En la habitación silenciosa del Palacio de Balmoral, donde la historia, en su forma más solemne, parecía esperar pacientemente el último suspiro de la reina Isabel II, se tejió un momento tan íntimo como revelador. A pocos días de su muerte, la soberana, consciente del imparable paso del tiempo, compartió un adiós que, además de un cierre personal, fue también una muestra de la compleja y siempre fascinante relación que mantuvo con su ex nuera, Sarah Ferguson.
Sarah Ferguson, ex esposa del príncipe Andrés, ha sido, durante décadas, una figura de lo más potente, tanto dentro como fuera de los muros del Palacio de Buckingham. Su personalidad franca y su vida tan marcada por la controversia hicieron de ella una mujer a menudo incomprendida. A lo largo de los años, su relación con la Reina fue un tema de observación pública constante, entre la admiración, la tensión y la reconciliación. A pesar de las rupturas y los escándalos, la figura de Sarah permaneció cercana a la monarquía, especialmente a Isabel II, que siempre mostró una resistencia serena ante los cambios y las crisis familiares.
La Reina, mujer de férrea disciplina y deber, jamás permitió que los vínculos personales eclipsaran su papel institucional, y sin embargo, a medida que se acercaba al final de su reinado, el lado más humano de su naturaleza resurgió, desvelando las facetas de su ser más íntimo y, tal vez, más vulnerable.
El último encuentro
El 8 de septiembre de 2022, la reina Isabel II fallecía en su residencia de Balmoral, y poco antes de morir, Sarah Ferguson fue recibida en su habitación, un gesto que sorprendió a muchos, pero que reflejaba una de las últimas muestras de afecto que la monarca dedicó a alguien que, aunque distante, había sido parte esencial de su vida.
“El mejor consejo que me dio fueron las últimas palabras que me dijo: ‘Sarah, recuerda que eres lo suficientemente buena siendo tú misma’. Me hace llorar”, confiesa Ferguson en su última entrevista para The Times; un reportaje en el que deja claro que la Reina estuvo con ella, apoyándola, durante la época en la que vivió la depresión posparto y la prensa la acosó por su peso.
Estas palabras adquieren justo ahora una nueva dimensión. A lo largo de los años, Sarah había sido objeto de las críticas más mordaces, tanto por su divorcio con Andrés como por sus errores personales que alimentaron el morbo mediático. Sin embargo, lejos de juzgarla o apartarla, Isabel II ofreció, en su lecho de muerte, la gracia de la aceptación y el perdón. Un gesto que no solo cerraba una etapa de su vida, sino que también dejaba en claro la humanidad que, en ocasiones, se ve eclipsada por la monarquía.