“Arde la calle al sol de poniente, hay tribus ocultas cerca del río esperando que caiga la noche. Hace falta valor, hace falta valor, ven a la escuela de calor.” Así lo cantaba Radio Futura, evocando imágenes vívidas del verano. Con su llegada, las ropas se aligeran, los bikinis y bañadores salen a relucir, y los cuerpos se exponen al sol. ¡Qué calor!
En este contexto, es común escuchar frases como “Voy a aprovechar el verano para ponerme en forma“. Pero esto me lleva a reflexionar: ¿por qué queremos ponernos en forma? ¿Qué buscamos al ir al gimnasio? Si bien hay innumerables motivos detrás de esta decisión –que podrían ser tema de conversación durante horas– quiero compartir una observación y reflexión que surgió tras mis propias visitas al gimnasio.
Practico mis ejercicios de manera autónoma, aplicando mi experiencia y conocimientos. A lo largo de los años, he tratado y prevenido muchas lesiones deportivas, me he formado en fitness fascial y en el siglo pasado, fui nadadora (sí, aún vivo de esa leyenda y sigo nadando, ¡ja ja!). Sin embargo, he notado que algunos me observan con extrañeza mientras realizo mis rutinas. Al mismo tiempo, me encanta observar a los demás. Percibo cuerpos tensos y rígidos realizando movimientos repetitivos. Detecto deformidades y una falta de ligereza y fluidez en sus movimientos; incluso al caminar. Esta observación me impulsa a preguntarles: ¿para qué vienes al gimnasio? Y siendo incapaz de contener mi curiosidad, les pregunto.
La mayoría responde que quieren “endurecer” (tanto hombres como mujeres). Muchos hombres arrastran lesiones y desean endurecerse porque se sienten “débiles”. Algunos trabajan en su flexibilidad, pero son pocos y a menudo, tienen poca consciencia de su propio cuerpo. Las mujeres suelen enfocarse en endurecer rápidamente las piernas, mientras los hombres se centran en los hombros, brazos y pecho.
No puedo dejar de reflexionar sobre la palabra “endurecer”. Vuelvo al gimnasio y obtengo las mismas respuestas, observo las mismas formas de moverse. Esto me lleva a buscar en el diccionario: “Endurecer” significa poner duro o más duro. Hacer a alguien más resistente física o mentalmente. Pero, ¿realmente logramos esto en el gimnasio?
No puedo evitar relacionar los patrones de movimiento con nuestros patrones mentales, emocionales y de comportamiento. Tras muchos años de trabajo, observación y reflexión, he llegado a la conclusión de que, al cambiar el cuerpo, cambiamos nuestra identidad y pensamientos. La mayoría de las prácticas con pesas en el gimnasio generan rigidez y falta de flexibilidad, a menos que se compensen con otras prácticas y con los movimientos naturales que nuestra biología necesita para ser un humano armonioso y equilibrado. Esto conlleva a una falta de adaptación postural. La capacidad de adaptación postural refleja un equilibrio en todos los aspectos de la persona, tanto física como emocionalmente.
Pero vayamos más allá del simple hecho de levantar pesas: me pregunto si esta sensación de debilidad que muchos sienten no es, en realidad, sino una falta de fuerza interior y de sostén que intentamos compensar con músculos duros y poco flexibles. La flexibilidad está relacionada con la habilidad de soltar, de moverse libremente, con la agilidad del pensamiento y la apertura a la transformación.
Si trabajamos solo para endurecer, esta contracción permanente nos lleva a perder confianza. El cuerpo confía cuando se mueve bien y para esto debe estar blando. “Ablandarse” significa mitigar la fiereza, la ira o el arrojo; templarse. Proviene del verbo “blandir”, que quiere decir hacer caricias. También se refiere a ceder, suavizar una postura o un pensamiento.
Necesitamos soltar, ablandarnos para poder cambiar de forma. ¿Queremos cambiar en verdad? Nos cubrimos con una coraza muscular que no deja penetrar en nuestro espacio el alma del otro. Me pregunto si esta incapacidad de dejarse acariciar nos hace algún bien. ¿Tenemos miedo de ablandarnos y que otros puedan entrar en nuestro ser?
Los músculos “demasiado compactos” no realizan su tarea muy bien y suelen “llorar y quejarse”; los músculos sin tono, “flojos”, tampoco pueden realizar sus tareas y son una fuente de dolor y problemas añadidos. El tono muscular apropiado es necesario para una salud óptima, nada en contra, pero todo en su justa medida, ni mucho ni poco. La relajación es fundamental para un cuerpo equilibrado en todos los aspectos y un estado óptimo de salud. No se trata solo de la relajación de un músculo, es la respuesta de todo nuestro organismo a la relajación.
Cuando estoy rígida muscularmente, tiendo al cabreo, a la respuesta desproporcionada, a confundir, a volverme más egocéntrica, a perder la capacidad de estar con los otros. Cuando me ablando, aparecen las posibilidades de elección, de observación, de recibir al otro, de no perder el centro, hay menor cansancio y tengo la capacidad de empatía y compasión. Es crucial entender que una verdadera tonificación no se trata solo de aumentar la masa muscular o la fuerza bruta. Se trata de desarrollar una musculatura funcional que soporta el movimiento eficiente y saludable del cuerpo. Las líneas de fuerza, esas trayectorias invisibles a lo largo de las cuales se distribuyen las tensiones del cuerpo, son esenciales para mantener el equilibrio y prevenir lesiones.
El cuerpo humano posee una inteligencia innata. Responde de manera adaptativa a los estímulos que recibe, ya sean físicos, emocionales o ambientales. Mantener la homeostasis, ese delicado equilibrio interno, es una tarea compleja que involucra a todos los sistemas del cuerpo. La actividad física, cuando se realiza con consciencia y equilibrio, apoya esta inteligencia natural, promoviendo no solo la salud física sino también el bienestar mental y emocional.
El ejercicio no debería ser una mera cuestión de endurecimiento o de seguir tendencias. Debería ser una práctica consciente y equilibrada, que tenga en cuenta la totalidad del ser humano y no simplemente la apariencia externa. Cultivar tanto la flexibilidad como la fuerza nos permitirá movernos no solo con eficiencia física, sino también con agilidad mental y emocional.
Cuando encontramos ese punto óptimo de tono muscular y relajación, no solo mejoramos nuestra condición física, sino también nuestra capacidad para enfrentar la vida con flexibilidad y resiliencia.
No tengo nada en contra de los gimnasios, pero quizás deberíamos valorar para qué vamos.
Hoy me planteo de nuevo: ¿gimnasios para endurecer o para ablandarnos?
Pregúntame ¿y tú, para qué vas?
Siempre para encontrar el tono apropiado, ni mucho, ni poco.
Otro día seguiremos hablando de la inteligencia corporal, esa que nos viene de serie.