Asistimos a una nueva era en Hollywood en la que el mensaje se impone a la erótica y cada escena contiene un propósito que debe quedar explicito. Desde Londres, el coordinador Enric Ortuño nos despeja qué está pasando.
Luis García Berlanga (1921-2010), que definió el erotismo como la pornografía vestida de Dior, reconocía que era muy difícil rodar el sexo. Él era partidario de improvisar, “eliminar esa Gestapo que es el guion”, y ante cualquier dilema daba una solución estética. ¿Qué pensaría hoy al observar que hasta los besos están pactados o que no hay escena sexual sin un ánimo moralizante? Y además de ser moral, debe parecerlo. Así, en las películas más taquilleras de los últimos meses, aunque el sexo sigue despertando su genuina fascinación, aparece con el cartel bien visible de conceptos como empoderamiento, consentimiento o no a lo heteronormativo.
Los más puritanos concluyen con la idea de que quizás las escenas de sexo son innecesarias y toman como referencia alguna encuesta en la que un buen porcentaje de la generación Z declara que le gustaría no ver tanta libido en el cine. Algunos directores van ajustándose a esos reclamos y exponen un sexo didáctico, cumplidor y escrupulosamente medido. Así es en Anora, una película nominada a los Oscar 2025 que narra el recorrido vital de una stripper. O en Babygirl, que explora el deseo sexual femenino. O en Nosferatu, un remake del film de 1922 que convierte a su protagonista femenina en una superviviente de abusos traumatizada por su pasado.
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‘Babygirl’
En todas ellas, los directores exploran nuevas dinámicas e incitan al espectador a reflexionar, pero han abierto también un debate sobre si esta carga añadida de moralina tan explícita no desmoronará al espectador que no tiene más afán que deleitarse con las escenas de mayor voltaje sexual. ¿Corremos el riesgo de que el cine acabe perdiendo uno de los elementos más atrayentes y rentables?
La figura del coordinador de intimidad está evitando que en este nuevo moralismo todos acaben siendo culpables. Estos profesionales han reinventado la sexualidad en la ficción desde la sutileza. Si tomamos como ejemplo la exitosa serie The Bridgerton, podemos extraer algunas lecciones sobre cómo mantener la tensión erótica en su justa dosis en cada mirada, movimiento, juego de bailes o el placer reflejado en los rostros.
Desde Londres, nos atiende Enric Ortuño, uno de los primeros coordinadores de intimidad que ha tenido el cine. Formó parte del equipo que trabajó en esta serie de Netflix y nos cuenta dónde está la magia: “Es un trabajo de sutileza en el que la seducción está por encima de cualquier otro propósito. Hay sexo, pero siempre va seguido de una razón, una tensión y una necesidad precursora. Es un modo de atrapar al espectador y también de conseguir que los protagonistas, lejos de sentirse incómodos, se involucren en las emociones”.
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‘Nosferatu’
En su opinión, cuando consigues ese perfecto equilibrio entre sexualidad y sensualidad, el resultado es fascinante. En ese empeño está dar un peso fundamental a la mirada femenina. “Sin arbitraje, hay escenas en las que se insistiría en la exuberancia de los cuerpos. Sin embargo, las imágenes logradas son pura sensualidad, a pesar de exponer el placer carnal sin ningún tipo de paliativo. Buena parte de la belleza de estas imágenes se debe a los trucos empleados para la ocasión, que consiguen conexión erótica sin apenas contacto corporal”.
Nicole Kidman ha declarado que le habría resultado muy complicado grabar esas escenas eróticas de tan alto voltaje de Babygirl sin la mediación de un coordinador de intimidad. También la guionista y directora Halina Reijn ha explicado que la presencia de la coordinadora de intimidad Lizzy Talbot, compañera de Ortuño, en el set de esta película erótica permitió una actuación mucho más ardiente sin incomodar a sus protagonistas. “No tenemos que dejar que los actores lo resuelvan por sí mismos”, indicó.
La figura del coordinador fue creada por el Sindicato de Actores Estadounidenses para establecer unas reglas específicas en los rodajes de escenas sexuales con el objetivo de acabar con el acoso y abuso sexual en las actuaciones. Interviene, según nos cuenta Ortuño, antes, manteniendo reuniones con los directores y productores, y también después, en la fase de postproducción, para verificar que el montaje final cumple todo lo pactado. Lo define como una mezcla de defensor, enlace entre actores y producción y coreógrafo que modula la carga sexual y la exposición de sus cuerpos.
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‘Los Bridgerton’
Estas peculiares carabinas han llegado al mundo de la producción audiovisual con un claro propósito: “que nunca más un actor vuelva a sentir tormento por algo que se ha impuesto sin consentimiento, agresivamente, mediante manipulación o sin un diálogo previo con los implicados”. La cruda disputa legal en la que se han enzarzado Blake Lively y Justin Baldoni, a cuenta de algunos comportamientos durante el rodaje de Romper el círculo, corrobora la necesidad de un coordinador de intimidad.
“Los guiones -comenta Ortuño- suelen ser imprecisos en cuanto a contenido erótico. No hay en ellos detalles de cómo son esos besos, orgasmos o actos sexuales. Con un coordinador de intimidad el rodaje solo se inicia una vez marcados de forma muy estricta los ritmos y las reglas sobre el modo de rodar. Es importante acordar el grado de desnudez, los límites en el contacto y escenas íntimas y presentar un erotismo que se aleje de imágenes estereotipadas”. Cree que para los actores es un salto cualitativo saber dónde deben colocar la mano en cada momento, cuánto debe durar un beso, cuánta gente puede estar presente en el set de grabación o cuánta piel van a mostrar y actuar con la certeza de que ni el director ni ninguna otra persona pedirá algo diferente.
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‘Instinto básico’
Un coordinador le habría ahorrado a Sharon Stone un mal trago en Instinto básico, pero nos habría privado del inolvidable cruce de piernas, una argucia orquestada por el director Paul Verhoeven para conseguir que se quitara la ropa interior antes de rodar. En Anora, su protagonista, Mikey Madison, que interpreta a una trabajadora sexual que mantiene sexo a cambio de dinero con el hijo de un oligarca ruso, declinó el uso de coordinador de intimidad. A pesar de que pasa buena parte de la película sin ropa, dice que nunca se sintió desnuda. “No era la única en el set y para estas mujeres su cuerpo es parte de su trabajo, es algo natural, es su herramienta de trabajo”.
Esta negativa despertó muchas críticas: “Los coordinadores de intimidad son muy necesarios, paremos esta locura”, repitieron muchos de sus compañeros en redes. Eso no quitó su dosis de doctrina. Esta película echa por tierra el cuento de la Cenicienta, igual que Babygirl bombardea con el trillado empoderamiento femenino, la brecha orgásmica y el autodescubrimiento en la mediana edad. Por su parte, en Nosferatu hay un interés exacerbado por mostrar el consentimiento y cómo, a pesar de haber sido poseída en cuerpo y mente, la protagonista ha actuado por su propia voluntad. También en Challengers, una película con clara pretensión sexy, el sexo acaba pulverizado por lo políticamente correcto.
El erotismo forma parte de la historia del cine como reflejo de la vida misma y cada época va decidiendo sus límites en cuanto a cantidad, calidad o contenidos. Ahora bien, ¿el espectador necesita que le justifiquen la intención de cada escena subida de tono o hemos entrado en una nueva era de mojigatería?