciones eran la prueba de que el buen gusto no siempre es lo correcto. A veces, lo correcto es un vestido de leopardo con escote hasta el ombligo. A veces, lo correcto es desafiarlo todo. “Versace es una actitud”, solía decir. Y ella era su mejor campaña.

Foto de archivo de la diseñadora Donatella Versace. EFE/EPA/PETER FOLEY

Saber irse también es reinar

Versace llevaba años dentro del grupo Capri Holdings, una especie de orfanato de lujo con sede en Estados Unidos donde también estaban Michael Kors y Jimmy Choo. Funcional, rentable, pero sin alma italiana. Así, Prada no compra solo una marca, compra una historia. Una religión. Una forma de entender la sensualidad como algo que no se disculpa. Y que Donatella haya aceptado esa transición no habla de debilidad, sino de inteligencia. Saber irse también es reinar.

Hay algo profundamente poético en que sea Miuccia Prada quien recoja el testigo. No podrían ser más distintas: una hace filosofía de la fealdad y la otra, una sinfonía de la provocación. Pero las dos son mujeres que han gobernado casas de moda con puño de seda y lengua afilada. Las dos han hecho de la contradicción su mayor virtud. Prada viste la duda. Versace viste la certeza.

Miuccia Prada. Fotografía: EFE/ DANIEL DAL ZENNARO

Donatella seguirá vinculada al grupo. No hay comunicado sin su nombre, no hay venta sin su presencia. No se va, se transforma. Quizá por fin deje de firmar las facturas, pero no dejará nunca de firmar los mitos. La Donatella que camina en silencio después de esta venta no es menos poderosa. Es más peligrosa. Porque ya lo ha visto todo. Y ha sobrevivido a todos. A la tragedia, al juicio, a la caricatura.

Se habla mucho de dinero cuando una firma cambia de manos. Pero no se habla suficiente de legado. Donatella, con todo su artificio, con su piel de porcelana y su voz de cigarro largo, ha sido una de las pocas figuras que supo convertir el dolor en capital estético. En un mundo que todo lo blanquea, ella mantuvo el negro. Y hoy, al vender la casa que lleva su nombre, no se despide: se inmortaliza.

El lujo vuelve a hablar italiano (y se entiende con acento milanés)

Prada es la línea perfecta, el gris que nunca es aburrido. Versace es el estampado que grita antes de entrar. Una diseña para la pasarela de la mente. La otra, para la alfombra roja del exceso. Que ahora compartan apellido (y consejo de administración) suena tan lógico como improbable. Pero esto es Italia.

“Estoy encantada de que Versace pase a formar parte de la familia Prada. Gianni y yo siempre hemos sentido una gran admiración por Miuccia, Patrizio y su familia. Me siento honrada de que la marca esté en manos de una empresa familiar italiana tan fiable, y estoy lista para apoyar esta nueva era de la marca en todo lo que pueda” – Donatella Versace

Desde hace tiempo, Versace se había vuelto una especie de franquicia sentimental: italiana en espíritu, americana en capital. Fue Michael Kors quien la compró en 2018 por 2.100 millones de dólares (más caros que los de ahora, por cierto), metiéndola en su conglomerado Capri Holdings. Pero lo que parecía una expansión global acabó siendo un matrimonio frío: mucho marketing, poco estilo. El Versace de los noventa -el del glamour asesino, el de las supermodelos como estatuas vivas- había perdido la voz. Se necesitaba una vuelta al origen.

El nuevo holding se llamará, con una creatividad de despacho, Gruppo Moda Milano. Suena un poco a bufete de abogados, pero quizá eso sea parte del encanto: devolver al lujo italiano el poder con el que nació. Ya no solo se trata de hacer desfiles, sino de dictar las reglas del juego.

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