No sería muy prudente quedarse en el barco cuando el capitán abandona. Así cabe interpretar el consejo que ofrece la casamentera Melissa Hobley: “Si estás en una fiesta, olvídate del móvil”. Que sea esta mujer, responsable de marketing de Tinder, la aplicación de citas más popular del mundo, la que nos anime a enamorarnos sin necesidad de teléfono, resulta hasta divertido. ¿Quiere decir que se está hundiendo el barco?
Más que hundirse, esta profesional, acostumbrada a emparejar también en su vida real por puro placer, ha admitido que las aplicaciones empiezan a causar cierta fatiga en los solteros. Y los datos son elocuentes. Tanto en suscriptores como en descargas, podría hablarse del principio de la decadencia de Tinder y de cualquier otra plataforma con el mismo fin.
Según el semanario británico The Economist, en el segundo trimestre de 2024 las apps de citas perdieron 17 millones de suscriptores y las descargas bajaron un 20%. Quedan todavía unos 137 millones de usuarios en todo el mundo que no se dan por vencidos. Pero las cifras van en caída libre. También se ha desplomado el valor de las dos principales compañías matrices de las plataformas, Match Group y Bumble, y las pérdidas rondan ya los 40.000 millones de dólares desde 2021.
Como vemos, hay mucho en juego -empezando por nuestra imperiosa necesidad de dar rienda suelta al amor-, por lo que se ha puesto en marcha una gran labor de ingeniería para estudiar qué está pasando. Tinder se ha unido al Instituto Kinsey de la Universidad de Indiana para trabajar en ello y, después de un profundo análisis, ha concluido que las personas que buscan pareja a través de las aplicaciones trasladan al móvil la gratificación instantánea que obtienen con el resto de los sectores: reservar un hotel con dos horas de antelación, comprar un vuelo que te plantará en París esa misma tarde o pedir una hamburguesa a la una de la madrugada. Exigimos rapidez y, además, nos volvemos cada vez más exigentes. Pero el amor no es Amazon y se ha producido un colapso.
Cualquiera de los informes que circulan en este fin de año conducen a un mismo diagnóstico que, por cierto, coincide con lo que intuye la casamentera de Tinder: tedio. El usuario ha dejado de usar la búsqueda virtual de pareja como una actividad placentera. En su lugar, la toma como algo rutinario y, como tal, ha acabado perdiendo el interés. Ya no es entretenido chatear con quien quizá nunca conocerá fuera de la pantalla o que le hará desaparecer porque lo que se estila en estos sitios es picotear aquí y allá con la ilusa y constante esperanza de que lo mejor está aún por llegar. Y no solo eso. Según indicó la ministra de Sanidad, Mónica García, el 57% de las mujeres que utilizan Tinder se han sentido presionadas para tener sexo, lo que ha generado una frustración mayor.
Por un motivo u otro, las quejas no dejan de crecer. Algunas acaban en tribunales, aunque el desahogo más corriente es TikTok, X o Reddit. Las encuestas de Pew Research muestran que el porcentaje de usuarios insatisfechos en cualquiera de las aplicaciones de citas es cada vez más alto. Las mujeres se sienten especialmente frustradas.
Solo en el Reino Unido, 1,4 millones de personas han abandonado las aplicaciones de citas en los últimos doce meses, según un informe de Ofcom, la agencia gubernamental que regula las telecomunicaciones. La caída en el uso de las diez más importantes es del 16% y Tinder, con más de medio millón de usuarios menos, se lleva la peor parte. Una investigación de la Universidad de Leeds repite lo que está ocurriendo en el resto de los países: hay hartazgo y sensación de que ese desapego con la realidad no está haciendo ningún bien. Al final, en lugar de personas, los perfiles se toman como cartas de una baraja. Esta desconexión provocaría, además, actitudes abusivas aprovechando el cobijo del mundo virtual, donde raramente hay represalias.
El declive no ocurre, sin embargo, en las plataformas con un público homosexual. Según los investigadores de Leeds, se debe a la seguridad que aportan las aplicaciones a la hora de visibilizar y expresar su sexualidad, incluso para experimentar con la propia orientación sexual.
Pero amar y ser amado es una necesidad biológica y, de acuerdo con la medidora de audiencias digitales Gfk, alrededor de cuatro millones de españoles siguen confiando en este método periódicamente. Los hombres invierten algo más de cuatro horas y media mensuales, el doble que las mujeres. Cada tres segundos, comienza una relación en Tinder, según la empresa matriz Match Group.
Aun así, la sensación es que la edad de oro de las aplicaciones ya ha terminado y que, con tanta baja a causa del desánimo, el mercado está necesitado de existencias. No ha sido capaz de conquistar a la Generación Z, pero tampoco de dar respuesta a las nuevas preferencias o necesidades de generaciones de más edad. Un reciente estudio realizado por la consultora estadounidense Generation Lab revela que el 79% de los estudiantes universitarios no utiliza aplicaciones de citas, ni siquiera de manera ocasional.
El bloguero canadiense Cory Doctorow ya hablaba en 2022 de la decadencia de las plataformas, pero ahora advierte de un fenómeno que, de ser cierto, sería lamentable. En su opinión, no es solo la experiencia en línea lo que está fallando, también la capacidad de flirteo fuera del móvil. Después de depositar esta tarea en algoritmos, ya no sabemos cómo se liga de una forma orgánica ni cómo debería ser el cortejo en las relaciones humanas. Pero si pensamos en el fenómeno de la piña de Mercadona, viralizado el verano pasado, al menos en España habrá que poner en barbecho su sospecha.
También están en auge los clubs de runners, las clases de cocina y otras muchas alternativas que dejan claro que estamos programados para enamorarnos y no vamos a desperdiciar esa red neuronal de doce áreas en el cerebro, cada una con su particularidad, que conspiran para que con una sola mirada pueda desatarse la tormenta hormonal propia del enamoramiento con su punto de irracionalidad, pero mágica. Repetir este mecanismo biológico a través de una aplicación con sus reglas de juego y su dosis de incredulidad no siempre es fácil.