Los abusivos alquileres son los responsables de que cada vez sean más los que se ven obligados a compartir piso a edades adultas. La Encuesta de Condiciones de Vida del INE señala que los alquileres compartidos entre gente de hasta 44 años suponen el 32,9% de los hogares, y más allá de esta terrible crisis inmobiliaria, como hoy no hemos venido a hablar de alquileres, sino de (des)amor, vamos a centrarnos en cómo afecta esta situación a quienes buscan pareja. Porque lamentablemente (que nadie me tache de superficial, que para eso ya tengo a mi madre), en las dating apps no hay filtro alguno para encontrar a gente que no comparte piso. En ‘Confessions of a Forty-something F##k Up’, Alexandra Potter cuenta con mucho humor cómo es la vida de una mujer en la cuarentena que tras romper con su pareja, se ve obligada a compartir piso mientras sus amigas renuevan sus casas familiares, y como bien sabemos que la literatura y el cine sirven de reflejo de la realidad social, su escrito funciona bien como termómetro de la actualidad. No es fácil preguntar a las potenciales parejas si viven solas, porque al plantear la pregunta, parece que estás poniendo en marcha una operación digna de Anna Nicole Smith, pero pocas cosas más desagradables se me ocurren que ir a casa de alguien y descubrir, camino del baño, que hay un compañero de piso jugando a la consola en un salón en el que presupones que habrá, como mínimo, una alfombra buena, un sofá y una mesa, no un adulto extra con el que compartir gastos.
“Tuve una cita con un hombre de 43 años. Durante la cena, todo fue de maravilla. Como mi vida sentimental suele estar llena de sorpresas (y no precisamente agradables), reconozco que estaba algo preocupada por ver hacia dónde avanzaba la noche. Cuando fuimos a su casa, me sorprendió lo grande que era, pero pronto descubrí “la trampa”: compartía piso. No es lo mismo que el walk of shame lo presencie el taxista que ese compañero de piso con el que terminas por compartir un café por la mañana mientras los tres os sintáis realmente incómodos”, confiesa Lucía B, Project Manager. “Lo triste es que yo me estoy planteando también compartir piso, porque en Madrid la cosa está imposible, pero me da miedo que suponga poner una dificultad añadida a la ya de por sí complicada labor de encontrar pareja”, asegura.
Aunque bucear en el mar de las citas está ciertamente condenado a sufrir numerosas aguadillas y apneas, hay quienes ante la burbuja inmobiliaria, recurren a otra opción verdaderamente delicada: la de compartir piso con sus ex parejas. De hecho, no es raro que las relaciones sentimentales, pese a encontrarse en un momento de no retorno, en lugar de ser terminadas antes de que todo se derrumbe se extiendan en el tiempo ante el miedo a no encontrar un hogar, algo que tendrá consecuencias nefastas cuando llegue la ruptura, porque ese tiempo extra genera todo tipo de desacuerdos, peleas y reproches que pueden dejar un terrible poso en los miembros de la pareja cuando se separen, dificultando así tener una buena relación post ruptura.
Tener una pareja que comparte piso a partir de cierta edad tiene varias desventajas. “Puede afectar a la intimidad y a la sexualidad, pues hay a quien le da vergüenza practicar sexo cuando hay gente en casa, por lo que la erótica puede descender. Al comienzo, lo habitual es tener sexo cada vez que se ve a la nueva pareja, y en la efervescencia del enamoramiento, que durante entre uno y dos años, eso puede ser una traba. Puede también afectar a nivel discusiones de pareja, porque al haber más personas, la comodidad disminuye. Una paciente me contaba que su pareja tiene 40 años y vive con su madre y con su hermana, algo que descubrió por la mañana, cuando la madre se empeñó en hacerle el desayuno. En definitiva, es una situación que no creo que sea nunca favorable”, explica Lara Ferreiro, psicóloga experta en relaciones. “Por si fuera poco, puede generar cierta sensación de fracaso y puede suponer que quien a partir de cierta edad comparta piso tenga alterados los ciclos vitales y una baja autoestima. Puede no saber gestionar bien las tareas del hogar, habrá un menor espacio para el crecimiento de pareja, cierta percepción de fracaso y problemas de compatibilidad financiera. En el caso de que la economía dicte que la situación tiene que ser así, hay que hacer un plan de acción. Planear escapadas de fin de semana -la falta de intimidad se suele sustituir con viaje-, tener mucha comunicación…”, añade.
El estudio “Viviendas compartidas en España en 2024” de Fotocasa revela que más de la mitad de quienes comparten piso lo hacen porque no pueden pagar un alquiler completo. Por si fuera poco, el estudio de la Empresa Municipal de Vivienda y Suelo de 2019 indica que en la capital, sólo en tres de cada diez hogares viven personas solas. “El encarecimiento del alquiler es el responsable del gran aumento de la demanda de pisos compartidos. Los altos precios hacen que los ciudadanos se vean obligados a vivir en una vivienda compartida para repartir gastos y hacer frente al pago de la renta mensual. Esta frustración impacta en el desarrollo de los ciudadanos y en la evolución de su ciclo vital, ya que cuando se comparte por obligación y no por elección, cuestiones como la natalidad o la salud mental se ven perjudicadas. También es relevante destacar el aumento del volumen de inquilinos insatisfechos que intentan encontrar una vivienda en alquiler y no lo consiguen”, explica María Matos, directora de Estudios y portavoz de Fotocasa.
No cabe duda de que salir con alguien que comparte piso a partir de cierta edad rara vez es algo positivo, pero al final lo fundamental es hablar con la pareja con absoluta sinceridad, desvelar nuestras inquietudes y pensar que en la mayoría de los casos, la situación será temporal, por lo que conviene luchar por un plan de acción futuro común. Porque no sé si del gimnasio se sale, pero de los pisos compartidos, normalmente, sí.