He querido romper el hielo con mi propio testimonio. Soy de esas mujeres que señala Riso, de las que amaron hasta la coronilla y más allá sin esperar nada a cambio, menos aún una puñalada como la que recibí. Limpia, pero certera, de esas que llegan directas al corazón. Una infidelidad, un ya no te quiero y un ahí te quedas. Shakira lo calcó en sus canciones de despecho dedicadas a Piqué. De lo mío hace ya tiempo y no tenía ni el talento musical de la colombiana ni la ayuda de Bizarrap, pero de buena gana me habría desgañitado con un hit como el suyo.
Me conformé con un modesto mando de televisión a distancia, el primero en mi poder desde hacía años. Dejé a los niños en el cole y fui en busca de la serie completa de Sexo en Nueva York en DVD. Durante horas, me sentí en la gloria con la ingenuidad de Carrie jugando con la idea del sexo sin amor, sus estilismos, sus tacones de diseño en las sucias calles de Manhattan, mujeres hablando de sexo, aquella icónica escalera de su apartamento en Perry Street, citas con hombres equivocados, el cigarrillo de después… Todo muy loco. Nada se cuestionaba, simplemente sucedía. Y para colmo, Carrie tenía su propia columna de sexo. El desencanto llegó con su secuela And Just Like That’?, pero eso es ya otro cantar.
Susana, de 55 años, vieja compañera de fatigas periodísticas, recuerda que ella se transformó en fiera después de enterarse de las múltiples aventuras de su exmarido. “Nuestra relación parecía consolidada y no quería echarla por tierra por culpa de unos celos quizás infundados. Así que indagué, pregunté, recabé pruebas y facturas de hoteles y restaurantes, marqué en rojo los días que se había ausentado de casa, cotejé… Efectivamente, mis sospechas estaban fundadas. No había una mujer, sino tres y las tres de nuestro círculo. ¿Qué hice el día después de marcharse? Cogí uno de sus preciados bóxers de Calvin Klein, lo rasgué en tres pedazos y me encargué de que cada una tuviese como recuerdo su propio trozo con un lazo rojo en forma de astas. Les dejé claro que tan cornudas eran ellas como yo y tuve que contenerme para no arrastrarlas por los pelos”.
Le llega el turno a Isabel, psicóloga de 32 años. Ella tenía 26 años cuando se fue a vivir con su novio. “Todo parecía idílico durante los primeros años de noviazgo. Con el tiempo descubrí que yo no era del agrado de su madre, pero me soportaba porque tomaba lo nuestro como una cosa pasajera. Cuando decidimos vivir junto, empezaron los malos rollos e inevitablemente salpicaron a nuestra relación. Un buen día él decidió hacer las maletas e irse. No habían pasado ni 24 horas cuando me presenté en el trabajo de mi suegra y le canté las cuarenta en público. No me sirvió de nada, pero me quedé la mar de a gusto. Lo siguiente fue llamar al mejor amigo de mi exnovio para desahogarme y, entre los puntos y seguidos, tuvimos algo más que palabras. Lo que se conoce como sexo por despecho en toda regla”, zanja con una gran carcajada. Tenía razón Gabriel García Márquez cuando escribió en El amor en los tiempos del cólera, que “una cosa es el amor del alma, de cintura para arriba, y otra el amor del cuerpo, de cintura para abajo”.
Un sentimiento muy femenino es la culpa: qué hice, que no hice, qué dejé de hacer… Esto es así porque a veces damos con hombres inmaduros a quienes protegemos como si fuesen hijos. El problema es su egoísmo, no la persona que tienen a su lado. Lourdes, fisioterapeuta de 43 años, se convenció muy tarde de ello. “Él se enamoró de una compañera de profesión y no encontró mejor momento para abandonarme que seis meses después de dar a luz a mi tercer hijo. Había engordado más de lo necesario y me sentía menospreciada físicamente e incapaz de hacerle feliz. Una vez que se fue, me apunté a una clase de zumba muy divertida. Ese rato resultó suficiente para saber que era el primer día de una nueva vida”.
Dice Shakira que las mujeres no lloran y yo le replico que solo algunas. No todas tenemos recursos para gestionar económica o emocionalmente la ruptura. Alba, artista de 58 años, cuenta que su marido la despellejó. “Literalmente. De la noche a la mañana, pasé de una casa de 400 metros, con mascotas, niños y servicio, a verme sola y de vuelta a mi piso de soltera de 100 metros, excusa que usó él en el proceso de divorcio para tratar de arrebatarme la custodia de mis hijos. Afortunadamente, el juez antepuso el calor del hogar al tamaño, pero eso no me privó de pasar varios días, con sus respectivas noches, llorando a moco tendido. Pienso que aquellas lágrimas eran necesarias y me permitieron después una calma que resultó clarividente. Decidí convertir el dolor en pinturas y en las pinturas puse poesía. De haber continuado con mi matrimonio, nunca habría sido capaz de manifestar mi auténtica vocación”.
Son testimonios verídicos que representan diferentes maneras de liberarse y afrontar una situación muy compleja sin estancarse en emociones no resueltas y sin caer en hábitos poco saludables. Hay personas que deciden dar una gran fiesta en medio del duelo, síntoma igualmente de que de una ruptura puede brotar una etapa de crecimiento personal y relaciones más sanas que la que dejamos atrás. Madonna, por ejemplo, celebró en el Ritz Carlton su adiós a Guy Ritchie, en 2009. Más reciente tenemos la fiesta de Britney Spears después de divorciarse de su tercer marido, Sam Asghari. Junto a la piscina de su casa, vestida de verde y con la inestimable compañía de sus “seis chicos favoritos”.
En Málaga fue muy sonado el caso de una millonaria británica que gastó la primera pensión de alimentos que le pasó su exmarido, la friolera cantidad de 290.000 euros, en alquilar una mansión para una fiesta de divorcio con sus amigos. Y habrá que estar atentos por si David Bustamante cumple con la fiesta en la casa de varios fines de semana que promete en su último éxito. Toda una declaración de independencia.