En el universo aséptico de las imágenes oficiales, donde el poder viste de etiqueta y posa en escenarios construidos para inspirar reverencia, emerge Régine Mahaux, una fotógrafa belga que ha hecho de la discreción y el control su credo. Nacida en Lieja en 1967, lleva casi dos décadas construyendo el imaginario visual de una de las familias más mediáticas -y polarizantes- del planeta.
Su relación con los Trump empezó en 2006, un encargo que, más que un trabajo puntual, marcó el inicio de una asociación creativa que ha consolidado su reputación como retratista de los poderosos. No es solo una fotógrafa, es una narradora visual; una arquitecta del silencio que rodea a la ya primera dama, esa figura que parece habitar un espacio aparte del mundo, incluso cuando está en el centro de él.
Mahaux es una mujer que huye de los focos, a pesar de haberse movido siempre entre ellos. Ha retratado a celebrities como Robert De Niro y Lewis Hamilton, y su nombre aparece asociado a campañas de moda y eventos de alto perfil en Europa. Pero es su trabajo con los Trump el que más define su carrera. Su último trabajo, el retrato oficial de Melania Trump, es un ejemplo de su estilo.
La fotografía, en blanco y negro, muestra a la mujer del presidente de Estados Unidos vestida con un sobrio traje negro y camisa blanca, apoyada sobre una mesa transparente. Detrás, el Obelisco de Washington emerge como un testigo solemne. No hay adornos ni excesos; la composición es limpia, directa, casi fría. En esa imagen, como en muchas de las que ha tomado de la primera dama, el protagonismo no es de la persona sino de lo que representa: orden, fuerza contenida y control absoluto.
Una relación de confianza
Pocos fotógrafos han tenido un acceso tan íntimo a los Trump como Mahaux. Desde que empezó a trabajar con ellos, se ha convertido en la cronista visual de su ascenso y transformación. Fue la encargada de capturar las imágenes de Donald, Melania y su hijo Barron en momentos clave de su vida familiar y política.
A lo largo de los años, ha demostrado una discreción que la familia valora profundamente. No hay entrevistas explosivas ni memorias sobre su tiempo con los Trump; Mahaux sabe que, en el círculo del poder, la lealtad no es solo una virtud, sino una herramienta de supervivencia. Sin embargo, trabajar con los Trump no es tarea fácil. Todo en ellos es mensaje: la ropa, los gestos, incluso los fondos de sus fotografías. El retrato de Melania como primera dama en 2017, donde aparece con un abrigo negro y una ligera sonrisa que no alcanza a sus ojos, fue objeto de críticas y análisis. Era una imagen que evocaba distancia y perfección, dos cualidades que Mahaux parece haber interiorizado en su forma de trabajar.
En contraste, su último retrato oficial muestra a una Melania diferente. La mujer que posa frente a la cámara ya no lleva joyas ostentosas ni ofrece sonrisas tímidas. Es una figura sobria, casi austera, reflejo quizás del papel que ha asumido tras años en la arena política.
Su trabajo con Melania Trump ha sido, en muchos sentidos, una colaboración ideal. Ambas comparten un gusto por el control, por la precisión. Melania, una mujer que ha sido constantemente analizada y juzgada, parece haber encontrado en Mahaux a alguien capaz de protegerla tras el velo de su propia imagen. Juntas han construido una narrativa visual que trasciende las palabras.
A pesar de su éxito, Régine Mahaux sigue siendo una figura esquiva. No se prodiga en entrevistas ni busca el protagonismo. Prefiere que hablen sus imágenes, esas piezas cuidadosamente elaboradas que parecen haber sido creadas para resistir el paso del tiempo.