En una industria en la que la piel tersa y la talla justa son moneda de cambio, Selena Gomez ha hecho lo impensable: existir. Existir con su cuerpo, con su historia, con sus enfermedades, con sus cambios. Existir y, lo que es peor, pedir que se le deje en paz. Pero, claro, pedir respeto por el cuerpo propio en Hollywood es misión imposible.
Hace unos días, en los premios SAG 2025, la actriz apareció con un vestido negro de escote Bardot y, como quien no quiere la cosa, reventó Internet. No por el vestido ni por su presencia, sino porque su cuerpo había cambiado. Gomez, que lleva años batallando contra el lupus y sus secuelas, nunca ha ocultado que su peso sube y baja como un electrocardiograma en una serie médica.
Lo ha explicado de manera directa: “Mi medicación es importante. Prefiero estar sana y cuidarme antes que seguir los estándares de belleza”. Pero eso no ha impedido que cada variación en su talla sea diseccionada como si fuera un misterio médico digno de la NASA.

Selena Gomez en la alfombra roja
Si aparece con unos kilos de más, es una tragedia. Si los pierde, también. Y en esta lógica perversa, el cuerpo de una mujer deja de ser suyo para convertirse en patrimonio del escrutinio público. El problema no es solo con Selena. Es con todas. Con cualquier mujer que, teniendo un cámara delante, se atreva a vivir su vida sin pedir permiso para engordar o adelgazar.
“No soy perfecta, pero estoy orgullosa de ser quien soy”
Hace unos meses, Gomez compartió en Instagram dos fotos en bikini con una década de diferencia. Una de 2013, otra de 2023. Junto a ellas, un mensaje: “No soy perfecta, pero estoy orgullosa de ser quien soy”.
Pero si algo ha demostrado el tiempo es que, en este negocio, la rebeldía es una virtud peligrosa. Y al final, lo que importa no es su talento, ni su resiliencia, ni su capacidad para reinventarse, sino el volumen de sus caderas en una fotografía.
Pero hay algo en la actriz de Emilia Pérez que la distingue de otras estrellas de su generación: su capacidad para convertir la vulnerabilidad en fortaleza. No se esconde, no huye, no pide disculpas por su cuerpo ni por su vida. Hace lo que puede con lo que tiene, como hacemos todos, pero con el agravante de tener a millones de personas opinando.