¿De qué están hechos los sueños? Los de Rosario Bermudo de una pasta humilde y siempre escurridiza. Incluso hoy, a punto de conseguir la herencia millonaria que le corresponde por ser hija del aristócrata Leoncio González de Gregorio y Martí, fallecido en 2008, prefiere ir de puntillas, no vaya a ser que se rompa el hechizo. A sus 73 años, siente que se le ha hecho tarde para cumplir aquel sueño que tuvo de niña: “un bañador para poder tapar mis vergüenzas en el riachuelo del pueblo, en lugar del trapo que me preparaba mi abuela”, me confesó hace un año cuando el Tribunal Supremo le daba por fin la razón en su larga batalla judicial. La sentencia desestimaba el recurso de apelación del resto de los hijos y reconocía su derecho a acceder a la herencia y el uso del apellido de su padre Leoncio.
El lunes, 21 de octubre de 2024, la titular del juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Soria condenó a Leoncio, Gabriel, Pilar y Javier a pagar a su hermana biológica, Rosario Bermudo, 1,2 millones de euros, además de las costas. De esta cantidad, 800.000 euros corresponden a Pilar, que recibió, según el abogado de Rosario, Fernando Osuna, “una herencia mejorada”. Es la hermana que más resistencia opone y podría recurrir, ya que no está dispuesta a pagar otra cosa, que no sean subvenciones agrícolas, que a ella, a estas alturas, ya no le sirven de nada.
La decisión de la jueza permite a Rosario pedir el ingreso del dinero por adelantado antes de presentar el recurso, lo que significa que ese sueño que ha perseguido durante más de diez años judicialmente, y toda una vida en su corazón, está a punto de tocarlo, olerlo y sentirlo. Pero se muestran cautelosa desde el piso de protección oficial de Torrejón de Ardoz en el que malvive con una pensión de poco más de 800 euros, que estira para cuidar a su esposo enfermo y ayudar a sus hijos.
Su biografía, tantas veces contada en estos años de litigios para reclamar su filiación y los derechos que le corresponden, es desoladora. De niña la llamaban “la condesita” en su Écija natal por ser hija ilegítima del aristócrata Leoncio, marido de la duquesa de Medina Sidonia, más conocida como la duquesa Roja. Su nacimiento, en 1951, no dejaba de ser una calamidad en aquella España de criadas y señoritos que se arrogaban el derecho de pernada. Ahí empezaba una historia de abandono, pobreza y trato vejatorio que su madre, Rosario Muñoz, recibió de su familia paterna cuando tuvo conocimiento de su embarazo.
La joven fue despedida y tuvo que buscarse la vida sola, limpiando escaleras en Madrid y con la criatura creciendo en su vientre. Volvió a Écija para dar a luz en la casa familiar donde convivían otros nueve hermanos. Con el tiempo, la madre de Rosario se casó y nacieron seis niños. “Se me fue la niñez cuidando de ellos y trabajando en lo que podía para ayudar a la economía del hogar”, dice.
Gracias al prestigioso abogado sevillano Fernando Osuna, que creyó firmemente en ella desde el principio, hoy puede decir, con sentencia firme y el 99,99% de coincidencia en su ADN, que es hija de Leoncio, que tuvo otro hijo extramatrimonial, Javier Isidro, sí reconocido. El aristócrata dejó como herencia un patrimonio de casi 17 millones de euros. Su hija Pilar fue declarada heredera universal y al resto les correspondió la legítima. Es decir, la cuarta parte de un tercio. La fortuna incluía fincas, joyas, obras de arte, casas y un palacio en la localidad soriana de Quintana Redonda, la joya de la corona.
Este palacio de cinco millones nunca abrió sus puertas a Rosario. En él murió su padre en 2008, dos años después de casarse, en segundas nupcias, con su ama de llaves, Maravillas Almarza y Sainz-Pardo. Por supuesto, la primogénita nunca fue invitada a los eventos que en él se celebraron, como la boda de Pilar Medina Sidonia con su primer marido, el conde de las Torres de Alcorrín. Ella es ahora su actual propietaria y lo alquila para la celebración de bodas y eventos. Por él han pasado personajes tan ilustres como el rey Alfonso XIII en su viaje a Soria de 1919, o la fallecida Cayetana Fitz-James Stuart, duquesa de Alba, amiga de la hermana Rosario.
Desde que tuvo uso de razón, Rosario supo quién era sin plantearse por qué sus hermanos se criaban en un palacio, entre tapices, obras de arte, joyas y comodidades, mientras ella lo hacía en la “jaula” madrileña a la que se mudó con el resto de su familia. “Sin agua y sin nada. Pasamos mucha fatiga. Yo me hacía cargo mis hermanos menores al tiempo que trabajaba algunas horas en una fábrica de embutidos. Era una vida muy pobre, con muchas necesidades”.
Su mayor anhelo era abrazar a su padre y nunca abandonó la idea de que algún día el hidalgo soriano iría a buscarla. Ahora traslada ese mismo deseo de abrazo a los hijos de la duquesa roja, una noble libertina con su propia historia de disputas, intrigas, amores prohibidos y luchas nobiliarias.
Rosario está cansada de este juicio, uno de los casos de filiación más mediáticos de España. A la espera de que se resuelva definitivamente, sus sueños no han dejado de tener esa misma pasta austera con la que arrancó su vida. Dará por bien empleada su lucha si la herencia llega a tiempo para mudarse a una casa adaptada que permita a su marido, en silla de ruedas, salir a ver el sol. Ahí empezaría a vivir la vida tal y como se le ha permitido imaginar.