¿El secreto de la felicidad en una pareja estable? Plantarle cara a la biología del amor, que se empeña en echar por tierra las pasiones al llegar a los 730 días de relación. Esto es, aproximadamente, lo que dura el amor pasional. Dos años. Es la conclusión a la que llegó la psicóloga Sonja Lyubomirsky, de la Universidad de California, después de más de quince años de investigación. ¿Y después? Apagón. Más en el deseo erótico que en el afecto.
Para entonces, lo habitual es que la relación esté consolidada con un proyecto vital en común (un hogar, hijos, planes económicos, gustos comunes…) que se tiene que sostener, aunque sea por la fuerza de la costumbre. Donde antes hubo fuego, ni siquiera quedan ya las brasas. Y donde antes había una pareja que se devoraba a besos, ahora hay dos personas convertidas en buenos compañeros de piso. ¿Es lo deseable? Evidentemente, no, y es conveniente detectar las primeras señales para evitar a tiempo que el amor fallezca definitivamente transformando la relación en un triste híbrido de cohabitación, afecto, rutina y entendimiento.
El amor conyugal exige algo más que un arreglo en un espacio habitable con reparto de responsabilidades, aunque la tentación de caer en ello es creciente, según advertía hace unos días el psicólogo estadounidense Marc Travers en un artículo publicado en Psychology Today. El fenómeno ya ha adoptado categoría de síndrome, “el de compañeros de piso”. Siguiendo su relato, el primer signo llega cuando ese aislamiento en lo pasional aboca a vidas paralelas con formas de ocio y amistades dispares. Permitirse un espacio propio es muy saludable, pero siempre que exista otro común.
Travers en su artículo, anima a reflexionar seriamente sobre el vínculo. Si pasar tiempo juntos se convierte en una obligación más que se cumple a regañadientes, no cabe duda. Aquí Travers introduce una cuestión espinosa: ¿qué ocurre si ya no queda ni una pizca de interés en pasar un tiempo juntos y tampoco hay una voluntad de romper?
Nathan W. Hudson, psicólogo de la Universidad de Dallas, responde con un estudio publicado en Personality and Social Psychology Bulletin: las parejas que invierten activamente su tiempo en el otro “tienen niveles significativamente más altos de bienestar”, salvo que la relación se tambalee hacia todos los lados. Si es así, el resultado será unos niveles más altos de infelicidad y una necesidad mayor de cohabitar bajo el mismo techo con vidas independientes. Hudson, por tanto, insiste en que con esa mínima inversión de tiempo no se refiere solo a cantidad, sino también a calidad. Cuando no se presta al romanticismo, será preferible seguir marcando distancia.
Continuando con las señales de alarma que menciona, Travers menciona la intimidad de pareja. No simplemente sexual, puesto que incluso el sexo a veces se reduce también a una tarea sosa, mecánica y performativa. Una intimidad en común significa conexión erótica, cálida y expresiva. Un beso de seis segundos, por ejemplo, puede mantener viva la llama del amor. Este simple gesto genera sustancias suficientes, como oxitocina y vasopresina, para activar una cascada de sensaciones románticas a veces olvidadas. Lo que deja claro es que, sin deseo mutuo y sin intercambio de gestos emocionales y físicos, lo más común es acabar como dos compañeros que comparten un hogar, una situación nada deseable. Un marido, un novio, una pareja de hecho… – da igual la toma que forme- siempre debería ser también un amante. Por último, el artículo alude a la columna que vertebra cualquier relación: la comunicación. Esquivar una conversación al final del día, reducir las respuestas a monosílabos, limitarse a lo imprescindible, olvidarse del sentido del humor al hablar, no conseguir un diálogo fluido y sincero… debería hacernos sospechar. Son síntomas claros de una gran brecha emocional. De ahí a sentir que convives con un extraño, el camino es rápido. Nayara Malnero, psicóloga y sexóloga clínica, además de autora de Cariño, vamos a llevarnos bien, dice que esta actitud evasiva, prolongada en el tiempo, acaba transformada en la llamada “ley del hielo”, y avisa que “no existe mejor manera de destruir a tu pareja que imponiendo el frío”.
Aun con estos signos de alarma, está la opción de revisar qué llevó a tomar direcciones diferentes y cómo se puede reorientar. En toda relación ocurren altibajos, momentos buenos, malos, épocas pasión y otras de monotonía. El secreto de las parejas que lo superan es respirar hondo antes de discutir, alentar la pasión con una cita inesperada o pequeños gestos que expresen afecto, salir de la rutina y crecer individualmente sin perder la conexión. El amor y el sexo puede que nos vengan dados por naturaleza, casi por instinto, pero, como señala Malnero, mantenerlo requiere, como cualquier otra faceta del ser humano, “aprendizaje, esfuerzo, dedicación y trabajo en equipo” para conseguir un objetivo común: ser felices juntos.