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Sarah Jessica Parker cumple 60: la vida después de Carrie (y con ella)

La eterna Carrie Bradshaw llega a las seis décadas con una vida repleta de anécdotas, romances inesperados y dejando huella, como pocas, en la moda

En este mundo donde el tiempo es un tacón que aprieta y la fama un bolso que pesa más que luce, Sarah Jessica Parker cumple 60 años sin apenas despeinarse, aunque lo lleve recogido. Hay algo en ella -más allá del perfume, de los Manolos, de la caligrafía perfecta con la que una vez escribió “love” sobre una ventana empañada- que nunca terminó de irse. No es Carrie Bradshaw, pero le dejó las llaves de su casa. Y Sarah, lejos de desalojarla, la ha redecorado.

Sarah Jessica Parker ha llegado a esa edad donde uno empieza a coleccionar aniversarios como antes coleccionaba portadas. Se le han ido sumando décadas con la discreción de quien ya lo ha tenido todo, incluso lo que no pidió. Porque le tocó ser la novia de América sin dejar de ser una outsider de Ohio. Nació el 25 de marzo de 1965 en Nelsonville, un lugar tan improbable para la moda como una pasarela en un establo. De ahí salió con una maleta, unos rizos salvajes y un talento feroz.

Carrie Bradshaw, su personaje icónico de ‘Sexo en Nueva York’

Antes de ser icono, fue actriz. Y antes de actriz, niña prodigio. Su madre le dijo: “Si vas a hacer esto, hazlo bien”. Y lo hizo. Broadway fue su primer beso, y lo recuerda mejor que a muchos hombres. En Annie aprendió que los focos no se heredan, se conquistan. Luego vinieron películas, series, castings y rechazos. Pero nadie la olvidaba. Tenía algo.

Y entonces llegó Carrie. Carrie Bradshaw fue el personaje que le cambió la vida como te la cambia un taxi que para cuando llueve en Nueva York: de milagro. Le puso un tutú, le dio una columna y la dejó andar por Manhattan como si fuera suyo. Y lo fue. Al menos durante seis temporadas y dos películas. Carrie se enamoró, se desenamoró, se rompió y se pegó con pegamento de Prada. Pero mientras Carrie vivía, Sarah crecía.

Le preguntaron mil veces si se parecía a ella. Sarah siempre contestó con elegancia: “No tanto”. Pero las dos compartían el amor por los libros, el café fuerte y los silencios que no incomodan. Y algo más: la firme decisión de no pedir permiso para ser como les diera la gana.

Sarah Jessica Parker en ‘And just like that’

A los 60, Parker se planta con una biografía que parece escrita por Nora Ephron con la complicidad de Woody Allen y la ironía de Fran Lebowitz. Sale a pasear con sus hijas gemelas (sí, gemelas, y sí, por gestación subrogada) y su marido de toda la vida, Matthew Broderick, con quien lleva casada desde 1997. En Hollywood eso es casi una anomalía, como ir a una gala sin bótox.

Vivió amores sonados: Robert Downey Jr. antes de la sobriedad, John F. Kennedy Jr. antes del mito. De cada uno aprendió algo. De Downey, que el talento sin paz es tormenta. De Kennedy, que los príncipes también se caen del caballo. Pero con Broderick encontró el refugio: una casa en el Village y tres hijos.

La moda es otra de sus patrias. Sabe que una falda puede ser un manifiesto y que un vestido puede resumir una década. En cada alfombra roja ha sido ella misma sin dejar de ser todas las demás. Ha vestido de McQueen, de Galliano, de Halston, pero sobre todo, ha vestido de Parker. Creó su marca de zapatos, SJP, y dijo que las mujeres debían calzarse para caminar, no para esperar sentadas.

Sarah Jessica Parker en el rodaje de ‘And just like that’

A sus 60, no reniega de nada. Ni de los errores, ni de los estilismos imposibles, ni de las decisiones difíciles. “Envejecer”, dijo hace poco, “es un privilegio que no todo el mundo tiene”. Y lo dijo sin filtro, sin retoques, con las arrugas que dan las carcajadas y el maquillaje justo para no ocultar la historia.

Sarah Jessica Parker no es eterna, pero ha conseguido una forma de inmortalidad: la del estilo, la del talento, la de haber sido una mujer que supo habitar todas sus versiones sin traicionarse nunca.

Carrie Bradshaw escribía sobre el amor. Sarah Jessica Parker escribe sobre la vida, aunque no lo sepa. Y cuando sopla las velas, lo hace como quien entiende que el tiempo no es un enemigo, sino un aliado con el que se ha tomado más de un cóctel. Porque ella, al final, nunca fue solo un personaje. Fue y es una mujer con alma de novela y zapatos de película.

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