A los cinco o seis años, Usha Vance, esposa del vicepresidente de Estados Unidos, ya apuntaba maneras de líder. “Ella decidía a qué juegos de mesa íbamos a jugar y cuáles serían las reglas. Nunca fue mala ni cruel, pero era la que mandaba”. Estas palabras, pronunciadas por un ejecutivo de Silicon Valley, amigo del matrimonio, cobran especial significado después de su viaje a Groenlandia, en representación del Gobierno de Trump, en medio de las pretensiones del presidente sobre la isla.
Por su protagonismo político emergente, Usha Vance no es comparable a ninguna otra segunda dama. Ni siquiera estilísticamente los cronistas expertos en moda pueden darse el gusto de crear rivalidad con Melania Trump, tan hierática como glamourosa. No hay opción de duelo y cualquier intento significaría encoger la figura de Usha, una mujer que viste elegante, pero profesional. Aun así, en la toma de posesión de Trump robó todas las miradas con un abrigo de Oscar de la Renta rosa empolvado, un color asociado a la femineidad muy significativo por su efecto calmante.
Si el término “segunda dama” suena carca, en su caso se queda absolutamente fuera de lugar. Profesionalmente, tiene una dilatada trayectoria en la abogacía, si bien ahora la ha dejado aparcada. En la Casa Blanca, desempeña una influencia que aún está por cuantificar, aunque parece claro que va a dar mucho que hablar.
Nació en enero de 1986 en San Diego. Tiene, por tanto, 39 años. Sus padres, Lakshmi y Krish Chilukuri, migraron en la década de los ochenta desde Andhra Pradesh (India) y son profesores en la Universidad de California, San Diego. Su madre, además de rectora, es académica en el campo de la biología molecular; el padre imparte clases de Ingeniería mecánica. Su infancia en Rancho Peñasquitos, un barrio de clase media, transcurrió sencilla, rodeada siempre de música, amigos y libros.
Fue una alumna brillante. Se licenció en Historia en la Universidad de Yale y también en Derecho. La misma brillantez la trasladó a su carrera profesional como abogada especializada en litigios en la prestigiosa firma Munger, Tolles & Olson y como asistente legal del juez Brett Kavanaugh del Tribunal Supremo.
Conoció a su marido, J.D. Vance, en su etapa universitaria en Yale. Según confesó el vicepresidente en su autobiografía Hillbilly Elegy, se “enamoró perdidamente” de ella en cuanto la vio. Parecían polos opuestos y nadie daba un centavo por la relación. Él era hijo de una familia humilde y disfuncional de origen escocés e irlandés. Tuvo una infancia difícil en el suroeste de Ohio, donde fue criado principalmente por sus abuelos maternos mientras su madre intentaba tratar sus adicciones.
Pero una crianza tan dispar no impidió que se enamoraran locamente. La unión resultaba exótica. Les apodaron los “Judusha”, por la contracción de sus nombres. Algo así como “Bennifer” y “Brangelina”. Usha fue elegida en aquella época una de las 50 estudiantes más hermosas de la universidad. Un diario universitario la describió como una estudiante de izquierdas, aunque interesada por los hombres de ideología republicana. En este mismo retrato, el autor contó que todos los chicos con los que había salido eran “altos, guapos y conservadores”.
Se casaron en 2014 en Kentucky y fueron bendecidos por un gurú hindú. J.D. se refiere a ella como su “guía espiritual”. “Aunque es un tipo de carne y papas, se adaptó a mi dieta vegetariana y aprendió a cocinar comida india de mi madre. Sin darme cuenta, se había convertido en una parte integral de mi familia, una persona sin la cual no podría imaginar la vida”, relató Usha en una entrevista.
El matrimonio tiene dos niños y una niña. A pesar de su presencia en actos relevantes, no tienen la exposición mediática de alguno de los hijos de Elon Musk. Su deseo es procurarles una infancia estable, feliz y normal. J.D. describe a su esposa como “la combinación de todas las cualidades que un ser humano puede tener: brillante, trabajadora, alta y hermosa”.
La complicidad es absoluta. Repasa con él cada discurso, como ya hicieron la noche anterior a la toma de posesión. Ambos se quedaron despiertos hasta altas horas en la habitación del hotel Pfister de Milwaukee, releyendo y mejorando sus respectivas notas. En sus viajes oficiales, es Usha la que llama la atención por el encanto que desprende y la manera cortés que tiene de dirigirse a las personas, ya sea gente humilde o elitista.
Por su perfil intelectual, carisma y curriculum, parecellamada a alcanzar el éxito, a pesar de que sus amigos la definen como “apolítica”. De hecho, en su círculo más cercano expresó que las actitudes de Trump el 6 de enero de 2021, día del asalto al Capitolio, le parecieron “profundamente perturbadoras”. No parece, sin embargo, que consiga atar la lengua a su marido en sus expresiones misóginas y despectivas.
Los propios republicanos confían en que una mujer tan talentosa, serena y prudente como Usha Vance pueda convertirse en consejera clave en la Casa Blanca. El mismo J.D. ha insinuado que puede ser así. “Si me pongo un poco arrogante o demasiado orgulloso, simplemente me recuerdo que ella tiene muchos más logros que yo”, dijo en un podcast. “Soy de esos hombres que realmente se benefician de tener una especie de voz femenina poderosa a sus espaldas que le dice: ‘No hagas eso, haz aquello’”. No falta quien dice que la segunda dama asusta tanto como fascina.