La matraca que nos dieron durante años con el dicho punto G. Sus defensores hicieron piña y consiguieron que para millones de hombres y mujeres se convirtiese en el santo Grial de la sexualidad femenina. El punto G estaba llamado a iluminar nuestra vida sexual y había que buscarlo sirviéndonos de mil argucias manuales, mentales, posturales… Los hombres también se aplicaron e idearon posiciones, se interesaron por cuál sería la mejor curvatura y hasta reinventaron el Kamasutra con tal de contribuir a la causa.
¿Funcionó? Todavía hoy, el placer femenino sigue siendo un reto. De acuerdo con el último barómetro realizado por la marca Control, siete de cada diez españolas tienen dificultad para alcanzar el clímax en sus relaciones sexuales y una de cada cuatro no llega nunca o casi nunca al orgasmo. Alrededor del 70% lo finge. ¿Qué pasó entonces con el arrebatador punto G que ahora esquivan los sexólogos? Lo del punto G se debe al ginecólogo Ernst Gräfenberg, que en la década de los 40 habló de la existencia de una nueva zona erógena que se encontraba en el interior de la vagina y que, hasta aquel momento, había sido totalmente desconocida para los expertos en sexología y anatomía femenina. Con el tiempo, un grupo de científicos italianos creyeron localizarlo usando ultrasonido y poco a poco fue llegando la revolución.
Fue en 1982, con la publicación de El punto G y otros descubrimientos sobre la sexualidad humana, escrito por varios autores estadounidenses, cuando se desató el fenómeno. El libro, convertido en bestseller, aportaba pruebas clínicas sobre su existencia y localización con la promesa de un nuevo mundo en el placer erótico. Lo describía como un área dentro de la vagina, a unos cinco centímetros de su abertura, extremadamente sensible a la presión.
Se hizo ineludible encontrar este fabuloso interruptor oculto en algún lugar de nuestra anatomía. El asunto dio para miles de artículos en revistas femeninas, periódicos, reportajes de televisión y nuevos libros con titulares grandilocuentes. Mientras, la población se lanzó a la búsqueda de este portento. No encontrarlo suponía desconocer nuestro propio cuerpo y sacarnos los colores. A los hombres se le sumó otra presión a su legendario desempeño en la cama.
En 2012, el ginecólogo estadounidense Adam Ostrzenski clamó que lo había localizado detrás de la pared vaginal anterior, a 16,5 milímetros de la parte superior del orificio de uretra, creando un ángulo de 35 grados con la parte lateral. No contento con ello, inauguró la llamada Punto G plastia, una técnica consistente en ampliar su volumen con algún relleno dérmico. La exmodelo venezolana Ivonne Reyes contó en 2021 el rejuvenecimiento de su retoño más íntimo con ácido hialurónico.
La ciencia, sin embargo, nunca ha dejado de mirar con desconfianza todo lo que tiene que con el punto G. Que exista un área de mayor concentración de nervios y vasos sanguíneos no es motivo suficiente para determinar la presencia de una estructura diferenciada. Uno de los primeros en percatarse de que podría ser un mito fue un equipo del King’s College de Londres a partir de una investigación en la que participaron 900 parejas de hermanas gemelas, hace ya más de dos décadas. La sospecha vino al ver que cuando alguna de ellas creía haber encontrado esta zona erógena, su hermana idéntica no mostraba este mismo patrón. Era el mayor estudio realizado hasta el momento y concluía, según su autor principal, Tim Spector, que “de manera casi certera, la idea del punto G es subjetiva”.
Son muchos los datos científicos publicados que concluyen que el punto G no existe y que su ampliación mediante cirugía estética no está indicada médicamente, además de ser un procedimiento innecesario e ineficaz. Podemos citar los recientes trabajos de médicos como el italiano Vincenzo Puppo o los de investigadores de la Universidad de Dalian, en China. Todos refutan su existencia. “Es un término utilizado por algunos sexólogos, pero no es aceptado ni compartido por los expertos en anatomía humana”, dicen. A la misma conclusión llegan el urólogo estadounidense Amichai D. Kilchevsky y el neurólogo Yoram Vardi: “Los estudios radiográficos no han podido demostrar una entidad única, aparte del clítoris, cuya estimulación directa conduce al orgasmo vaginal”.
¿Tanta tinta vertida no sirvió de nada? Tampoco deberíamos verlo así. El punto G creó profetas para vender compulsivamente y, mientras hombres y mujeres intentaron dar con él desde todos los ángulos y aristas, invocando incluso a las meigas, llegaron al mercado todo tipo de vibradores con diferentes configuraciones para facilitar la tarea. Todavía hoy sigue siendo un señuelo para las marcas que han hecho de esta ilusoria identidad la base de un negocio muy rentable.
Sobre todo, explorar nuestro cuerpo en busca del punto G sirvió para romper las vergüenzas y el estigma en torno a la sexualidad femenina. Al hablar de ello con franqueza, nos permitimos reclamar el máximo placer. Ya nadie cree en un botón mágico que al apretar arroja orgasmos extraordinarios, pero la búsqueda se puede dar por buena si ha servido para entender que el mapa erógeno es mucho más amplio que este punto imaginario o la experiencia del orgasmo.