Richard Gere nunca ha necesitado estridencias ni aspavientos para llamar la atención y así lo ha demostrado una vez más esta semana, en las entrevistas previas a la gala de los Goya, que se celebra esta noche en Granada y donde recibirá el esperado Goya Internacional. Su presencia en pantalla ha sido suficiente para convertirlo en un referente del cine. Pero también fue -y es- un sex symbol y todo un referente de estilo. Su atractivo nunca fue ruidoso: una media sonrisa, un cruce de piernas calculado, un peinado perfecto en su desorden y un traje que siempre parecía hecho para él, aunque lo hubiese sacado de una tienda de segunda mano.
El actor estadounidense transformó el concepto de sex symbol masculino en 1980 cuando interpretó a Julian Kay en American Gigolo (1980): un hombre sofisticado, atractivo y sumiso, que rompía con los arquetipos tradicionales de la masculinidad. La película de Paul Schrader, que llegó dos años después de que protagonizase Días de cielo (Days of Heaven, 1978) -una de las obras más emblemáticas de Richard Gere- cambió el enfoque sobre la sexualidad masculina en la pantalla; pero también marcó un antes y un después en la forma en que las mujeres percibían el deseo y el poder sexual.
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Richard Gere y Lauren Hutton en ‘American Gigolo’
El personaje de Juliane se convirtió en un reflejo de los cambios culturales de la época: el consumismo desmesurado, el hedonismo y una nueva forma de erotismo que invitaba a las mujeres a explorar su deseo sin culpa ni remordimientos. Sí, se convirtió en el primer objeto de deseo masculino para las mujeres que se habían liberado de las restricciones de las generaciones anteriores.
En 1977, un par de años antes de este éxito rotundo, Gere también formó parte de Buscando a Mr. Goodbar (Looking for Mr. Goodbar), una película mucho más sombría y compleja, en la que compartió escena con la gran Diane Keaton. En este filme, interpretaba a un hombre con un lado oscuro que entra en la vida de Theresa, el personaje de ella, que comienza a explorar sus deseos más profundos y peligrosos. Aunque su papel en Goodbar era menos glamuroso, su presencia no pasó desapercibida.
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Diane Keaton y Richard Gere en ‘Buscando a Mr Goodbar’
Ambas películas reflejaban una época en la que la apariencia, el consumismo y las relaciones superficiales tomaron un protagonismo sin precedentes, redefiniendo lo que los hombres podían ser en la pantalla. Pero más allá de su estética, sus personajes también abrían el debate sobre el papel del hombre como un objeto sexual para las mujeres, una idea que los críticos de la época no tardaron en reconocer y comentar.
Si hablamos de estilo, habría que recordar que si alguien personifica la esencia de Giorgio Armani, es él. Los elegantes trajes con los que Gere se paseaba por Palm Springs marcaron tendencia: todos querían ser como él y se convirtió en icono de estilo sin saberlo. No por casualidad, su imagen ha estado ligada a la marca desde que apareció en esta cinta, que convirtió la elegancia en una trampa mortal para cualquiera que no se llamase Richard Gere.
Desfiló con trajes de chaqueta ligeros, camisas abiertas con el primer botón desabrochado y una actitud de hombre que se viste con la despreocupación de quien sabe que, haga lo que haga, será el más atractivo de la habitación. Julian Kay no era solo un hombre guapo: era la definición del estilo ochentero, con esos tonos tierra, esos cortes impecables y ese peinado ochentero con volumen que muchos no tardaron en fusilar.
Después vino Oficial y caballero (1982), y con él, el uniforme. Su personaje, Mayo, con la gorra blanca perfectamente colocada y la chaqueta entallada, se convirtió en la fantasía romántica definitiva. Si en American Gigolo era un dandi nocturno, aquí era un héroe de matiné, con la chaqueta al hombro y la seguridad de quien sabe que va a levantar en brazos a la chica y salir por la puerta sin que nadie se atreva a interrumpirlo.
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Debra Winger y Richard Gere en ‘Oficial y caballero’ (Taylor Hackford, 1982)
En su carrera posterior, y tras el enorme éxito de películas como Pretty Woman, Gere demostró que había mucho más en él que su papel de gigoló. De hecho, su transformación en los años 90, en parte hacia un hombre comprometido con causas espirituales como el Tíbet, reflejó un alejamiento del lujo materialista que en su día había simbolizado.
Pretty Woman (1990) también fue un guiño al buen vestir con Ralph Lauren y Armani, y combinando tonos sobrios con camisas impecables y corbatas bien anudadas. Edward Lewis era la imagen del empresario noventero: poder, discreción y un porte impecable.
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Richard Gere en ‘Pretty Woman’ (Garry Marshall, 1990)
En Las dos caras de la verdad (1996) el vestuario pasó a un segundo plano: es una de las películas más destacadas de Richard Gere, en la que el actor se aleja de su imagen romántica para adentrarse en un thriller judicial cargado de suspenso y giros inesperados. Dirigida por Gregory Hoblit, Gere interpreta a Martin Vail, un abogado defensor carismático y algo arrogante, conocido por tomar casos de alto perfil que le permitan alimentar su ego y su fama. La historia se centra en el caso de un joven acusado de asesinar a un sacerdote, pero, a medida que el juicio avanza, se descubren múltiples capas de complejidad en torno a la verdad y la justicia.
En Chicago (2002), dirigida por Rob Marshall, con esos esmóquines de mafioso de revista, brilló como Billy Flynn, un abogado carismático que se especializa en defender a mujeres acusadas de crímenes, mientras se mueve en un mundo de lujo, corrupción y escándalos. La película, un musical de alto voltaje, le otorgó una nueva dimensión como actor dramático. Chicago fue un éxito tanto de crítica como de taquilla, ganando varios premios Oscar, incluido el de Mejor Película.
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Richard Gere y Renée Zellweger en ‘Chicago’ (2002)
El mismo año llegó Infiel (Unfaithful, 2002), adentrándose en el terreno del drama psicológico y las tensiones matrimoniales. Dirigida por Adrian Lyne, la película explora las consecuencias de una infidelidad en un matrimonio aparentemente perfecto. El vestuario de Gere en esta cinta subraya su estatus de hombre sofisticado y adinerado, con trajes formales y elegantes que denotan su vida acomodada, pero también acentúan la desconexión emocional que sufre a lo largo de la trama.
Cuarenta años después, American Gigolo quedó atrás, pero su porte sigue intacto, con los colores de la madurez bien llevada: grises, azules y ocres que parecen elegidos sin pensarlo y funcionan sin fallo. El pelo canoso, antes un rasgo de galán otoñal, es ahora la bandera de alguien que no juega a ser joven, pero tampoco se disfraza de viejo. Chaquetas de corte impecable, pantalones amplios pero ajustados donde toca y esa manía de parecer siempre cómodo, como si el tiempo y la moda fueran asuntos de otros.
Más allá del cine y la moda, el actor ha demostrado un compromiso genuino con causas humanitarias, lejos del oportunismo mediático. Su activismo es discreto, pero constante. A sus 75 años, ha encontrado la estabilidad en Madrid junto a su mujer -española- y sus hijos; y sigue manteniendo esa aura inconfundible, demostrando que el verdadero estilo no tiene fecha de caducidad. Esta noche, a pesar de no haber ganado nunca un Oscar, recibe el Goya Internacional; un homenaje a toda una vida dedicada al cine.